El afamado fabricante de instrumentos de singular sonoridad se fue inesperadamente con la música de guitarras a otra parte: un paro cardíaco le fulminó el 27 de octubre y el local donde exhibía su colección se transformó en su capilla ardiente
 
El artesano donó una pequeña guitarra a la Vicealcalde Ruth Caldas el día de inaugurar la muestra.
Nativo de Píllaro, provincia de Tunguraha, el maestro próximo a cumplir setenta años había aprendido de su padre los secretos de la musicalidad de las maderas y luego descubierto técnicas para infundirlas armonía especial pulsadas por las cuerdas.
 
   El 18 de octubre inauguró una colección de sus guitarras en el vestíbulo del teatro de la Casa de la Cultura de Cuenca, ciudad a la que había llegado por primera vez, pues no quería privarse de conocerla antes de ir a la tumba, casi presentida: “En el ocaso de mi existencia, permitidme pronunciar en Cuenca lo que bien podría ser mi frase final: acariciadla, tocadla con virtud para desarrollar vuestras habilidades porque yo he terminado las mías”, dijo poniendo un instrumento en manos de la Vicealcalde Ruth Caldas como un obsequio a Cuenca.
 
   Exigentes profesionales del arte musical del Ecuador, de América Latina y del mundo, se acompañaron con sus guitarras para lograr éxito. Él las fabricaba con dimensiones y formas estudiadas con precisión según la especialidad de los ejecutantes: pasillos, boleros, música folclórica, música clásica. 
 
   Sus guitarras adquirieron prestigio en Estados Unidos y Europa, al punto que se le adjudicó el más alto título para un fabricante artesanal de instrumentos de cuerda: luthier. El Luthier Hugo Salomón Chiliquinga Espín.
 
   Su muestra se la clausuró inesperadamente el 26 de octubre por su muerte súbita. La víspera había estado muy contento con amigos músicos que tocaban sus guitarras en el mismo sitio de la exposición. Alfredo Cuesta, de Quito; los hermanos Fajardo, de Cañar; el dúo Tulio Bustos y Gabriel Lozano, de Loja; Marcelo Sánchez, de Quito; Jorge Terreros, de Cuenca, no querían perderse la ocasión irrepetible de compartir su vocación con el más prestigiado fabricante de guitarras del Ecuador.
 
   Horas después, en la madrugada del miércoles 27 de octubre, sufrió un paro cardíaco. Los esfuerzos de los médicos nada pudieron lograr, sino comprobar que había cesado de latir el corazón del luthier Chiliquinga, el famoso fabricante de guitarras de inigualables sonoridades.
 
   El vestíbulo del teatro Casa de la Cultura fue improvisado para velar algunas horas los restos del artesano y artista y para rendirlo homenaje. Varios intérpretes de música que le conocieron y admiraron fueron a entonar melodías con las guitarras salidas de sus manos diestras.
 
   El mismo día su cuerpo fue transportado a Quito, donde tenía su residencia familiar y donde quedaba desolado el taller con sus maderas de cedro, pino, abeto, ébano, caoba, capulí, bálsamo, palo santo y roble -de cada una de las cuales extraía peculiares sonoridades - , así como las herramientas con las que forjó admirables instrumentos cuya armonía aprovecharán manos hábiles de refinados artistas del país y del mundo.
 

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