Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

El ecuatoriano no dejó de reír nunca, a pesar de los males que arrastró desde el nacimiento de la República. El humor floreció en la prosa literaria, en el periodismo panfletario, en el teatro, la sátira política, en la comedia, los programas radiales y ahora de la televisión, como una fuerza vigorosa e indetenible, aún en períodos dictatoriales en que la censura se convirtió en acicate para burlarla

Pocos tópicos sobre los ecuatorianos se han demostrado más perdurables y arraigados ante propios y extraños, que el que nos vean como un pueblo que ríe. Que ha reído siempre, que €“ saludable virtud €“ sabe reírse de sí mismo, para intercalar carcajadas en el relato de sus miserias, para burlarse de los gobiernos de turno y de su indefensión ante el poder político.
No se trata, ni mucho menos, de un rasgo que los ecuatorianos ostentamos en exclusiva. Se ríe siempre, aunque muchas veces se ría para no llorar como dicen quienes atribuyen al sufrimiento del hombre el origen de la risa. En las sociedades libres el humor y la capacidad que tienen los ciudadanos para mofarse del poder y los poderosos ha funcionado en una doble dimensión: ha sido fármaco y ha significado un permanente reto al poder. El humor es expresión de la espiritualidad humana €“ los animales no ríen €“ y suele estar asociado a la inteligencia y cumple con las funciones del arte como una forma de la conciencia social. No solo la de divertir, sino la de hacer catarsis, la de educar y señalar errores. " La risa, algo humillante siempre para quien la motiva, es verdaderamente una especie de broma social pesada ", decía a finales del sigo XIX Henrí Bergson, quien vindicaba la aptitud de la risa para servir de corrector de los desmanes del poder y como una herramienta para evitar que los gobernantes persistieran en sus equivocaciones.
El ecuatoriano no dejó de reír nunca, a pesar de los males que arrastró desde el nacimiento de la República. El humor floreció en la prosa literaria, en el periodismo panfletario, en el teatro, la sátira política, en la comedia, los programas radiales y ahora de la televisión, como una fuerza vigorosa e indetenible, aún en períodos dictatoriales en que la
censura se convirtió en acicate para burlarla.
En el Ecuador el periodismo humorístico, en todas sus épocas, ha sido abundante y rico con Juan Montalvo, Manuel J. Calle, Alejandro Carrión, Ernesto Albán Gómez, Gonzalo Bonilla, Eduardo Cevallos García, Paco Estrella, Estuardo Cisneros, Simón Espinosa, Enrique Garcés, Asdrúbal de La Torre, Francisco Febres Cordero, Juan Cueva Jaramillo, Eliécer Cárdenas, Claudio Malo, entre otros columnistas y caricaturistas como Bonil, Pancho y Polvorín. Cómo no nombrar de pasada alfileres de oro para la risa expresadas en revistas como " La Callle ", " No sea hueso ", " D.D.T " y el periódico " La Escoba " de Cuenca en la década de los cincuenta. En la época actual no abundan los escritores y periodistas de humor, pero los hay excelentes, sobre todo, en la prensa escrita de circulación nacional en donde el humor político es directo y contundente, como sucede con la caricatura. Hacer mofa de los acontecimientos políticos, hoy en día, es algo común en la televisión, aunque en muy contados casos son afortunados, ácidos, analíticos y en otros son previsibles, tímidos, sosos y hasta ofensivos.       Pocos dentro de la televisión han tenido la agudeza para hacer una sátira política precisa y en el mayor de los casos se han quedado con el humor ramplón y sin contenido. Sin embargo, esa condición nata del ser ecuatoriano para crear el chiste y la salida humorística ante la adversidad, ha prevalecido en el acontecer del país, burlando la suspicacia de funcionarios malhumorados. La historia demuestra que hasta en los más cerrados regímenes dictatoriales o autoritarios, el humor ha logrado salir victorioso hasta convertirse en un sedante necesario y legítimo o como válvula de escape ante el malestar social, aunque muchas veces la risa quede trunca por el dolor y las lágrimas.

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