Por Yolanda Reinoso*

Un corto viaje en tren desde Ámsterdam lleva a Alkmaar, pueblo de unos 100.000 habitantes, cuyo encanto atrae a miles de turistas desde el fin de primavera hasta inicios del otoño, de abril a septiembre
 
 
El pueblo tiene el típico estilo holandés, con casas de hasta cuatro pisos, estrechas, con la misma fachada que se ve en el centro de Ámsterdam, y la plaza central también tiene el estilo de las que se ven en la gran ciudad. Talvez por estas características en común, a menudo Alkmaar pasa desapercibida como localidad de interés.
 
Sin embargo, estamos aún en verano, por lo que cada viernes la plaza central de Alkmaar se llena de gente del lugar, pero también de visitantes del resto del país y del mundo. El piso está cubierto por quesos Gouda gigantes, como la rueda de un camión de carga y hay algunos hasta más grandes. A las 9:50 a.m. , toma el micrófono un hombre vestido de blanco, cuyo sombrero amarillo combina exactamente con el color de los quesos desplegados. En neerlandés, según el programa, da la bienvenida a los concurrentes, y aunque nuestro nulo conocimiento de ese idioma no nos permite dilucidar el mensaje principal, es interesante ver cómo quienes sí lo entienden, prestan una atención muy solemne.    
 
Posteriormente, el hombre levanta en alto una campana. En cuanto la hace sonar, todos aplauden con júbilo, pues el mercado queda oficialmente abierto; aunque no se sabe con exactitud cuándo empezó esta tradición, los datos históricos indican que en el año 1.365, el gobierno concedió a Alkmaar el derecho a pesar los productos que fueran a comerciarse, lo que debe haber formalizado las ventas susceptibles de peso. Por supuesto, el queso no es la excepción.
 
En las mesas dispuestas alrededor de la plaza, se puede hablar en varios idiomas con los vendedores. Lo colorido del mercado es una pintura en vivo: los quesos amarillos, los trajes blancos, los sombreros rojos, amarillos, verdes, los trajes azules, rojos, a cuadros de las damas, llevando en la cabeza el típico sombrero blanco de algodón, de forma triangular, con puntas que parecen alas, como los que se ve en muchas de las obras de los pintores neerlandeses de la Edad de Oro.
 
Los tamaños de los quesos dispuestos en las mesas son normales; hagamos de cuenta un queso comprado en el supermercado. Los vendedores ofrecen pequeños pedazos para que una prueba convenza al comprador, y los hay de varios tipos y en distintos estados de maduración. Por ser el comercio de quesos una actividad tan preponderante en Alkmaar, hasta los niños participan junto con sus padres en las ventas, aprendiendo el negocio familiar y el valor del trabajo.
 
A las 11:15 comienza el espectáculo principal que a tanta gente atrae: se anuncian los equipos a competir, y al sonido de la campana, dos hombres de cada equipo hacen uso de sus fuerzas para levantar, ayudados por un arnés que conecta sus tirantes con una estructura de madera similar a una carretilla sin la rueda, en la que reposan ocho pesados quesos Gouda gigantes, un total de casi 300 libras. La estructura pesa 55 libras, y cada queso casi 30 libras, carga que es llevada, lo más rápido posible, en un paseo alrededor de la plaza. Pese al esfuerzo que eso debe representar, los hombres compiten con agilidad y muchos lo hacen con una gran sonrisa mientras saludan al público que los vitorea. Cuando arriban al punto del que partieron, salen de inmediato los dos siguientes hombres del equipo, y así hasta completar cuatro vueltas. Cada equipo es una asociación de queseros que, conforme las normas locales, debe formarse con un total de 30 miembros más el que preside.
 
Pese al aspecto competitivo de las ventas y de las carreras con los quesos, la energía que pende en el ambiente es de festejo y orgullo de las tradiciones del pueblo. Para asegurar que la armonía se mantenga en todo sentido y momento, se prohíbe llegar tarde al mercado, fumar, beber y usar vocabulario soez; parte de las multas que podrían colectarse por infringir estas y otras regulaciones, se dedican a financiar una escuela pública situada en el pueblo del mismo nombre, en Surinam, que alguna vez fue colonia holandesa.
 
Apreciar un mercado tan tradicional, a más de hermoso, en un país tan desarrollado, confirma que es factible conservar lo propio sin necesidad de atrasarse.
 
 
 

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