La demagogia suele echar a perder el lenguaje. Y, por lo tanto, los sentidos de los vocablos. Debido a esto, con mucha frecuencia, en las sociedades mal conducidas, las nociones políticas se tornan confusas. (Fenómeno que hay que explicar también, en América Latina, por la deficiente formación cívica de nuestras poblaciones.) Dada tal condición, es necesario, en algunos casos, aclarar debidamente algunos conceptos fundamentales. Por ejemplo, uno central y capital: el de la democracia. (Palabra que -- según las buenas o malas intenciones de los hablantes o habladores -- ha llegado a designar casi cualquier cosa.) / Bien, ante todo, acordémonos que la democracia es sólo una forma de gobierno. En principio y en estrictez, nada más que eso. Y no es, de ninguna manera -- como ciertos ingenuos o ilusos pretenden -- una especie de suprema perfección o bienaventuranza sociales. Es -- precisémoslo -- simplemente, la siempre perfectible gestión o conducción de las mayorías; con el complemento de la oposición constructiva y el participativo control de las minorías. (En una verdadera democracia, gobierna el pueblo completo: los que eligen, los que legislan, los que ejecutan, los que critican y evalúan, los que hacen justicia, los que se oponen, los que controlan… Un ejercicio de todos. De todos; dentro de un equilibrio institucional permanente; y en un delicado sistema de pesos y contrapesos. Eso es lo que modernamente se denomina democracia occidental; el más perfeccionado gobierno de los tres últimos siglos.) Así, pues, en efecto, la auténtica democracia será aquella de la famosa definición de Lincoln: El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Y no es -- no puede ser, por incompleta y deficitaria -- la postiza donación de los mesías populistas o esa diferida o utópica oferta de los salvadores socialistas. (Quienes, unos y otros, asumen para sí, en forma arbitraria, la función de darle al pueblo lo que, supuestamente, el mismo pueblo no puede conseguir por sus propios medios. Estará, entonces, claro, que tales inferiores sucedáneos de la organización social son seudodemocracias. Y, también, que sus agenciosos proveedores no son demócratas; sino, al contrario, dictatoriales y hasta totalitarios.) Y, en este punto, aparece, de manera oportuna, una diferencia muy grande y pertinente. Pongamos atención y veámosla.
Hela aquí. La otra forma básica de gobierno es la dictadura. Es ésta la forma más antigua, más rudimentaria y más injusta de organizar una sociedad. En pocas palabras y en rigor, la democracia y la dictadura son prácticamente las dos únicas formas de gobierno. Y, ahora, veamos que las segundas se presentan en diferentes tipos. (Desde el viejísimo despotismo tribal hasta los totalitarismos modernos; pasando por las clásicas monarquías del Medioevo.) Cualesquiera otras imaginables o reales formas de gobierno -- democracias guiadas, democracias limitadas, regímenes oligárquicos, aristocracias, monarquías ilustradas, dictablandas, democraduras… -- son nada más que clases intermedias o mezclas diversas de las dos antedichas. En definitiva, son sólo más o menos democracias o más o menos dictaduras… / Avancemos. Todas las formas de gobierno están basadas en ciertos valores sociales que hay que saber reconocer. Y, aquí, entramos en otro punto muy importante.
La auténtica democracia será aquella de la famosa definición de Lincoln: El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Y no es -- no puede ser, por incompleta y deficitaria -- la postiza donación de los mesías populistas o esa diferida o utópica oferta de los salvadores socialistas. (Quienes, unos y otros, asumen para sí, en forma arbitraria, la función de darle al pueblo lo que, supuestamente, el mismo pueblo no puede conseguir por sus propios medios. |
¿Y cuáles son los referidos valores? Pues, tres principales: la libertad, la igualdad y la jerarquía. (La fraternidad o solidaridad no es un valor social amplio; es, limitadamente, un valor grupal. Y, para el mismo caso, la religión, la nacionalidad y el ambientalismo suelen tener, salvo excepciones, una importancia menor.) Bueno, la libertad es el valor esencial de la democracia. Y es -- apreciándolo desde otro punto de vista -- su condición indispensable: Sin libertad suficiente, no hay democracia. Además, si se limita la libertad, automáticamente se estará limitando la democracia. Otra observación. Las dictaduras, en cambio, han solido tener a la jerarquía como valor esencial. (El poder viene de Dios, de una fuerza o mérito grupal, de una misión notable, del carisma del jefe…) Y, también, en los últimos siglos, algunas dictaduras han tomado la igualdad como valor supremo. (Socialismos diversos; sobre todo, los más radicales.) Detengámonos aquí; porque parece que ya hemos aclarado los puntos básicos. Y, ahora sí, vamos a lo que vamos.
