Cuenca fue la primera ciudad del país en contar con la organización que desde 1966 cumple una función de enorme trascendencia social y humanitaria
César tomó el último trago de licor hace 30 años y Marcelo hace 12. Además, son padrinos: entre ellos se cuidan para no volver a embriagarse en el resto de la vida y son confidentes de sus situaciones más personales e íntimas.
En Azuay funciona desde el 20 de marzo de 1966 la organización Alcohólicos Anónimos, que cuenta con locales distribuidos en Cuenca, algunas parroquias y cantones de la provincia. “Somos unas 250 personas las que pertenecemos al núcleo de A.A. de Cuenca, 1.400 en el país y 2.5 millones en 113 mil grupos que funcionan en 185 países del mundo”, comentan.
Alcohólicos Anónimos se fundó en Akron, Estados Unidos, el 10 de junio de 1935. Bill Wilson y Bob Smith, bebedores empedernidos que pasaron por clínicas y tratamientos médicos para dejar el licor, sin lograrlo, decidieron beberse ese día la última copa y mantuvieron la decisión por siempre. La voluntad de cambiar su vida fue más poderosa que la ciencia médica y la privación forzosa. Su caso se convirtió en ejemplo y origen de la organización repartida por el mundo.
César es profesional de la ingeniería. Solía beber con los trabajadores “para tomar fuerza”, pero acababa en la embriaguez total y al otro día, para curar el cuerpo, empezaba por aplacar la sed con una cerveza y pasaba luego al trago fuerte, hasta repetir dos o tres días consecutivos la ingesta que se fue haciendo cada vez más frecuente y prolongada.
La familia sufría las consecuencias de la irresponsabilidad paternal, reflejada en el deterioro de las relaciones, las carestías económicas, los enojos no disimulados entre los padres. César acabó por reconocer que su alcoholismo era una enfermedad: el primero de los doce pasos constantes en el libro de A.A., el paso más importante para empezar el tratamiento voluntario y definitivo.
Como él, muchas personas optan por este camino. La mejor terapia es la conversación con quienes padecen el mismo problema. “Nadie comprende mejor a un borracho que otro borracho”, dice César, mientras da una palmada en la espalda a Marcelo, su padrino, que le acompaña en la conversación con el periodista. Lo importante es decir no a la primera copa y acostumbrarse a sumar los días que pasan sin beber, luego los meses y los años.
Ellos recuerdan que cuando eran presa del alcoholismo cualquier pretexto era justificación para la bebida: si hace frío, si hace calor, un problema doméstico, la pérdida de un ser querido, el enojo con un vecino. “Además, en nuestro medio se acostumbra ingerir licor por cualquier motivo: el nacimiento de un niño, un matrimonio, el fin de semana, la muerte de un amigo, la pelea entre esposos, en fin…”.
Las reuniones de A.A. son absolutamente privadas. No hay un jefe o director de cada grupo, sino un coordinador que escogen los asistentes para facilitar la conversación y el intercambio de experiencias. No hay más estatuto que la aceptación de ser miembro del grupo y estar decidido a no beber. A veces asisten mujeres, pero son pocas las que se deciden, “porque las mujeres son poco afectas a exhibir su vicio en público, pero que las hay, las hay en mayor cantidad de las que aparecen”,dice César, quien explica que ellas tienen recelo al estigma social.
La organización es apolítica y no religiosa. La libertad predomina en cada recinto, en el que se ejerce la democracia en la forma más plena. A cada centro asisten personas desde los 18 hasta más de los 80 años de edad: hay profesionales, maestros, a veces sacerdotes, también obreros, artesanos, comerciantes y gente sin ocupación, todos animados de la decisión de renunciar a la ingesta alcohólica. No son raros los casos de que asiste un padre con uno o dos hijos “compañeros de chupe…”. El ambiente que predomina en las reuniones es de camaradería, amistad, respeto, cualidades que se incrementan hasta convertir a cada núcleo en un centro de fraternidad.
La sobriedad caracteriza a las oficinas de los grupos de alcohólicos anónimos |
En Colombia se había realizado un evento científico sobre el alcoholismo y los delegados de Cuenca conociendo la experiencia de los A.A. de ese país se propusieron fundar algo igual en esta ciudad. Las convocatorias iniciales eran recelosas, medio clandestinas, medio ocultas, pero Cuenca fue la primera ciudad del Ecuador en la que funcionó un núcleo de A.A., a partir del 20 de marzo de 1966.
El número de asistentes a cada grupo varía: a veces sube, a veces baja, pues no se descartan casos de miembros que desaparecen por temporadas y regresan a las reuniones semanales en las que confiesan sus “recaídas”. Hay quienes no vuelven más.
En todo caso, la verdad es que en Cuenca, como en el país y en el mundo, no todos los que padecen la enfermedad del alcoholismo se asocian. Más son los que no lo hacen y pasan la vida como “bebedores sociales”, expresión disimuladora de algo que acaso debería calificarse más acertadamente como un vicio cuya curación no está en los planes del “paciente”.
Miembros de la organización A.A. de Cuenca promueven la Conferencia de Servicios Generales, para este 10 de junio, para conmemorar un año más de la fundación de la organización. Será en el auditorio del Gobierno Provincial del Azuay.
En la misma fecha, esperan dar una rueda de prensa para informar, a través de los medios de comunicación, el papel que cumplen en beneficio de la sociedad, así como para invitar a la ciudadanía en general para que conozca de la existencia de una entidad absolutamente privada, independiente y libre, cuyo destino es cumplir una labor de servicio a la colectividad, especialmente a las personas que necesitan ayuda para salir de los precipicios del alcoholismo.