Por Marco Tello

Marco Tello Inmersa en una cultura, la vida individual ofrece poco lugar para la originalidad si se sabe que cada ser humano adviene a este mundo algo así como clonado por patrones de índole social: los gustos, las modas, los gestos, las actitudes, las creencias e ilusiones, y no hay novedad en afirmar que hasta el lenguaje es de antigua propiedad comunitaria 

De vez en cuando, aquí y en otros países, se generan noticias sobre plagios en la investigación académica. Los casos adquieren revuelo si las sospechas recaen sobre un personaje de figuración. De hecho, abrumados por las consecuencias, algunos inculpados abandonan la carrera pública. Para bien o para mal, entre nosotros, por la  falta de consistencia o  por el vaivén del acontecer político, las acusaciones no prosperan, y resulta mejor que así sea, dada nuestra inveterada predisposición a vivir del escándalo.
 
En el ámbito de la ciencia, la tarea será complicada para quien deba determinar la propiedad intelectual. Los recursos informáticos han multiplicado de tal suerte las posibilidades de acceso al conocimiento que el investigador se ve asediado en forma casi simultánea por miles de documentaciones entre las cuales ha de guiar su pensamiento para la inducción, la deducción, el análisis, la síntesis, la comparación, la generalización. Y es obvio que ese mismo recorrido ha de practicar quien asuma la responsabilidad de calificar o de juzgar la originalidad de un trabajo investigativo.  
 
Probablemente, no cabe trasladar al texto científico las razones que sobre tan delicado tema tendrían validez para el texto literario, debido sobre todo a la transparencia del primero y a la opacidad del segundo; en todo caso, resultará beneficiosa alguna breve reflexión colateral. En uno y otro texto, sin embargo, parodiando a Camus en el centenario de su nacimiento, convendría considerar si no será mejor estar por un momento de lado del trabajador intelectual y no de lado de los jueces. 
 
Todos somos plagiarios, afirmaba uno de los grandes maestros en teoría literaria, Wolfgang Kayser, si se toman en cuenta los empréstitos de ideas provenientes no solo de las fuentes literarias, sino también de la crónica, la historia, los periódicos, la tradición oral, las vivencias personales. Y recuerda a este propósito que en los albores de la literatura se halló un texto entre las ruinas de Babilonia en donde alguien se lamentaba, hace varios miles de años, de que todos los temas poéticos estuvieran gastados. 
 
 

 

Valga un par de ejemplificaciones más recientes. En el cuento “La pequeña Roque”, Guy de Maupassant describe con maestría el sentimiento de culpa que lleva al corpulento alcalde de Carvelin al suicidio; el tormento psicológico que asedia al asesino recuerda el estado de desesperación que vive el culpable en una de las cartas que dirige Séneca a Lucilo; asimismo, en la afirmación de que el alcalde “consideraba la Religión como una sanción moral de la Ley, inventadas una y otra por los hombres para regular las relaciones sociales”, parecería rondar la consecuencia negativa que provoca la idea  desarrollada por  Freud en “El porvenir de una ilusión”.
 
No ha de negarse, por supuesto, la probabilidad de que dos mentes alejadas en el tiempo y en el espacio lleguen a coincidir casi textualmente al pronunciarse sobre objetos de naturaleza similar, como ocurre si se compara este juicio de Agustín Cueva Dávila: “…libro admirable, pues no es fácil escribir, como él lo ha hecho, 115 páginas en las que no haya un atisbo siquiera de reflexión”, con este juicio de Voltaire: “Gracias a Dios disponemos de cincuenta y una ediciones de este libro, en el cual no hay una página donde se halle un vestigio  de sentido común”. Es indudable que se trata de una mera coincidencia que no menoscaba el rigor del gran ensayista ecuatoriano, puesto que de otro modo se habría encargado él de omitir aquella nota de pie de página en las reediciones  de “Entre la ira y la esperanza”, trabajadas en la plena madurez del escritor.
 
Hace pocos días, se denunció el plagio en un diseño gráfico. ¿Se hallará este campo ya libre de cuanto vemos que ha podido acontecer en el plano literario? Inmersa en una cultura, la vida individual ofrece poco lugar para la originalidad si se sabe que cada ser humano adviene a este mundo para ser modelado por patrones de índole social: los gustos, las modas, los gestos, las actitudes, las creencias e ilusiones, y no hay novedad en agregar que no solo las representaciones sensoriales sino también las palabras que las nombran son de muy antigua propiedad comunitaria.         
 
 
 
 
 
 

 

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