Por Julio Carpio Vintimilla

 

Viveza criolla: meterse disimuladamente en una cola; dar menos vuelto que el debido; alargar los recorridos de los taxis; beneficiarse torcidamente, engañarle al ingenuo, aprovecharse de los giles…)Y, al llegar a la política, el vivo popular se convierte en coimero, buscador de rentas, hacedor de sobreprecios; el descarado que roba los dineros públicos pero hace obra para disimular…    

 
José Neira Muñoz -- cuencano; catedrático y humorista, entre otras cosas -- fue la primera persona a quien oímos usar la palabra conversatorio. Lo hizo como una broma: El Conservatorio de Música Rodríguez, de su ciudad, -- por razones que aquí no vienen al caso -- se estaba transformando en una especie de conversatorio. En aquel lejano entonces, no imaginábamos, por supuesto, que, con el tiempo, la palabreja iba a convertirse en un término culturoso de moda. Pero -- novelería, pedantería y zoquetería de por medio -- eso, justamente, es lo que ha ocurrido. Y, al momento, tenemos conversatorios de todo tipo, talla y condición: informales, feministas, ecologistas, impajaritables, vinofílicos, preeróticos, parasatánicos…; y  los hay hasta silenciosos, es decir, esos en que los intervinientes se comunican sólo con señas. Hagamos -- para aclarar la idea -- la respectiva consulta lexicográfica. En el diccionario Moliner abreviado, el término no está; en el Integral Argentino, tampoco; en cambio y sorprendentemente, en el DRAE sí consta. (Como un americanismo de cuatro sentidos: (1) grupo de especialistas o conocedores; (2) una conversación pactada y específica; (3) una mesa redonda; y (4) una rueda de prensa. No hay el sentido, dicho al principio, de un lugar destinado al recibo o a la conversación. (El antiguo y el nuevo sentido de la palabra locutorio.) / Bueno, y ahora preguntémonos: ¿Tiene justificación el neologismo?  Nosotros creemos que no. Es feo, desmañado y, sobre todo, muy innecesario. Pero ahí está y estará, muy sólido y muy solicitado; nos guste o no… Así se viene la vida…Y, para bien o para mal, hoy día, las academias de la lengua se limitan a pescar en las crecientes; ya ni limpian, ni pulen, ni fijan, ni dan esplendor… ¿También, en este espacio educado, nos está ganando el populismo?
 
Y valga la introducción para tratar un temita de moda. A finales del último Setiembre, se realizó, en Quito, el ELAP, Encuentro Latinoamericano Progresista. (Un real y verdadero hiperconversatorio politicoide. Resulta difícil definirlo con palabras más sencillas. Asistieron al mismo 37 grupos de la retroavanzada izquierda iberoamericana. Sobró la palabrería arbitraria, presuntuosa y excéntrica: Arrebatarle a la derecha el monopolio del concepto de libertad; tomar el Cielo por asalto; practicar un leninismo amable; vengar el triunfo franquista… Verdaderas maravillas dialécticas… ¿Encuentro de la Lata Populista? Así, la cosa parece estar mejor…) Hubo en el tal un tema privilegiado: la restauración conservadora. Ésta es, para empezar, la denominación redundante de un supuesto antojadizo. Porque ya sabemos que restaurar significa reponer. Y, desde luego, sólo se puede reponer lo conservado. (Lo arruinado, ya no se repone. Y reponer lo nuevo es una completa contradicción…) Pero, no nos perdamos en los detalles. Vamos al grano. ¿Cree usted que es posible, en el Ecuador, una restauración política al muy antiguo estilo de García Moreno? (No embromemos… Luis Cordero -- a finales del siglo XIX -- ya se consideraba a sí mismo, precisamente, un progresista; y Camilo Ponce -- en los años cincuenta -- ya se consideraba un socialcristiano contemporáneo…) Entonces, más bien, no tratemos de encontrar sustancia aquí, donde sólo hay el vacío. Y concretemos. Los momentos más importantes y significativos de la especialísima reunión deben haber sido aquellos en los que -- cebiches y cervezas de por medio -- los gozosos y misteriosos partícipes se restauraban… conversadoramente… (Le debemos a Francisco Febres Cordero la elección del sentido alimenticio del verbo. Y, claro, al buen profesor Neira el juego de palabras que lo completa y complementa.) Cerrado el asunto. Vamos a otra cosa.
 
