Los semáforos “inteligentes”, los estacionamientos tarifados, los cuidadores de carros y las marchas por el centro histórico son parte del paisaje automotriz de la congestión urbana
Angel Pacífico Guerra
Carros encima de los carros: en el centro histórico de Cuenca no caben más carros. Su cantidad desborda las calles y los atolladeros son un horrible espectáculo del paisaje patrimonial.
¿Hay alguien que intente buscar soluciones? Al contrario, parecería aceptarse la situación como mérito de ciudad moderna: los carros y los semáforos son símbolos de desarrollo, progreso y “bienestar”. ¿Pero sirven para algo los semáforos, tal cual operan, descoordinados, mal llamados “inteligentes”? En tiempo de racionamientos eléctricos, los semáforos apagados facilitaban la circulación. ¿No cabría probar con desactivarlos para evitar la paralización que producen cuadras a la redonda tal como tontamente están funcionando?.
Negocio tarifado: el estacionamiento tarifado es negocio redondo. Pero ¿cómo es posible que en el centro histórico la mitad de las calzadas se ocupe para tal fin, en vez de duplicar la circulación de los automotores por los dos carriles? Es una explotación a los dueños de carros, quienes pagan por el peaje al matricularlos y pagan por estacionarse, aparte de sobrepagos a los “cuidadores” apropiados de espacios públicos a los que hay que regalarles dinero para que no hagan daño a los vehículos.
Un absurdo exclusivo: se pretende fijar en las calles del centro histórico un carril exclusivo para los buses. Los conductores que necesiten virar a la derecha deberán dar un manzano para tomar la ruta, contribuyendo a más congestionamientos y demorándose impacientes para respetar la imposición absurda en una ciudad con tantas complicaciones de circulación. Por favor, faciliten, pero no entorpezcan más la circulación por las calles de Cuenca. ¡Por favor!
¡Ay…las procesiones! Ya es tiempo de pararles el carro a las procesiones y marchas conmemorativas de cualquier pavada por el centro histórico. Son un abuso, un atentado contra la libre circulación, que provocan impaciencia y cólera de los conductores, quienes a más de las habituales molestias deben sufrir la histeria de esperar que los devotos de cualquier santo cristiano o pagano acaben de tomarse las vías públicas. Ya basta, por favor… por favor! Hay que pararles el carro a los “técnicos” de la inmovilidad.