Por Yolanda Reinoso
Se trata de una “gallete des rois” para celebrar el “Día de Reyes” que, de hecho, es una tradición para ellos tan importante y arraigada como lo es para nosotros ir a ver a los “inocentes”
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Es pleno invierno y la ciudad de las luces en esta época no se caracteriza precisamente por días soleados, sino más bien por un cielo nublado y un frío húmedo que, por lo mismo, es capaz de sortear el tejido de los abrigos más gruesos. Sin embargo, la ciudad es bella igual, la mayoría de árboles es de la especie que pierde las hojas con la llegada de esta estación, así que es innegable la percepción de algo lúgubre, quizá hasta triste, al pasar por los parques o cualquier espacio que, de ser verano, estaría rebosando de frondosidad.
Los sitios que jamás pierden su calor acogedor son las famosas panaderías y pastelerías (les boulangeries et pâtisseries). Sus vitrinas llenas de pastas de toda forma, color, olor y sabor dificultan la elección, pero el 6 de enero, estos sitios parisinos imprescindibles, ofrecen algo distinto: tartas de diferentes tamaños que, pese a la diversidad de la pastelería, acaparan la atención. Ese estereotipo que uno lleva en mente de que verá a los franceses saliendo de la panadería con la punta del baguette saliendo por la funda, no es falso ni equívoco; así despachan los panaderos el famoso baguette, pero será porque soy turista y me fijo en todo, ese 6 de enero llamó mi atención la cantidad de gente que salía con una cajita de esas tartas, a las que el panadero añadía una corona de cartón recubierta en papel dorado y que me hizo pensar en la que me pusieron de niña cuando salí de rey mago en la Pasada del Niño de mi escuela.
Así uno no entre en la panadería, al pasar por cualquiera en esta fecha, las tartas se ven al paso en las vitrinas junto a sus coronas, y entonces ya no cabe duda de que algo especial tiene que estar pasando para que el hecho se repita, y hasta recuerdo haberme preguntado si no tendría algo que ver con la presencia de la monarquía absoluta en la historia francesa.
No es sino hasta cuando cae la tarde que, al llegar al apartamento de nuestros queridos amigos Jean-Claude y Pierre, me encuentro con que en la mesa de su comedor también está una de esas tartas con corona incluida. En mi mente, el 6 de enero es el “Día de los inocentes”, del desfile de disfrazados y las “inocentadas” que solíamos hacer, y aunque no esperaba que este uso fuera universal, debo admitir que desconocía por completo lo acostumbrado en Europa. Ellos me explican que se trata de una “gallete des rois” para celebrar el “Día de Reyes” que, de hecho, es una tradición para ellos tan importante y arraigada como lo es para nosotros ir a ver a los “inocentes”.
Terminada la cena, Pierre parte la tarta aconsejándonos que mastiquemos con cuidado porque la sorpresa no acaba en el exquisito sabor cuyo secreto, por lo que tengo entendido, radica en la dosis justa de mantequilla mezclada con especias como la vainilla, nuez moscada, canela y otras que desconozco. Quien tenga la suerte de recibir el pedazo donde el panadero escondió la pequeña estatuilla de cerámica –en general una figura del pesebre-, es quien merece ser coronado/a. Jean Claude dice que hay quienes coleccionan esas figurillas, lo cual no es sorprendente porque son delicadas y al ser miniaturas tienen su arte y encanto.
El origen de la tradición se remonta a la festividad romana de las Saturnales, que se celebraban en honor del dios Saturno, con la particularidad de que sólo entonces los esclavos gozaban de raciones extra, e incluso recibían ciertas prebendas, tal cual la de que se nombraba a uno de ellos como “rey del día”, concesión que, dada su posición social inferior, debió anidar su grado de humor cruel, aunque esto ya es producto de mi fantasía más que dato documentado por los estudiosos de aquellas costumbres.
La estatuilla de cerámica aquel 6 de enero le tocó a Pierre, pero me la cedió a mí junto con la corona. Un par de años más tarde, mi amigo Laurent me mostró su colección de estatuillas, confirmando que el Día de Reyes cuenta mucho para los franceses, y constituye sin duda un atractivo cultural y gastronómico para quienes somos francófilos.