Por Julio Carpio Vintimilla

 

¿Hubo revoluciones en nuestra historia?  Sí, hubo dos: la Independencia y el Liberalismo. O -- si usted prefiere -- una revolución desdoblada; o una revolución en dos etapas. Veamos. La Independencia nos trajo la formación del estado nacional y los comienzos del republicanismo. Y el Liberalismo puso, en el país, los cimientos de la democracia occidental.  

 

El mismo Rafael Correa lo dijo: Ésta no es una época de cambios… Es un cambio de época… / En otras y equivalentes palabras nuestras: Ésta no es una revolución; es, solamente, una importante transición… Bueno, -- como dicen los abogados -- a reconocimiento de parte, relevo de pruebas. Y nosotros, en esto, ciertamente, estamos de acuerdo con él. Y lo estarán también -- gustosamente, suponemos -- los exclusivistas revolucionarios de la Coordinadora de la Izquierda. (Hoy día realineados en contra del Presidente, su ex líder.) Pero, en realidad, el asunto no es tan sencillo como nosotros, en este inicio, lo hemos planteado y esquematizado. ¿Y por qué? Pues, primero, por un detalle propagandístico: ¿No está el gobierno hablando sin cesar de la Revolución Ciudadana?  Segundo. ¿Los principales seguidores políticos de Correa no hacen lo mismo?  Tercero. ¿Y algunos intelectuales “orgánicos” -- nunca muy rigurosos, por cierto -- no insisten en aquello del Socialismo del Siglo XXl? (Un ente más bien imaginario, etéreo, fantasmal…) Hay, por lo tanto, -- entre las palabras de Correa y la retórica de sus partidarios -- unas notorias diferencias e incoherencias. Y -- presentándose así la cuestión -- nosotros, sus observadores, debemos mirarla, analizarla y  tratar de explicarla. Hagámoslo. Y empecemos por lo más amplio.
 
Hoy día -- en los medios intelectuales y científicos de Occidente -- el concepto y las prácticas de las revoluciones políticas están  considerablemente desprestigiados. El concepto se usa poco. (Se lo está aplicando, sin embargo, -- con una cierta adecuación apenas -- a las revueltas de los países árabes; las llamadas, metafóricamente, primaveras. Y recuérdese, a propósito, que dichos países viven, en general, en unas condiciones sociales bastante subdesarrolladas y  predemocráticas.) Y América Latina -- como parte del dicho Occidente -- está dentro de la regla. La revolución aquí -- como concepto social y como proyecto de largo plazo -- se propone sólo en unos pocos de nuestros países. (Esos que algunos han llamado -- a  falta de una caracterización sustantiva y mejor -- los “albinos”; por la ALBA, Alianza Bolivariana… Países que, por cierto, -- y  la coincidencia con los árabes no es casual  -- se ubican, lamentablemente, entre los más atrasados y hasta involucionados de nuestra gran región.) La Argentina, cerca de ellos, resulta, como en otros casos, una aproximación o excepción parcial y anómala. Ni está, ni deja de estar en el carenciado grupo…
 
¿Y por qué ocurre lo anterior?  Hay, por lo menos, cuatro razones. (1) Las grandes revoluciones políticas (democráticas) de Occidente ya se dieron. Hablamos de las revoluciones Inglesa, Francesa y  Norteamericana. Y -- por su misma naturaleza y circunstancias -- ellas fueron únicas y complementarias. Y han traído y dejado unos logros esenciales, capitales y duraderos en muchas sociedades modernas. (2) Al oponerse rudamente a las anteriores, los fascismos resultaron ser revoluciones al revés. Es decir, contrarrevoluciones. En un sentido muy auténtico, pues, dichos procesos fueron regresivos y antihistóricos. (3) Las revoluciones económicas -- socialistas o parecidas -- fracasaron, sin excepción, durante el siglo XX. (Unión Soviética, China, Cuba… En una muy importante medida, México, Bolivia1952…) (4) Hoy se reconoce, generalmente, que las grandes revoluciones humanas han sido las ideológicas amplias (religiosa monoteísta, filosófica, científica, liberal); o las tecnológicas (agrícola, urbana, industrial, informática). Frente a la extensión cuasi global de todas éstas, los cambios nacionales, o sectoriales, resultan procesos menores y fragmentarios. / Saque usted las consecuencias de tal conjunto de hechos… No tardará en darse cuenta que las jactanciosas palabras “revolucionarias”, de nuestros actuales caudillos, son nada más que aire; y que al aire van…
 
