Por Yolanda Reinoso*
En un mes de agosto del año 1934, Hitler asumió el mando de la presidencia en las dos dimensiones de poder supremo del Estado en aquel entonces: jefe de Estado, jefe de gobierno (componentes de lo que se conoce como el “Reich”) y además, jefe del Partido Nazi
|
Por mucho que la figura de Adolf Hitler cause rechazo, los turistas que se pasean por Berlín buscan con ansias llegar a los sitios por donde el siniestro personaje pasó. Con esta ciudad ocurre, como con la mayoría de guías turísticas, que hay puntos de interés que están enfatizados con el lugar común de que no pueden dejar de ser vistos.
Está el edificio “Staatsoper”, que significa “ópera del Estado”, pues se trata del principal teatro operístico de Alemania. Su ubicación en el boulevard “Unter den Linden” es lo único que no ha cambiado. El edificio que hoy se aprecia, de portentosas columnas y estatuas a la entrada, con una hermosa estructura de diseño contemporáneo en vidrio al interior, no es el que en su momento le sirvió a Hitler para reunir a la gente y hablar de sus planes. Aquella edificación, de la que hoy sólo quedan fotos antiguas, fue bombardeada varias veces durante la II Guerra Mundial, hasta que finalmente su total reconstrucción tuvo que llevarse a cabo a fin de preservar la ubicación y la correspondiente referencia histórica, si bien no existen placas ni alusiones al asunto.
Otra edificación que vale mencionar es la denominada “Zeughaus”, que significa “casa del arsenal”, la más antigua de la ciudad. Hoy es el Museo Histórico Alemán, de forma que ofrece datos y objetos de valor histórico, sin concentrarse en los eventos relacionados con Hitler. Sin embargo, desde este edificio habló Hitler en repetidas ocasiones por el “Día de los Héroes de Guerra”. Cuenta la historia que en la última ocasión, en 1943, decidió dar un paseo por cada una de las habitaciones y rincones del “Zeughaus”, lo que ocasionó un retraso en su agenda, y que significó la venida abajo de los planes de asesinarlo que tenía Rudolf von Gersdorff, un oficial del ejército que lo esperaba con una bomba suicida que se activaría al momento en que abrazara a Hitler. La prisa de éste último por salir del “Zeughaus” impidió a Gersdorff consumar el abrazo mortal.
Hay muchos otros edificios que vieron pasar a Hitler y, aunque no conservan su fachada original, al menos son físicamente apreciables.
Los dos sitios que más curiosidad despiertan son: el edificio de la residencia y gobierno de Hitler, conocida en su tiempo como “Neue Reichskanzlei” (nueva cancillería), y el búnker donde el gobernante podía refugiarse de los bombardeos, a más de planificar los ataques, constantes persecuciones a los judíos, y el consecuente desarrollo de los campos nazis de trabajo y de concentración.
Ninguno de los dos lugares está en pie. Nada fue construido en su lugar que pueda dar cuenta de lo que fuera la residencia, y en el caso del búnker, sólo queda a nivel de la calle un letrero con una imagen digital de la estructura que habría conectado al jardín trasero de la cancillería, con el ingreso al búnker más profundo que, a su vez, conectaba a otros menos profundos cubriendo, bajo suelo, varias cuadras a la redonda. Cuando el gobierno cayó, la destrucción de ambos lugares se llevó a cabo frenéticamente, motivo por el que nada queda de los mismos.
Lo interesante del paso de Hitler por Berlín, visto desde la perspectiva actual, es que su presencia vergonzante no se enfatiza ni siquiera en los sitios reconstruidos; se recuenta, pero no se acentúa. Por el contrario, las placas y referencias son vagas; más bien, se esfuerzan por homenajear a las víctimas del gobierno nazi, tanto las que padecieron en los campos, como las que fueron perseguidas dentro del país bajo sospechas de no adherencia a los principios imperantes de la época. Este recorrido es pues, como ningún otro, de carácter simbólico y de aprendizaje sobre lo poco que ahondan en la memoria los personajes tóxicos.