Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

En los casos de sequía y aludes podría responsabilizarse de alguna manera las intervenciones humanas sobre la naturaleza, en las guerras son los hombres los responsables de las matanzas, pero los terremotos no tienen culpables, son un acontecimiento puramente geológico, causado por el movimiento de placas tectónicas, sin responsabilidad humana

Los ojos de la mujer haitiana se llenan de dolor al extender sus brazos hacia el marido muerto y el hijo desaparecido entre los escombros. Un ejército de niños llora su orfandad en medio del abandono, con sus vidas en ruinas y sus sonrisas parapléjicas acampando la solidaridad por un vestido nuevo. Un pueblo junto al mar €“ cuyo nombre no quiero acordarme €“ en Chile fue el epicentro del terremoto en donde la tierra y el mar se transformaron en segundos en súbitos traicioneros. Las imágenes de los desastres en Haití y Chile se suceden unas a otras. Son monótonas. Hay un hostigamiento casi uniforme en la destrucción en medio de una infinita variedad de dramas y dolores arrugados bajo la amenaza de nuevos temblores de tierra. Vidas partidas. Pueblos arrasados, vestigios de la historia por los suelos. La ayuda humanitaria es desigual como el caos al momento de las urgencias y el reparto. Dos terremotos pero con consecuencias diferentes: Haití clamando a Dios, Chile llamando a la unidad y la fortaleza. En ambos casos pueblos arrasados y una sola advertencia de que la vida está tejida por un hilo de precariedad. Mientras la tierra , todos los días, en algún otro lugar del mundo está remeciéndose vemos en las postales de la tragedia un barco varado en un potrero o una casa flotando en la mitad de una bahía; en otro extremo está un cementerio con ataúdes abiertos, revelando una muerte que se repite a sí misma junto a una cruz que resistió con irse al suelo. Frente a los escombros resurge para todos los creyentes la   pregunta más   sencilla   sobre

Dios: ¿cómo puede permitir algo así? como tratando de encontrar una salida o una explicación para las inundaciones, guerras, tormentas, terremotos y otras fuentes de sufrimiento. Efectivamente, es difícil de comprender para el espíritu humano el sentido de tan cruel sufrimiento. En los casos de sequía y aludes podría responsabilizarse de alguna manera las intervenciones humanas sobre la naturaleza, en las guerras son los mismos hombres los responsables de las matanzas, pero los terremotos no tienen culpables, son un acontecimiento puramente geológico, causado por el movimiento de placas tectónicas, sin responsabilidad humana. Probablemente es por ello que son justamente los terremotos los que han hecho surgir desde hace tiempo la pregunta por la indiferencia de la naturaleza y el rol de Dios. Al morir más de 200 mil personas por el sismo en Haití y cerca de un millar en Chile pareció que la teoría de Leibniz sobre " el mejor de todos los mundos posibles " se había convertido en lo contrario. Voltaire escribió entonces: "Va a ser difícil de adivinar cómo pueden ocasionar las leyes del movimiento tan espantosas devastaciones en el mejor de todos los mundos posibles. ¡Qué triste juego del azar es el de la vida humana ¡ ". Albert Camus llegó a hablar incluso tiempo después del "peor de todos los mundos posibles " en el que predominan el dolor y el sufrimiento, en tanto que la felicidad es un estado ciertamente excepcional. Cuando aparecen el dolor y el sufrimiento, viene esa gran pregunta, ¿Cómo se justifica Dios ante el sufrimiento de los inocentes?.

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