Por Eliécer Cárdenas
La “gran prensa” nacional, los canales de televisión más influyentes y poderosos, se han creído en el país una especie de árbitros supremos, capaces de dar modelos de comportamiento político y social, y de exigir a los gobiernos que marquen el paso de acuerdo a sus puntos de vista políticos, algo que sin duda es una extralimitación del papel orientador e informativo que debe cumplir un medio
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Varias son las lecturas y consecuencias del caso de El Universo, que mantuvo en vilo la atención de la opinión pública y los medios internacionales por sus características: el Presidente ecuatoriano demandando en su calidad de “ciudadano particular” al diario más poderoso del país, que se autocalifica nada menos que de “El Mayor Diario Nacional”, y en medio la justicia que debía fallar en el caso conforme a derecho y en estricto apego a los procedimientos judiciales con independencia respecto a la condición del demandante.
Es obvio que la figura de “ciudadano particular” del Mandatario en el proceso fue un subterfugio, ya que de hecho utilizó el ascendiente de su figura dentro del juicio, e inclusive para la defensa de El Universo su influencia habría decidido finalmente el cuestionado fallo, ratificado en dos instancias, del polémico juez Juan Paredes, al pago de 40 millones de dólares de indemnización, y prisión de tres años a los poderosos directivos del diario en cuestión, y al ex columnista Emilio Palacio. Frente a tan drástica sentencia se alzaron las voces de quienes invalidaban el fallo acusándolo de mero producto de las presiones emanadas desde el poder, pero quedó un tanto en sordina otra opinión, más objetiva quizá, que admitiendo que el artículo de Palacio era injurioso y merecía sanción, el procedimiento judicial no fue el mejor y por supuesto la sentencia fue desorbitada, excesiva.
Es cierto que la “gran prensa” nacional, los canales de televisión más influyentes y poderosos, se han creído en el país una especie de árbitros supremos, capaces de dar modelos de comportamiento político y social, y de exigir a los gobiernos que marquen
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el paso de acuerdo a sus puntos de vista políticos, algo que sin duda es una extralimitación del papel orientador e informativo que debe cumplir un medio.
Pero esta distorsión bajo el actual gobierno se transformó en un encrespado duelo de poderes, por un lado el del Presidente y su gobierno, y otro el de los medios, para dirimir finalmente quien vencía. Esto tampoco se enmarca en los procesos civiles de dirimencia de conflictos entre el poder y la prensa.
Igualmente, el caso de El Universo reveló otra realidad, esto es el poder mediático que a nivel internacional no tolera ningún menoscabo al excesivo rol que, en algunos países como el nuestro, ha poseído la llamada “gran prensa” y que a pretexto de defender la libertad de expresión, condenaron de forma sospechosamente unánime al Gobierno ecuatoriano por la sentencia a El Universo y sus directivos. Sin embargo, estas condenas por el caso ecuatoriano contrastan con el silencio o a lo sumo las discretas críticas que hacen a la Corte Interamericana de los Derechos Humanos a otras instancias por el asesinato de periodistas en Colombia, a manos de paramilitares, en México a manos de sicarios del narcotráfico y quizá de agentes del gobierno, cuando la defensa de la libertad de expresión debe comenzar por la defensa de la vida de quienes posibilitan esa libre expresión. Esto demuestra los diferentes criterios –politizados e ideologizados, sin duda- que tienen aquellos organismos respecto al tema de los medios y la libertad de expresión, que suele frecuentemente convertirse en el caballo de batalla de diferencias eminentemente políticas en el Hemisferio.
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