Por Eliécer Cárdenas
Es improbable una guerra internacional con nuestros vecinos, peor con países de otras latitudes, y se impone la reconversión de las Fuerzas Armadas, para volverlas más pequeñas y ágiles, disuasivas antes que con aparatajes de países del Medio Oriente
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El estamento castrense tuvo un sacudón –por decir lo menos- cuando el Presidente de la República anunció inopinadamente que se iba a enviar oficiales y soldados a otras instituciones como bomberos, guardias forestales, aduanas, porque el Ecuador debía reducir sus Fuerzas Armadas. Los militares ecuatorianos, incluidos en ellos a marinos y aviadores, como los de cualquier parte del mundo, tienen sus tradiciones, ritos y rituales, además de ciertos privilegios por ser gentes cuyo oficio, teóricamente cuando menos, es matar o morir en función del noble ideal de la Patria, conceptos hoy en crisis en el Planeta entero, por diversos motivos que no viene aquí al caso analizar.
La última gesta del Ejército fue la del Cenepa, curiosa y tristemente una de las pocas guerras en la historia de los conflictos mundiales que se ganó, oficialmente por lo menos, para perder ignominiosamente el Ecuador en Brasilia, donde los “componedores” garantes no le dejaron ni siquiera el mínimo trofeo de la “Oreja del Cenepa”. Ciertamente a estas alturas es improbable una guerra internacional con nuestros vecinos, peor con países de otras latitudes, y se impone la reconversión de las Fuerzas Armadas, para volverlas más pequeñas y ágiles, disuasivas antes que con aparatajes de países del Medio Oriente.
Pero aquello, dicho en voz alta por el Primer Mandatario provocó escozor porque en el Ecuador, como en la mayor parte de países latinoamericanos, los uniformados se hallaban acostumbrados a llevar la voz cantante e inclusive por períodos más o menos largos a gobernar.
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¿Faltó cortesía de parte del Ejecutivo para primeramente sondear al elemento militar sobre su propuesta? En cualquier caso, el Presidente recordó a las tres ramas de las Fuerzas Armadas que él es su Comandante en Jefe, así nunca haya hecho otro servicio de uniforme que el de Boy Scout en su infancia y adolescencia. Los militares luego de una pataleta televisiva, callaron, a la espera de que la idea se matice, se socialice, como ahora se estila, y finalmente se empaquete y salga a la Asamblea.
De un Ejército que vivía con el rencor de la derrota del Cuarenta y Uno en la mente, debemos pasar a unas Fuerzas Armadas, a un cuerpo algo parecido a la Guardia Nacional de Costa Rica, que está para resguardar sus fronteras como es su misión, pero también para tareas de paz fundamentales en el desarrollo del país. El no portar armas en todo momento no debe mirarse como un menoscabo ni un baldón para un soldado, así como ahora es atractivo mirar una mujer en uniforme de camuflage. Claro que la cortesía “Noblesse obliga” impone a civiles y uniformados unas maneras que conviene cuidar a fin de que se eviten malos entendidos o “deslices” como se dijo oficialmente. Si hay que cambiar a las Fuerzas Armadas, que se lo haga comenzar previamente dialogando con los directamente involucrados. Claro que hay otros asuntos de por medio a resolver como los comisariatos militares, los retiros y sus pensiones, amén de las condecoraciones a las que suelen ser tan afectos los medios castrenses, haya guerras o no.
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