Por Julio Carpio Vintimilla
Si Dios pudo crear el mundo, perfectamente lo pudo haber creado con la evolución incluida. La evolución -- aunque es una idea sumamente valiosa y clave para las ciencias biológicas -- es nada más que una teoría. No es un principio absoluto. Es sólo una teoría que, precisamente por ser tal, es imperfecta; y puede tener un limitado y relativo valor… Resulta bastante obvio que un creyente tosco no pueda pensar con sutileza. |
Los intelectuales suelen ser bastante arrogantes y hasta despectivos con las creencias. Y, justamente por ello, no suelen apreciar la muy grande importancia humana y social que éstas tienen; para bien o para mal. (Se imaginan que el hombre es, o debiera ser, el clásico animal racional. Pero no hay tal cosa… El hombre es más bien sentimental; o, para decirlo gruesamente y pronto, visceral…) Por lo tanto, no hay que sorprenderse de que la inmensa mayoría de la humanidad sea creyente. Es decir, que se atenga, más que a las ideas, a los convencionalismos, a los prejuicios, a los supuestos, a los lugares comunes… Ejemplifiquemos. Y vaya, para empezar, un caso extremo: Las creencias arraigadas y profundas de las comunidades mennonitas. (Las mismas que llevan a estos grupos y personas a vivir en forma tradicional, independiente, sencilla, pacífica…) Otro, menos evidente: Las anticuadas creencias de los comunistas ecuatorianos. (Muchos de los cuales pretenden ser intelectuales. Pero sólo son, en realidad, seguidores de ciertos dogmas sociales decimonónicos y sigloventinos.) Sigamos.
¿Quién, que sea honrado, puede negar la violencia, el abuso y los grandes trastornos sociales y económicos que produjeron los conquistadores? Nadie. Pero de esto al genocidio hay una enorme distancia. ¿Cómo iban a realizar un genocidio precisamente aquellos nuevos amos y señores que necesitaban tanta mano de obra para sus empresas agrícolas, mineras y artesanales? |
Un caso diferente. El antiespañolismo latinoamericano se constituye con unas cuantas creencias arraigadas. Y es tan ingenuo, en ciertas ocasiones, que llega a lindar con la misma tontería. Eso ocurre, por ejemplo, cuando los acusadores de “los españoles” portan los mismos viejos apellidos de los conquistadores. (Con frecuencia, sin saberlo…) Estos criollos, o mestizos, despistados, no se dan cuenta de que una parte por lo menos de “los explotadores” fueron precisamente sus lejanos abuelos. (De paso, nunca hemos oído que algún miembro de las clases alta o media ecuatorianas condene a sus antecesores por haber sido encomenderos, miteros u obrajeros…) / Y, en décadas recientes, una nueva creencia se ha agregado a las ya muy viejas del “robo del oro” y la destrucción de las culturas nativas. Tiene la forma -- históricamente temeraria e irresponsable -- de una gravísima acusación: el “genocidio de los indígenas americanos”. Pero, veamos. ¿Un genocidio no es una enorme matanza más o menos planificada y sistemática? (El genocidio de los judíos, de los armenios, de ciertos pueblos balcánicos, de otros africanos…) ¿Es éste el caso de la Conquista española? No y otra vez no. ¿Quién, que sea honrado, puede negar la violencia, el abuso y los grandes trastornos sociales y económicos que produjeron los conquistadores? Nadie. Pero de esto al genocidio hay una enorme distancia. ¿Cómo iban a realizar un genocidio precisamente aquellos nuevos amos y señores que necesitaban tanta mano de obra para sus empresas agrícolas, mineras y artesanales? (¿Acaso, cuando faltaron los indios -- diezmados, en verdad, por el desorden social y las enfermedades -- no debieron los españoles acudir a los negros esclavos?) Y, por otra parte, -- al pensar tan defectuosamente -- ¿no se está olvidando todo lo bueno del proceso de la Conquista? Citemos, a propósito, sólo el hecho notabilísimo de la fundación de la América Latina. (Uno de los hechos más grandes e importantes de toda la historia de Occidente.) Bien, -- para cerrar este punto -- convengamos en que muchos procesos históricos son duros y penosos. Pero -- por elementales justicia y buen sentido -- no hay que confundir aquellas durezas y penalidades con la aberrante criminalidad de un genocidio.
Y millones de latinoamericanos -- previamente adoctrinados, en su mayoría -- creen en la vigencia del socialismo radical (comunismo). (Nuestro pensamiento político y social tarda en actualizarse.) Precisemos. El socialismo es un gran abanico ideológico; cuyos extremos son el liberalismo progresista y la acracia anarquista. (En el medio, están todas las variedades de los socialismos moderados y radicales.) En realidad, actualmente, sólo tienen vigencia el liberalismo progresista y los socialismos moderados. Es decir, aquellos socialismos que preconizan, o aceptan, la democracia occidental y el republicanismo; y que, por otra parte, pueden mostrar verdaderos éxitos en la gestión política y económica. (El anarquismo socialista es sólo verbal, muy minoritario y utópico…) En pocas palabras, sigue teniendo vigencia la socialdemocracia europea de la Posguerra. (Con la democracia cristiana incluida.) Y, con actuales nombres nuestros, están vigentes los socialismos de Lula, de Bachelet, de Mujica… Los demás -- digamos los del famoso y fallido experimento dictatorial y totalitario -- son hoy día una antigualla ideológica. (El socialismo de la Unión Soviética, de la China de Mao, de los países del Este europeo, de Corea del Norte, de la ruinosa Cuba.) Y, por supuesto, es también una vejez notoria, regional y mundial, el galimatías sociopopulista de Venezuela. (El “Socialismo del siglo XXI”, que ha dado lugar a eso que muy gráficamente se describe como el manicomio de Chávez.) / Bueno, el asunto -- para quienes vivimos fuera del túnel marxista-leninista -- es suficientemente claro. No lo es, en cambio, para quienes siguen aún dentro de él; para los ya dichos creyentes. Para ellos, el socialismo soviético fue sólo una mala práctica; fue sólo un capitalismo estatal; América Latina tomará la posta del socialismo revolucionario… Más monsergas… En definitiva, esta última retórica, elemental e ingenua, es usada por la creencia que persiste; que persiste, pese a todo y pese a todos…
Hay que debatir estos asuntos. Pero no hay que imaginarse que las buenas razones podrán cambiar prontamente las malas mentalidades. Las creencias -- se sabe -- no necesitan argumentos. Es más: los rechazan. Las creencias son testarudas… Y, para nuestra desgracia, -- aliadas con la mentira, diría Jean-François Revel -- gobiernan el mundo. Así son y están las cosas… Pero no queremos desalentarle a usted. Y, por eso, vamos a terminar con una comprobación alentadora. Las creencias, cuando se confrontan prolijamente con la realidad, -- y en algún momento todas tienen que ser confrontadas -- están perdidas... (La solidez y la firmeza del mundo contra la cabeza dura de la gente…) La realidad es, por su misma esencia, inquebrantable. Y es la única verdad… Y, así, un día, las más curtidas y longevas creencias, con toda su testarudez a cuestas, también terminarán por morirse.