Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret Resulta evidente que si queremos obtener resultados y reducir la demanda de drogas hay que atacar las causas del problema y devolver sentido a la vida, promoviendo sociedades respetuosas de los valores de la familia y de la cultura, sean éstos religiosos, morales u otros
   
   

 

La droga destruye, corroe, mata. No caben dilaciones ni concesiones en esta guerra desigual que estamos librando contra la droga, una de las pocas en las que debemos estar siempre alertas. Pero no hay que equivocarse de adversario. Luchar contra la oferta, y por consiguiente el tráfico de drogas, es desde luego imperiosa tarea. Pero también hay que atacar las causas de la demanda, y en ese empeño tampoco hay que errar el blanco.
 
En pleno siglo XXI el uso indebido de drogas, promovido por inmensos intereses económico - ¡ abominables intereses ¡ -, ya no puede explicarse como un problema individual, como el desgraciado encuentro entre una persona y una sustancia tóxica. Sin obviar los aspectos personales del problema, es preciso reconocer que la drogadicción se ha convertido en un fenómeno social, que tiende a desestabilizar el tejido económico, político y cultural de las comunidades. Más allá de la responsabilidad personal, está la responsabilidad de la sociedad, a la que incumbe, en su conjunto, participar en el fomento de una forma de vida que excluya el uso indebido de drogas.
 
Los drogadictos no son culpables. Debemos acogerlos y ayudarlos en lo posible antes de que desgarren a sus familias y terminen por destrozar su propia vida. El principal enemigo se esconde en las motivaciones profundas que conducen al consumo de estupefacientes: la marginación, la exclusión, la extrema pobreza o el hastío de lo superfluo.
 
Pero, detrás de este infierno, lo que hace estragos es la crisis moral causada por la desaparición de modelos tradicionales de referencia. Ese vacío da la impresión de que el mundo globalizado carece de sentido y empuja a otros a perseguir sólo el éxito y la realización personales.
 
Resulta así evidente que si queremos obtener resultados y reducir la demanda de drogas hay que atacar las causas del problema y devolver sentido a la vida, promoviendo sociedades respetuosas de los valores de la familia y de la cultura, sean éstos religiosos, morales u otros. Se trata nada menos que de proporcionar a los jóvenes no únicamente medios de vida, sino razones para vivir.
 
La educación preventiva desempeña en este sentido una función esencial, a condición de que no sea sólo informativa, sino también formativa. Puede convertirse en un instrumento para construir y desarrollar la personalidad, en particular de los jóvenes, al guiar su conducta y ayudarles a crear nuevas actitudes sociales y nuevas formas de pensar. Se trata fundamentalmente, gracias a a la educación en valores, de abrir puertas que conduzcan a nuevos horizontes, ideológicos, culturales y espirituales, pero también deportivos o artísticos. Es indispensable construir centros de tratamiento que puedan funcionar no como encierros represivos, sino como centros de formación y de rehabilitación laboral. Urge, además, adoptar medidas legales que permitan luchar contra los traficantes, controlar la producción, prohibir el blanqueo de dinero.
 
El informe de la OEA sobre el problema de las drogas es el estudio más completo que se haya realizado hasta la fecha en América sobre esta complicada materia. Analiza desde el origen de las adicciones hasta las causas de la violencia, pasando por los patrones de producción, la cadena de valor de cada tipo de droga y la forma en que cada país enfrenta este cáncer social. Pero, a diferencia de los cuentos chinos, le falta una moraleja, o sea una postura y señalar que propone la Organización sobre la mejor manera de atacar y atender el fenómeno.
 
Desde hace tiempo se sabe con certeza que la guerra contra el narcotráfico es parte de una estrategia geopolítica en la que unos pocos ganan influencia y poder a costa no sólo de la mayoría, sino de permitir el crecimiento de las grandes mafias responsables del tráfico ilícito y comercio de drogas. El camino que lleva a la despenalización del consumo de drogas es largo y no libre de riesgos, pero también está demostrado que la estrategia de guerra contra las drogas establecida en la década de 1960 no ha dado los resultados esperados, por lo que es sano encontrar alternativas en una perspectiva global y coherente a nivel internacional.
 
Frente a este flagelo que afecta con intensidad la salud y la dignidad de las nuevas generaciones, la acción decidida y unánime de toda sociedad resulta indispensable y supone un nuevo contrato moral planetario.

 

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