Por Eliécer Cárdenas
Es posible que al Presidente le repugne un partido con programas y postulados inequívocos, porque él tendría que ser el primero en acatar sus resoluciones. En cambio, con un movimiento gaseoso, a la medida de sus humores y hasta sus simpatías y fobias, le es más maniobrable gobernar, puesto que entre él y el poder no se entromete una agrupación política vertebrada
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El año que se inicia es eminentemente electoral, y así lo entienden tanto el Gobierno como los sectores de la oposición, estos últimos sin la posibilidad, hasta ahora y salvo que ocurra una especie de milagro, de unificarse para enfrentar a la figura del Presidente de la República. Éste por su parte, se ha percatado claramente de la erosión de su popularidad que, a lo largo de casi cuatro años, ha conseguido prevalecer, pero a costa de la pérdida de importantes segmentos de aquella clase media que fue decisiva a la hora de sus triunfos, y que ahora empieza a desertar de sus posiciones de adhesión, debido en parte a lo que siente como un ataque a sus intereses, verbigracia los incrementos impositivos y, sobre todo, la compra forzada de renuncias en el sector público y las nuevas reglas de juego para el Magisterio. Burócratas y maestros son eslabones importantes de lo que se conoce como clases medias.
Pero el Gobierno y concretamente el Jefe de Estado confían en nuevos triunfos electorales porque en el horizonte político no avizoran ninguna figura capaz de hacerle sombra a Rafael Correa, ya que sencillamente no existe un liderazgo lo suficientemente poderoso para ese cometido. Ni Paco Moncayo, ni Alberto Acosta, ni –peor- Lucio Gutiérrez estarían a la altura de ser antagonistas con posibilidades de éxito frente a la nueva candidatura de Rafael Correa. Lo de la postulación de su hermano y adversario Fabricio no ha pasado de resultar una balandronada.
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Sin una mayoría incontrastable en la Asamblea, un próximo mandato del Presidente Correa se vería sujeto a los riesgos de una lucha sin cuartel, con cambio de la “hoja de ruta” hasta ahora a gusto del Gobierno, por otras reglas del juego donde el segundo mandato correísta pudiera verse jaqueado en varios frentes, incluso con la posibilidad de que ni siquiera una puesta en práctica de la famosa “muerte cruzada” consiguiera superar la falta de prevalencia de las fuerzas adictas al Régimen. En ello tiene que ver indudablemente la repulsa o quizá la incapacidad de convertir PAIS en un verdadero movimiento político –léase partido-. Sin una fuerza cohesionada, las simpatía al Presidente y su agrupación se han ido diluyendo. Es posible que al Presidente le repugne en el fondo un partido con programas y postulados inequívocos, porque entonces él tendría que ser el primero en acatar sus resoluciones. En cambio, con un movimiento gaseoso, a la medida de sus humores y hasta sus simpatías y fobias, le es mas maniobrable gobernar, puesto que entre él y el poder no se entromete las muchas veces desagradable presencia de una agrupación política vertebrada, capaz de pedirle cuentas si según los criterios de la agrupación, se desvía del programa. Siempre para un gobernante personalista le resulta más cómodo gobernar sin un partido o con apenas la sombra de uno. Pero ello entraña un riesgo a mediano plazo: carecer de figuras partidistas y tener solamente áulicos o súbditos en el entorno. |