Por Yolanda Reinoso


Yolanda Reinoso


Dentro de Manhattan se puede visitar "Chinatown", ignorar las fachadas de aspecto holandés y sentirse al otro lado del mundo, oler esa grasa propia de la comida china, ver con curiosidad los patos asados colgando en las ventanas de un restaurante, escuchar la música digital que sale de una tienda que ofrece artículos de todo tipo, a precios que, de tan cómodos, impregnan al objeto de un aire de sospecha

 

Mientras celebramos la llegada de un año nuevo y nos hacemos propósitos, nos planteamos metas, o simple y llanamente lo vemos sólo como a un cambio de calendario, esta festividad llega para China recién el próximo mes, toda vez que el calendario lunar es el determinante del nuevo período.
Y aunque hasta ahora no he puesto un pie en el Lejano Oriente, hace un año tuve la oportunidad de asistir a uno de los espectáculos que ya se ha vuelto una tradición infaltable en New York: la presentación de danza china con la que los habitantes neoyorquinos de tal ascendencia le rinden homenaje a sus raíces mismas, no sólo porque les permite exponer una parte clave de su cultura, sino porque además les representa un espacio en el que pueden moverse con identidad propia, mostrarse como lo que podrían haber sido de no llevar el alma cargada de costumbres que ya nada tienen que ver con las de sus antepasados, y a los que, no obstante, se remiten con un entusiasmo que explica muy bien cómo es que dentro de Manhattan se pueda visitar "Chinatown", ignorar las fachadas de aspecto holandés y sentirse al otro lado del mundo, oler esa grasa propia de la comida china, ver con curiosidad los patos asados colgando en las ventanas de un restaurante, escuchar la música digital que sale de una tienda que ofrece artículos de todo tipo, a precios que, de tan cómodos, impregnan al objeto de un aire de sospecha.


La breve descripción del barrio, sin embargo, contrasta con lo que ofrece el escenario del teatro "Radio City Hall", donde una pantalla inmensa proyectará imágenes tan nítidas, que la realidad parece estar a pocos metros del público: se ven paisajes verdes preciosos, fuentes termales invitantes, palacios de antiguos emperadores, bosques de bambú que parecen infinitos, la Muralla China, formaciones montañosas atravesadas por ríos en zonas que nos resultan tan bellas como lejanas, y otros puntos de atracción dependiendo del tema de la danza que ejecutan bailarines profesionales, todos chinos, vestidos con trajes que impactan no sólo por la elegancia, sino porque los colores son tan intensos que embriagan, y las telas usadas en su confección tienen siempre la especial característica de una ligereza sin par, lo que permite la sensación de estar observando a danzantes que casi llegan a volar al llevar a cabo movimientos que, sin ese detalle, no serían tan delicados.
El escenario se llena de color, al son de una orquesta que toca instrumentos chinos tradicionales combinados con algunos occidentales, produciendo una música que, aún el oído no especializado, podría catalogar como algo que le pertenece, sin duda, a la idea que tenemos del Lejano Oriente.
Uno de los números más espectaculares, es aquel en que los bailarines despliegan su habilidad para tocar tambores cuyo diseño original data del siglo VII, en un juego de percusión ejecutado con tal maestría que no es difícil transportarse con la imaginación a una escena milenaria. No menos impresionantes son las sofisticadas voces de las sopranos, cuyas melodías a menudo tienen una tristeza dulcísima que nos aleja del drama occidental y nos da cuenta de un sufrimiento vivido quizá con más raíz en la historia, en el comunismo, en la vida del pueblo mismo, que en la del ciudadano como individuo.
Lo más fascinante y enriquecedor, radica en la variedad cultural de China tratada a través de las diferentes danzas y letras de canciones: se deja ver el tema pastoril, el de la vida en la ciudad, el del monasterio budista, la inclusión de bailes tradicionales mongoles y, por supuesto, la escritura compleja y el uso del mandarín o el cantonés según los personajes representados en cada número.
Cada cultura vive pues su año nuevo como mejor le sienta, aunque el denominador común es siempre la algarabía del inicio, de la sensación de que lo "nuevo" es otra oportunidad. Así que, a la manera de las danzas del año nuevo chino, esperemos color y música por cada día que nos espera en este 2010.

 

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