Por Marco Tello

Marco Tello Vivió su infancia con los indios, mientras el padre, abogado itinerante, se ganaba la vida en los pueblos de la serranía. Su primera lengua fue el quechua; su mundo, el de los indios. Con ellos compartió mitos y costumbres, a través de los cuales penetró en el alma indígena forjada en los valores de la solidaridad y del amor a la naturaleza, vivencias únicas que lo diferenciarán de los autores que escucharon el rumor del indio desde el bullicio urbano.

Tema secular en la literatura hispanoamericana, la cultura indígena ha sobrevivido más o menos indemne a la violencia racista y al asedio de los movimientos estéticos. La interpretación de lo indio empieza por el asombro de los descubridores ante un ser arcangelado, exótico y hermoso. Esta impresión perdurará a lo largo de cuatro siglos durante los cuales la imagen del indio, desarraigada de su suelo, se recluyó en lo imaginario. Esa figura falseada, pero cautivante en la ficción, hoy ha recobrado identidad y gravita como ser social sobre el destino de nuestros pueblos. Y entonces la admiración se ve de pronto suplantada por el desencanto. La prensa de estos días ha recogido ese sentimiento de temor ante el posible triunfo del candidato presidencial que en la primera vuelta ha recibido más del 70% de votos en los departamentos más pobres del Perú, habitados por indígenas. Esta contienda electoral viene a propósito para honrar la memoria del escritor peruano José María Arguedas en el centenario de su nacimiento.
Figura señera en la narrativa hispanoamericana, Arguedas comparte con Onetti, Lezama Lima, Sábato, Cortázar, Rulfo, la segunda vertiente de la generación de 1924; es decir, la de los nacidos entre 1909 y 1923, en el esquema propuesto por el cubano José Juan Arrom. En términos generales, la primera vertiente continúa la tradición de la generación anterior, en tanto que la segunda amplía el horizonte a la siguiente. En nuestro caso, Arguedas (1911) es precisamente un gozne entre el realismo indigenista de la primera promoción (Icaza, 1906) y la exploración   bajo la superficie en pos de la fuente común de lo real y de lo irreal (Rulfo, 1918). Esto ha llevado también a incluirlo entre los autores que hace cuarenta años representaban, más allá de la frontera generacional, a la llamada nueva novela latinoamericana, el más joven de cuyos integrantes, Vargas Llosa (1936), ha sido consagrado con el Nobel de Literatura.
Nacido en Andahuaylas, departamento de Apurímac, Arguedas quedó huérfano de madre y creció al cuidado de la madrastra. Vivió su infancia con los indios, mientras el padre, abogado itinerante, se ganaba la vida en los pueblos de la serranía. Su primera lengua fue el quechua; su mundo, el de los indios. Con ellos compartió mitos y costumbres, a través de los cuales

penetró en el alma indígena forjada en los valores de la solidaridad y del amor a la naturaleza, vivencias únicas que lo diferenciarán de los autores que escucharon el rumor del indio desde el bullicio urbano. A los 8 años, aprendió el español y acompañó a su padre en los viajes por la serranía; a los 15, inició los estudios en el colegio de Ica. En 1931 ingresó a la Universidad de San Marcos de Lima, conoció la cárcel y pudo terminar la carrera de Letras en 1937, cuando ya había publicado su primer volumen de cuentos "Agua". Dedicado a las letras, al magisterio, a la investigación de la cultura quechua, viajó luego por Europa y América. En 1963 se doctoró en Etnología cuando era el autor ya consagrado de "Los ríos profundos" (1958), novela a la que le seguirá "Todas las sangres" en 1964.
Entusiasmado por el resplandor, el perfume y la música de la naturaleza; seducido por la evocación de los indios venerables que en la infancia le criaron y le modelaron el corazón, Esteban, el joven protagonista de "Los ríos profundos", relata su estancia en el colegio de Abancay, un pobre pueblo perdido entre bosques y maizales. Si el aroma persistente del cedrón trae en el aire reminiscencias proustianas, la presencia reiterada del azul €“el color de los ojos del padre- es una suave pincelada modernista. El arte descriptivo sujeta al lector aún en los momentos de crudeza y repulsión, como cuando los alumnos se revuelcan con la loca Marcelina en la inmundicia o huyen de Abancay perseguidos por los piojos. El curso del lenguaje es cortado y cadencioso, propicio para la reflexión más que para el reclamo. Así nos acercamos, con emoción, con reverencia y sobriedad, a la esencia de una cultura de ritmos ancestrales colectivos.
Arguedas creía necesario ese acercamiento para reafirmar la identidad indígena. Y a ello consagró la flor de su vida. Cuando creyó cumplida la misión, se fue discretamente de este mundo; pero no sin despedirse de Sybila Arredondo, su mujer: "No hacer nada es peor que la muerte. Tú lo sabes, ya casi no puedo leer; no me es posible escribir sino a saltos, con temor. No puedo dictar clases porque me fatigo ", le escribió el 28 de noviembre de 1969 antes de pegarse un tiro. Probablemente, hoy estaría junto a su paisano Vargas Llosa apoyando la candidatura de Humala.


Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233