Y, ahora, cerremos mucho el enfoque del presente asunto. Y miremos sólo al Ecuador. ¿Hubo revoluciones en nuestra historia?  Sí, hubo dos: la Independencia y el Liberalismo. O -- si usted prefiere -- una revolución desdoblada; o una revolución en dos etapas. Veamos. La Independencia nos trajo la formación del estado nacional y los comienzos del republicanismo. Y el Liberalismo puso, en el país, los cimientos de la democracia occidental. Examinados tales procesos, -- con ojos actuales y  progresistas -- los dos parecen casi incuestionablemente importantes; y completamente diferentes de sus respectivos pasados mediatos e inmediatos. ¿Constituyeron, por lo tanto, unas revoluciones? ¿Unas revoluciones políticas circunscritas? Claro y seguro. Y, en este punto, debemos hacer una muy necesaria precisión: En varios de nuestros países, la Independencia fue un tejido prácticamente inextricable de hilos de nacionalidad y de liberalismo. De hecho, en realidad, fue, en ellos, una sola y única revolución. En el Ecuador, en cambio, no. ¿Y por qué? Pues, debido, sobre todo, a la existencia de una sociedad muy tradicional: religiosa, conservadora, clasista, castista… (La sociedad de la Sierra; la región que, en lo esencial y fundamental, formó el país. Quito -- observó Bolívar -- parecía un convento…) Por esta limitación original, el inevitable arribo del Liberalismo -- internacional y modernizador -- podía ser una revolución separada y particular. Y lo fue, aunque tardía… En lo principal,  pero no en forma exclusiva, Alfaro y sus continuadores -- los llamados, a veces, Viejos Liberales -- fueron los encargados de hacerla. 
 
Las transiciones son otra cosa. Y el Correísmo sí está haciendo, probablemente, una importante de ellas. Resulta instructivo, en este punto, recordar las anteriores. A ver. (1) El Progresismo de Luis Cordero; que da paso al triunfo del Liberalismo de Alfaro. (2) La “Revolución” Juliana. En realidad, un pronunciamiento socialistoide; que marcó el fin del Liberalismo ejecutor y el comienzo del Liberalismo inepto. (3) La Gloriosa. La “Revolución” que marcó el fin del Liberalismo inepto y la mayoría de edad del Populismo. (4) El Gobierno Nacionalista Revolucionario de Guillermo Rodríguez Lara. (Época petrolera, urbanización, aparece la clase media.) Otra vez, hay que poner “revolucionario” entre comillas. Esta transición señala el fin del Período Velasquista y el comienzo de lo que hoy podríamos ya, justamente, llamar la Democracia Boba. (La “Partidocracia” o la “Noche Neoliberal”  de la terminología correísta. La democracia que nació privada de inteligencia y de miras… La que casi nos deja en la condición de un estado fallido. ¡Nada menos!) 
 
Concluyamos. Bueno, en esta importante secuencia, el Correísmo está marcando el fin de la Democracia Boba y el comienzo de no sabemos que… (Porque eso sólo lo sabremos cuando acabe el mismo y, hasta, -- puede ser -- cuando acaben sus probables y parecidos continuadores.) Y notemos, aquí, por fin, que las transiciones tienen, históricamente, su propia importancia y sus propios significados. Hacer una buena transición nacional no debiera considerarse poca cosa.
 
Hoy día -- en los medios intelectuales y científicos de Occidente -- el concepto y las prácticas de las revoluciones políticas están  considerablemente desprestigiados. El concepto se usa poco. (Se lo está aplicando, sin embargo, -- con una cierta adecuación apenas -- a las revueltas de los países árabes; las llamadas, metafóricamente, primaveras. Y recuérdese, a propósito, que dichos países viven, en general, en unas condiciones sociales bastante subdesarrolladas y  predemocráticas.) 

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