Por Marco Tello
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El dicterio contra la oposición lanzado desde la tribuna
internacional, sin reparar en que las generalizaciones lesionan la imagen colectiva, perjudica los intereses del Estado, pues delata inseguridad e inconsciente predisposición a la dependencia. El mero hecho de lamentarse, justificable en los tratos interpersonales, no se compadece con la altivez que debe prevalecer en las relaciones entre los Estados |
Sería interesante acercarnos a la imagen con que hoy probablemente nos mira el resto del mundo. Talvez nos observa a través de la hermosura del paisaje, de la prodigalidad de la naturaleza, de los valores culturales, del folklore; pero también a través de la forma en que nos vemos reflejados en el discurso oficial vertido dentro y fuera del país. Cuando alguien vuela por el mundo en representación de un Estado libre y soberano, lleva al lugar adonde va una imagen positiva de su Patria, de sus habitantes y de las instituciones. Las visitas oficiales se justifican si persiguen resultados favorables en el campo de la interrelación política, económica, cultural. No es usual o, mejor dicho, es impensable que el dignatario de una nación con probado sentido de autoestima, vaya a quejarse de sus conciudadanos o a levantar ante los extraños un inventario de recusaciones, puesto que no habla en representación de un partido, sino de un vasto conglomerado social. Este ángulo de observación podría orientarnos para establecer una diferencia entre la imagen que proyecta en el extranjero una nación efectivamente soberana y otra dependiente. Entre nosotros se da el caso deplorable de funcionarios que no bien trasponen la frontera critican a sus compatriotas de un modo tal que provoca lástima entre los extranjeros y confusión en el interior del país. El dicterio contra la oposición lanzado desde la tribuna internacional, sin reparar en que las generalizaciones lesionan la imagen colectiva, perjudica los intereses del Estado, pues delata inseguridad e inconsciente predisposición a la dependencia. El mero hecho de lamentarse, justificable en los tratos interpersonales, no se compadece con la altivez que debe prevalecer en las relaciones entre los Estados. Esta es una situación que debe preocupar a los ecuatorianos, sean partidarios u opositores del gobierno. En un reciente viaje a Washington, un alto dignatario describía el ejercicio periodístico de este modo: "En mi país hay tanta libertad como mentirosos a tiempo completo" y hablaba y sigue hablando de "una crónica perversa de los medios ecuatorianos que emiten una información absolutamente deformada". Este tipo de declaraciones caricaturizan la imagen del país; más aún si quien dirige la función legislativa canta victoria por la vigencia cuestionable de una ley |
que, por excelente que fuera, no fue aprobada por la institución que él preside. Otros conciudadanos de privilegio no necesitan ejercer altas funciones oficiales para atentar desde afuera contra la dignidad del país, si ello conviene a su ambición política. El caso del hermano resentido del primer mandatario es un ejemplo patético. Líder autoproclamado de la oposición, es personaje de telenovela, codiciado por los medios. Abordado por la CNN en español, ha denigrado sin escrúpulos al régimen de su hermano y a cuantos aún creen en su revolución mesiánica: "La única inversión que ha traído la revolución ciudadana es la industria de la droga". Formulada una acusación de ese bulto en otras latitudes, habría provocado una convulsión social. Pero como todo lo que ocurre con cuanto toca el hermano mayor del Presidente €“una maldición del rey Midas-, la frase ha hecho fortuna, en medio del silencio de los agredidos. Tanta flojedad de la lengua torna nebulosa la imagen del gobierno y echa sombras sobre sus buenas intenciones. La generalización es una falacia, y no es buena consejera; quien la emplea puede terminar enredado en su propia trampa. A este propósito, ¿sabe alguien si ya retornó al reino de la mediocridad el ex ministro que tildó a todos los maestros de mediocres? Cuando ahora el Presidente generaliza " duela a quien le duela, la universidad ecuatoriana es la peor de Latinoamérica", corre el mismo riesgo de su ex ministro. Alguna buena universidad debe haber formado a muchos profesionales que desde distintas posiciones defienden o rechazan los procedimientos de la revolución ciudadana. La declaración presidencial olvida que a pesar de los errores prevaleció siempre la Universidad a los intentos de sujetarla a los pasajeros intereses del poder, empezando por el recorte presupuestario decretado por el general Urbina en 1853. Más aún, olvida que varios movimientos de resistencia universitaria cobraron dimensión nacional y dieron al traste con más de un mal gobierno. Y si uno de los defectos de la Universidad -por el que es imperioso remozarla- ha sido el haber pecado por exceso, no se entiende cómo ahora se va a elevar el nivel académico y mejorar con ello la imagen de la nación agregando a las ya existentes el peso muerto de más de media docena de universidades. |