Por Yolanda Reinoso
Es casi un acto de magia, porque se ven escenas que parecen impensables al tratarse de un acto en vivo y en directo: cae nieve en pleno escenario, el árbol se agranda como si un abono mágico le hubiese provisto de la posibilidad de acelerar su crecimiento en segundos |
Se abre el telón en perfecta coordinación con la primera nota musical que la orquesta toca al mando del director. Los escenógrafos han hecho un trabajo minucioso para dar la impresión de la fachada de una casa acomodada, a través de cuyo enorme ventanal el público puede inmiscuirse en la celebración navideña que se lleva a cabo puertas adentro: cada personaje lleva trajes de vivos matices, el árbol de Navidad, un pino tan alto como simétrico, resplandece con las típicas luces de colores, de la chimenea cuelgan medias rojas ribeteadas de blanco, indicando el nombre de Clara y Fritz, los niños del hogar.
Las notas musicales que Tchaikovsky escribió para este ballet, concuerdan con el ambiente lúdico y hogareño, abrigado en contraste con el frío que se adivina afuera a través de la ventana posterior, que deja ver el vecindario cubierto en nieve.
Clara recibe de su padrino el esperado regalo: el muñeco famoso que todos conocemos como “Cascanueces”, ese soldadito rígido que siempre parece presto a marchar, de pelo alborotado y uniforme impecable y, sin embargo, con ese aire reconocible de gusto navideño dado el rojo y el verde intensos de su atuendo, cuya misión - como su nombre lo dice- es servir para abrir nueces.
Fritz rompe el muñeco al procurar abrir una enorme nuez. Desolada, Clara va a su cuarto donde cae profundamente dormida, y entonces su ensoñación transporta al público a escenas imaginarias cargadas de visiones propias de los cuentos de hadas, pero también de cultura universal, motivo por el cual este evento apela al gusto de todas las edades: ratones se pasean de un lado a otro expresándose en su propio lenguaje, el árbol navideño aumenta a un tamaño desproporcionado, el Cascanueces mismo cobra vida y, para sorpresa de todos, se convierte en un príncipe que lleva a Clara a conocer un mundo de fantasía, donde ya nada es absurdo, ni es impensable que la niña presencie maravillosas danzas extraídas de otras culturas: el flamenco español con las castañuelas de fondo, la sensualidad del baile árabe, la danza rusa marcada por sonidos fuertes y bien marcados, la danza de los juguetes ejecutada al son de una música orquestada con acordes que denotan la idea de niñez, y la famosa danza del hada de azúcar.
La primera vez que asistí a este evento fue en el año 2005 en Dubai, donde la presentación la hizo un grupo de danza ruso, y si bien conocía la música, fue allí cuando llegué a enterarme de que en muchos países europeos, Estados Unidos y Canadá, ir a ver “El Cascanueces” es una tradición navideña familiar imprescindible, que actúa a manera de pregón de las fiestas decembrinas.
Volví a ver el ballet en el centro de artes escénicas “Lincoln” de la ciudad de New York, y hace dos años en Denver, y lo que no deja de sorprenderme es el trabajo especializado que ponen en la escenografía estadounidense; es casi un acto de magia, porque se ven escenas que parecen impensables al tratarse de un acto en vivo y en directo: cae nieve en pleno escenario, el árbol se agranda como si un abono mágico le hubiese provisto de la posibilidad de acelerar su crecimiento en segundos, un trineo transporta a Clara y al príncipe por los aires, sin contar que, casi sin que el espectador caiga en la cuenta, cambia el escenario como si los personajes del ballet pudieran transportarse de un lugar a otro con sólo ejecutar un salto.
Cada año este ballet de ambiente navideño vuelve a presentarse, así que si alguna vez el o la lectora pasa por Estados Unidos en esta época, vale la pena asistir. “El Cascanueces” implica, sobre todo, la concurrencia de tres aspectos por demás llamativos: la historia de la música clásica, el arte del ballet y una costumbre ya asentada como tradición navideña.
Existen festividades que, no importa dónde estemos, tienen un tinte que las caracteriza por ser el motivo de encuentros personales y de un disfrute desligado del simple comercio de regalos, y la Navidad es sin duda una de ellas.