Por Eugenio Lloret Orellana
Sin pluralismo no hay democracia representativa y participativa para el fortalecimiento de la sociedad civil. El pluralismo político se expresa a través de la libre organización y participación de movimientos y partidos políticos en elecciones y otras manifestaciones de la cultura cívica. Sin elecciones libres, justas y competitivas no está garantizado, desde luego, el pluralismo político
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Una sociedad democrática debe ser irrenunciablemente una comunidad pluralista en la cual conviven en un clima de tolerancia diferentes grupos económicos, sociales, ideológicos y culturales.
La defensa de la democracia pasa, entonces, por la irrestricta defensa del pluralismo en sus diferentes manifestaciones. Los sistemas totalitarios o los monopolios ideológicos constituyen las expresiones únicas de la negación del pluralismo en donde se impone una verdad oficial, razón más que suficiente para ser combatida sin tregua.
Sin pluralismo no hay democracia representativa y participativa para el fortalecimiento de la sociedad civil. Así, el pluralismo político se expresa a través de la libre organización y participación de movimientos y partidos políticos en elecciones y otras manifestaciones de la cultura cívica. Sin elecciones libres, justas y competitivas no está garantizado, desde luego, el pluralismo político.
El pluralismo ideológico se caracteriza por el respeto, la tolerancia, el reconocimiento al contrario y la libre expresión de las distintas ideas, doctrinas, creencias, valores y opiniones.
Gracias a un clima de libertad de pensamiento y de expresión, la sociedad se nutre del diálogo y el debate reparador sobre puntos de vista diferentes y hasta opuestos entre sí. La democracia como sistema de diálogos dignifica el ejercicio de la política.
Existen también el pluralismo social que permite la libre organización de los ciudadanos en los más diversos círculos de la sociedad civil y el pluralismo económico que hace factible la coexistencia tolerante de diversas formas de actividad económica y de propiedad en un ambiente de libertad.
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Asimismo, el pluralismo cultural y religioso, no sectario ni fanático, que permite a los pueblos y personas la libre expresión, la coexistencia pacífica, la tolerancia y hasta el diálogo entre diferentes tradiciones culturales y religiosas. Finalmente, una sociedad democrática debe aceptar la vigencia permanente de un pluralismo jurídico entendido como la autonomía administrativa, descentralizada y política que corresponde a los gobiernos locales y seccionales en el marco del estado de Derecho. Entonces, el dogmatismo y la intolerancia se constituyen en adversarios del pluralismo y de toda democracia participativa o representativa.
Los monopolios ideológicos que pretenden ejercer una hegemonía absoluta ahogando con ello el derecho de pensar son extremos peligrosos para la credibilidad de cualquier sistema político, debilitan la confianza social y dejan una sensación de autoritarismo en medio de impunidad y arbitrariedad.
Valía la pena recordar estos conceptos sumarios rescatados de una abundante enciclopedia política, ahora que el Ecuador entra en una nueva etapa electoral caracterizada por la incertidumbre y el desencanto en medio de rencillas y un debate mediocre, tan pobre en ideas como la retórica misma de la oposición política, llena de sectarismos, intransigencias, maniobras menores y proclamas huecas. Ni hablar de algunos políticos que deberían ingresar en la antología del disparate.
Los principios que antaño inspiraban respeto y adhesión corren el riesgo de ser materia de engaño y rechazo. Por eso, es el momento de hacer un alto a las distorsiones.
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