Por Julio Carpio Vintimilla

 

Se dice que Mario Moreno -- el famoso Cantinflas -- describió a la Argentina como un país al que millones de individuos querían hundir; sin conseguirlo…  En otras palabras, parece que el cómico mexicano creía que el gran país austral era un muy buen ejemplo de eso que algunos llaman un país-corcho. Así será o así sería. Pero ya no es. Porque resulta que si tantos insisten; y persisten en su perversa labor… Y, claro, un día, a alguien se le ocurrió atar al corcho, con un alambre, un buen pedazo de plomo. Y, de este modo, el insumergible corcho descendió al fondo del cubo de agua. ¡Propósito logrado! Ahora, expliquemos la metáfora: Hay formas efectivas de hundir a un gran país. He aquí algunas.

 

(1) Viva sin un proyecto.- Proyectar es vivir. Y lo es tanto para las personas, cuanto para los países. La Argentina grande se hizo cuando un país semibárbaro -- gracias a una excepcional y muy ilustrada dirigencia -- decidió transformarse en un país educado, próspero y democrático. Eso era, en el fondo, lo que los sociólogos sigloventinos llamaron el modelo agroexportador. Pero, desde comienzos del siglo pasado, -- y más aún desde la década de los treinta -- la Argentina se quedó sin un proyecto nacional. Suprimir la marginalidad o redistribuir la riqueza no son proyectos. Son tareas, más bien menores, que habría que haber ido haciendo sobre la marcha. (Peronismo.) Llegar al desarrollo es un objetivo ambicioso, pero considerablemente parcial. (Arturo Frondizi.) Hacer la revolución socialista es una utopía. (Y, vistas bien las cosas -- como se las ve hoy -- hasta puede ser un disparate o una locura.) (Izquierda marxista.) La Argentina debía haberse propuesto, en el momento preciso, ser una potencia mundial. Pudo y no lo hizo. El Brasil, en cambio, sí. Y vean ustedes a uno y a otra.
 
(2) Divida a la gente.- Es la clásica tarea de la demagogia y de la maldad políticas. La política buena logra consensos, fomenta la unidad social. (La buena política es una permanente negociación. José Mujica, Presidente del Uruguay.) Enfrentar a los marginados con la clase media; enfrentar a la gente del campo con los obreros; enfrentar a los empresarios con los empleados; enfrentar a los militares con los civiles es debilitar a la nación. Y meter en la cabeza de la gente que la política es la continuación de la guerra es un crimen contra el civismo y la paz.
 
(3) Dígale a la gente que tiene muchos derechos.- Para llevar a cabo la menguada tarea “justicialista” -- adviértase bien: no justa -- había que persuadirle a la gente de que tiene muchos derechos. Y, al revés, pocas obligaciones… Se inventó la célebre y totalmente demagógica máxima: Donde hay una necesidad, hay un derecho… / Nos preguntamos: ¿No habrá también una obligación? La obligación de prepararse, de trabajar, de esforzarse, de superarse… Pero la demagogia es siempre facilista, oportunista, simplona, egoísta, irresponsable…
 
(4) Viva el presente.- No proyecte; improvise… (La obra irá indicando lo que hay que hacer…) No ahorre; gaste todo lo que gana, endeúdese. No viva el día; viva al día. No aproveche su tiempo. (Déjelo transcurrir, mátelo, quémelo…) / ¿Me está usted diciendo que el presente es la materia prima del futuro? ¡Pavadas! El presente es la única y entera realidad. / Bueno, todo lo anterior es una grande inconsciencia y una plena y completa irresponsabilidad. Hay, al respecto, algo muy importante: Tener vida es tener futuro. Sólo los viejos -- porque su futuro se está acabando -- tienen el derecho de vivir la vida día a día. Los jóvenes y los adultos deben vivir el presente y, simultáneamente, ir preparando el futuro.
 
(5) Descuide la educación.- Los próceres de la Independencia -- ejemplos: Moreno, Belgrano, San Martín -- ya pusieron énfasis en la importancia de la educación. Sarmiento y los presidentes de la segunda mitad del siglo XIX establecieron un formidable y ejemplar sistema educativo. Con él, la Argentina fue el primer país del mundo que eliminó el analfabetismo. Y fue también el primero en democratizar la educación superior. (Acordarse de la ya casi centenaria Reforma de Córdoba.) Y así, se demostró, en América Latina, que la educación es la mejor escalera del ascenso social. (Viene aquí bien el detalle conocido, anecdótico e ingenuamente demostrativo: M’hijo, el dotor…) Y apareció, como consecuencia, una robusta clase media. / Pero, ojo: La educación exige un mejoramiento y un adecuamiento constantes. Y eso fue, justamente, lo que dejó de hacerse; sobre todo a partir de los años sesenta. Un deterioro, pues, de medio siglo. Y ahí están los resultados.
 
(6) Menosprecie la libertad.- América Latina es la tierra de los libertadores. El continente moderno nació, en efecto, bajo el símbolo de la libertad. Esa es, para nuestra ventaja, una gran herencia ética y civil. Pero, desgraciadamente, junto con ella, persiste una muy mala tradición de autoritarismo y caudillismo. Y, para peor, las influyentes revoluciones sociales del mundo sigloventino trajeron a nuestros lares una exagerada tendencia igualitarista. Y, así, se produjo un agudo conflicto de valores civiles. (Autoridad versus libertad, versus igualdad.) Y, en la confusión de marras, la libertad acabó maltratada y debilitada. Y, en la Argentina, más que en varios otros de nuestros países. El menosprecio de la libertad -- en amplias franjas de la ciudadanía -- es la gran enfermedad nacional.
 
Hay más aspectos de la cuestión. Y también un considerable número de subaspectos. Pero, por hoy, bastarán los ya señalados. Moralejas: No hay duraderos países-corchos. Un corcho se puede hundir artificiosa y malamente. No hay países “condenados al éxito”. (Una desafortunada frase del brasileño Fernando Henrique Cardoso sobre la Argentina.) Dios no es argentino; ni despacha en Buenos Aires… Y, por otra parte, el éxito de los países es el resultado de los objetivos que se proponen, de la sensatez civil que muestran y del esfuerzo que realizan. Y la suerte y las coyunturas pueden ayudar un poco o bastante… A tener en cuenta todo esto.

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