Cuando la picardía peninsular llegó al austral y caudaloso Río de la Plata, se fue convirtiendo, gradualmente, en la tan famosa y conocida viveza criolla. La que, al paso, incorporó porciones de la astucia del indio, el permisivismo del gaucho, la pillería de los italianos; y fragmentitos parecidos, de otras procedencias…
Segundo tema. La viveza criolla y sus derivaciones. Afirmación inicial: La viveza criolla desciende de la picardía española. (Atención, atención: No les estamos echando a los peninsulares la culpa de nuestras fallas. Las asumimos plenamente. ¡Dios nos libre de las acusaciones adolescentes!) Bueno, a ver… ¿Cómo es eso? Pues, a propósito, oigan ustedes la siguiente historieta. Imperio Argentina -- argentina, hija de ingleses; y, sin embargo, destacada cantaora de las letrillas matripatrenses -- tenía, entre sus éxitos de los años cincuenta, uno titulado ÉCHALE GUINDAS AL PAVO. Era una de esas canciones con un argumento más bien amplio. Un gitano -- que estaba huyendo después de cometer una de sus usuales trapacerías -- cae, por accidente, en un gallinero. Allí, encuentra a una pareja de pavos en plena acción amorosa. Oportuno y rápido de reflejos, el gitano los agarra y los mete en su saco. Al llegar a su casa, muy contento, le anuncia a su mujer que van a asar a los pavos. Lo hacen. Pero, al rato, aparece por allí un agente de la Guardia Civil; bigotón, de aspecto bastante amenazador y con su respectiva arma. Y, entonces, ocurre lo impensable. En lugar de tomarle preso al gitano, el policía reclama su parte en la comilona: ¡¿Cómo va a ser eso de que yo no pruebe ni un ala!? Bien, ya lo han visto ustedes,: picardía popular pura y rotunda. Ésa misma que, hasta, llegó a producir un género literario muy típico de España: la picaresca medieval. 
 
Y, ahora, al punto pertinente. Cuando la picardía peninsular llegó al austral y caudaloso Río de la Plata, se fue convirtiendo, gradualmente, en la tan famosa y conocida viveza criolla. (La que, al paso, incorporó porciones de la astucia del indio, el permisivismo del gaucho, la pillería de los italianos; y fragmentitos parecidos, de otras procedencias… Resultados populares y concretos: meterse disimuladamente en una cola; dar habitualmente menos vuelto que el debido; alargar los recorridos de los taxis; en otras palabras, beneficiarse torcidamente, engañarle al ingenuo, aprovecharse de los giles…) Y, al llegar a la política, el vivo popular se convierte en el coimero, en el buscador de rentas, en el hacedor de sobreprecios; en el descarado que roba los dineros públicos, pero hace obra para disimular… Y -- en los tristes tiempos de la decadencia política y la disolución social -- en el formador de cleptocracias, de kakocracias (gobierno de los peores), de mafiocracias…/ Y como los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen… A tal pueblo, tal gobierno. Entonces, pueblo inmaduro y populista, gobierno inmaduro y populista. Ya está ¡Listo el pavo! ¿Les suena esto a algo actual y generalizado en nuestra gran región? Lo es. Es parte de las tragedias públicas del más o menos atribulado presente de la América Latina. Y, así, hemos terminado este tema picaresco, poniéndonos serios. Volvimos a las nuestras…
 
Y, ahora, cambiemos; porque siempre es bueno cambiar. Y hagámoslo -- como decía Adolfo Bioy Casares -- tomando un fruto del cercado ajeno. Esta vez, leemos EL PAÍS, de Montevideo, Uruguay. Un articulista -- que, a su turno, cita a un amigo suyo; con lo cual, la autoría se vuelve ya bastante lejana y nebulosa -- sostiene que la vejez es la época de la vida en que el orden natural de los cosas se altera por completo. Lo que debe ser pequeño, se hace grande: la barriga, la próstata… Lo que debiera ser grande, se hace pequeño: los propósitos, la voluntad, el optimismo… Lo que debe ser blando, se vuelve duro: las arterias, la cabeza… Y lo que debe ser duro, se vuelve blando: los músculos, los huesos; y, claro, adivinador, también algo que usted ya adivinó. 
 

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