Hay que notar luego que -- como todo en el mundo -- las democracias y las dictaduras son perecederas y transformables. Nacen, mueren; cambian, se alteran… Unas suelen, además, convertirse en otras, en el corto o el largo plazo. (La dictadura soviética duró setenta y cuatro años; y se cayó sorpresiva y aparatosamente. Algunas dictaduras árabes se han terminado en años recientes. La gigantesca, aunque más bien debilona democracia hindú, parece irse fortaleciendo… Obviamente, la fuerte, estable y duradera democracia estadounidense no podrá ser siempre igual, ni ser eterna…) Casos del mundo hispánico. La dictadura falangista española se transformó en una democracia semiparlamentaria. Las dictablandas ecuatorianas -- militares -- se transformaron, en los setenta, en una democracia muy incipiente y limitada…Y, actualmente, ciertas vacilantes y anémicas democracias latinoamericanas están derivando hacia formas encubiertas de dictadura. Esto ha ocurrido siempre. Así ha sido y así es.
Cada transformación de las dichas tiene sus características. Pero hay, desde luego, ciertas reglas generales. Citemos un par de ellas. Primera: Cuando una dictadura se convierte en democracia, el proceso es positivo y trae más bien poca conflictividad. (Retorno a la democracia chilena, después del Pinochetismo.) Segunda: Al contrario, cuando una democracia se convierte en dictadura, el proceso es negativo, involucionista, y suele traer mucha conflictividad. Recuérdese, por ejemplo, que, al final de la presidencia de Allende, Chile estuvo al borde de la guerra civil. (Y, si bien ésta se pudo evitar, el proceso trajo bastante represión y mucho odio. Y, claro, como siempre, hubo víctimas y victimarios.) ¿Y por qué se llegó a semejante grado de conflictividad? Pues, porque se había pasado el límite de la libertad y de la tolerancia. Hubo quien cruzó o quienes cruzaron un Rubicón… Y, luego, se produjo una traumática ruptura social. Y eso es eso. Y es muy grave.
Observemos, ahora, un detalle final. En una democracia, los intolerantes tienen su espacio y pueden vivir. (Si es que no recurren a la violencia.) Se les respeta; por el respeto que se les debe dar a la diversidad y a las minorías. En cambio, en una dictadura, las mayorías tolerantes -- en toda sociedad, las hay, siempre -- ven que sus espacios disminuyen; y que su vida política se vuelve difícil y, en ciertos casos extremos, hasta casi imposible. De este modo, las mayorías tolerantes se sienten avasalladas por unas minorías audaces, prepotentes y abusivas. En otras palabras, la voluntad de una minoría autoritaria se impone sobre el derecho común, el derecho de todos. (La ley, el derecho, es -- como se sabe -- el verdadero contrato social.) Y aquí, precisamente, está el límite de la ya señalada ruptura. Aquí está el definitivo límite entre la paz civil y la guerra civil. Y, al llegar a esta línea última, hay gente prudente, responsable y moderada que empieza a pensar en la desobediencia ciudadana. (Gente que, con toda razón, acabó perdiendo la paciencia…) Leído en alguna parte: Cuando la tiranía se convierte en ley, la rebelión se convierte en derecho. Leído en otra parte: La libertad no se negocia… (Se dice en El Quijote que la libertad es el único valor por el cual habría que dar la vida…) / Y estas son, por supuesto, palabras mayores. Y sólo se pronuncian cuando algo grave, muy grave, está ocurriendo. Mejor reflexionemos sobre ello; antes de que, para algunos de nuestros países, las cosas se pongan demasiada malas y sea demasiado tarde.