Por Eugenio Lloret Orellana
Por medio de ellos el hombre logra resumir sus experiencias vivenciales en decires cortos y sentenciosos, que se irán difundiendo de generación en generación, trascendiendo fronteras entre pueblos y barreras idiomáticas | |
Los proverbios, considerados por muchos como el compendio de la sabiduría humana, se remontan a la antigüedad. Varios estudiosos afirman, en este sentido, que antecedieron a los libros, e incluso a la escritura, ya que se transmitían oralmente. Por otra parte, los proverbios han tenido desde siempre una difusión universal. Se sabe con certeza que existieron en civilizaciones antiguas, tales como las de China, Egipto, la India y Persia, y naturalmente en las culturas griega y romana.
Los proverbios constituyen, de hecho, una forma de literatura oral. Por medio de ellos, el hombre logra resumir sus experiencias vivenciales en decires cortos y sentenciosos, que se irán difundiendo de generación en generación, trascendiendo fronteras entre pueblos y barreras idiomáticas. Los filólogos son unánimes en afirmar, al respecto, que muchos proverbios son comunes a pueblos distintos, en formas muy similares o con pequeñas variaciones. Así, un proverbio que ofrece un buen consejo reaparece, en versión similar o en diferentes variantes, en distintas culturas.
En todas se dan el amor y el desengaño, el pesar y el consuelo, el desconcierto y el consejo, la pesadumbre y el regocijo. En todas partes se intenta extraer lecciones de la experiencia, para transmitirlas al prójimo o legarlas a las generaciones futuras. Aunque parezca lógico, pues, que los mismo motivos reaparezcan en los proverbios de diferentes pueblos, lo notable es que la formulación misma sea muy similar. Y en todas partes, los proverbios abarcan diversos aspectos de la existencia del hombre y los distintos motivos de su existencia.
El Libro de los Proverbios, en particular, está compuesto casi íntegramente por máximas morales, que atañen a todas las facetas de la existencia humana: la vida y la muerte, el trabajo, la naturaleza,
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la enfermedad, la actitud ante necios y sabios, el amor y los celos, y mucho más. La Biblia, traducida a centenares de lenguas, se ha difundido por el mundo entero y hoy sus versículos se citan en todo lugar y ocasión; además, han ejercido una influencia considerable en las religiones y civilizaciones de toda la humanidad: no en balde se le llama “ Libro de los libros “. Sí antes señalábamos las raíces antiguas de los proverbios y su uso, quizá el mejor ejemplo de ello está justamente en la Biblia, cuyas máximas morales y preceptos tienen hoy día carácter proverbial en el mundo entero.
Los proverbios constituyen expresiones sumarias, inmediatamente captadas de experiencias conocidas que proponen una guía o modelo de comportamiento. En una sociedad globalizada, donde los medios de comunicación juegan un rol importante en la formación de opiniones, recurrir a ellos en un discurso público no es tan inocente ni probablemente tan espontáneo como cuando lo hacía la abuela, esconde una forma de manipulación, pues como la gente cree que el refrán contiene una verdad, violarlo es ir en contra de una certidumbre avalada por culturas y pueblos.
El refranero es parte del folklore de un pueblo, porque es anónimo y tradicional, y porque anda de boca en boca y de generación en generación, ofreciendo la sabiduría de la experiencia con la oportunidad de las necesidades del espíritu y del vivir cotidiano. Pero el refrán es del pueblo y no siempre el pueblo es su autor original. Este lo recogió mucho de los maestros y por medio de ellos, de las fuentes clásicas de la cultura universal.
Hablar por proverbios y refranes ha sido una manera de justificar las acciones propias y de inducir las ajenas con el respaldo de la sabiduría acumulada durante siglos.
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