Por Yolanda Reinoso


 
Los creyentes en Alá se abstienen de comer en esas horas, de beber, fumar, tener relaciones sexuales e incluso de hacer ruido o hablar de sexo

 


El mes de Ramadán, que conmemora la revelación que recibió el profeta Mahoma de los textos sagrados del Corán, siempre es el noveno del calendario lunar, y varía cada año, como es lógico, al depender de los ciclos lunares. Esta vez, la celebración religiosa islámica inició el pasado 9 de julio.
 
Lo que no he visto variar a lo largo de mi estancia en Emiratos Árabes Unidos, son las costumbres tan arraigadas e íntimamente ligadas con la observancia de normas que hacen de este mes sagrado para los musulmanes, uno de los llamados “cinco pilares” del Islam.
 
Recuerdo muy bien en el 2002, cuando pasé por vez primera el Ramadán en noviembre, cómo me pareció de incómodo tener que abstenerme de comer o beber en público, bajo la advertencia para todos los extranjeros residentes del país en cuestión, de que la prisión por contravenir tal norma, aplica todo el mes que dura la festividad y es inapelable. 
 
Dicha prohibición se concibe en todos los emiratos como una manera de respetar el ayuno por el que  están pasando los seguidores de Alá, abstinencia alimenticia que rige las horas comprendidas justo antes del amanecer, hasta el atardecer cuando el muecín ha llamado a la última oración diaria. Los restaurantes abren para servir a los no musulmanes, pero las cortinas están siempre cerradas y las puertas se mantienen igual para que ni el olor de la comida alcance a quienes están ayunando. Tratándose de los patios de comida o de establecimientos que no permiten esconder la comida o los comensales, simplemente aplica la norma de que permanecen cerrados hasta el atardecer.
 
Según narraciones de musulmanes de India y de Pakistán, en sus países no hay tal exigencia, puesto que si el objetivo es sensibilizarse al vivir en carne propia lo que la gente pobre que carece de alimento y bebida, se desvirtúa la esencia del ayuno al crear un ambiente en el que, en apariencia, nadie disfruta del placer de la comida. El argumento en aquellos lugares  es que la gente pobre mira a los demás comer y beber sin posibilidad de mejorar su situación, por lo que para saber de verdad lo que se siente, habría que ver a otros disfrutar mientras se sufre por hambre y sed.
 
Los creyentes en Alá se abstienen no sólo de comer en esas horas, sino también de beber, fumar, tener relaciones sexuales, y en casas donde la interpretación del Corán es más rígida, incluso está prohibido hacer ruido o hablar de sexo.
 
El país entero se adormila a lo largo de este mes: las oficinas públicas atienden en horarios limitados, las privadas igual sobre todo si sus dueños son musulmanes. En el caso concreto de la actividad académica a nivel universitario, las clases se limitan en duración e intensidad, puesto que mal puede exigirse de estudiantes en ayuno, un rendimiento igual al que tuviesen en circunstancias normales.
 
Ahora bien, esto contrasta con las estadísticas que los medios publican al hacer cuentas al concluir el Ramadán, porque es el período del año en que mejor les va a los supermercados, restaurantes, etc., debido a que antes de la primera oración, los musulmanes consumen grandes porciones de comida, en un acto que se llama “suhoor”. Una vez hecha la última oración al atardecer, se lleva a cabo un verdadero festín denominado “iftar”, sea en casa o en los restaurantes que, en esta costumbre, encuentran su mejor fuente de ingresos del año. No me consta qué tan generosa es la comida de antes del amanecer, pero sí he visto la avidez con que comen los musulmanes en el “iftar”, y que no es muy saludable, pues llenan sus platos una y otra vez hasta hartarse tanto, que no  sorprende que, contrario a lo que se creyera, más bien durante Ramadán en Emiratos Árabes, la población practicante sube de peso sin control y a menudo termina en una consulta médica por complicaciones digestivas en el mejor caso.
 
Los otros rituales de la religión islamita, merecen otros artículos que ilustren lo diversos que somos los seres humanos cuando de creencias y costumbres se trata.
 
 
 
Tu peso en oro… 
La cadena BBC Mundo, a propósito del Ramadán y el sobrepeso, publicó en julio una nota que viene al caso: “la Municipalidad de Dubai encontró una solución bastante práctica: pagar a sus residentes por bajar sus kilos de más. Y el pago será en el valioso metal.
 
La autoridad de Dubai, perteneciente a Emiratos Árabes Unidos, anunció un concurso para sus residentes, basado en premiarlos con un gramo de oro por cada kilo que bajen. Tomando en cuenta el precio actual del metal, cada gramo corresponde a unos US 42. “Mientras más bajes, más ganas”, dijo Hussain Nasser Lootah, director general de la Municipalidad de Dubai, citado por el medio local “El Nacional”...
 
El peso mínimo a perder son dos kilos y quienes participen deben encontrarse con sobrepeso. Además, no pueden utilizar métodos alternativos poco saludables y han de estar presentes el último día, para la medición final del peso, después de las vacaciones de Eid el 16 de agosto”.
 

 

 

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