Este mes se presenta saturado de incertidumbres e interrogantes sociales y políticas que inducen a proponer la máxima prudencia en el ejercicio de las libertades para expresar la aceptación o el rechazo a la gestión gubernamental. Una prudencia que debe exigirse por igual a los dos lados.
Ciertas actitudes de anticipado triunfalismo en la medición de fuerzas en pro o en contra del Gobierno, comprensibles para promocionar cada interés, llevan a reflexionar sobre el sentido de tales optimismos: ningún resultado será triunfal a costa de perjuicios en contra de la institucionalidad, la paz y el entendimiento entre los habitantes de un país llamado a enarbolar una misma bandera y a trabajar por el bienestar general, la herencia más justa y digna para las futuras generaciones. No es sensato ni patriótico aferrarse a momentáneos triunfos o a arriesgarse en inútiles derrotas.
La única opción que queda para entenderse democráticamente entre los sectores diversos, es la del diálogo, sobre bases transparentes y ecuánimes, para que tenga sentido y resultados. Negarse al diálogo o condicionarlo para imponer puntos de vista, será no hacer nada por afrontar los problemas que hoy causan tensión, divisiones e incomprensión entre los ecuatorianos, sobre temas de interés que miran al presente y al futuro del destino nacional, que no pueden ponerse a riesgo.
En todo caso, las acciones de protesta en contra del Gobierno son vistas como una alternativa para esclarecer posiciones que podrían marcar las futuras relaciones o rupturas definitivas entre los sectores sociales y el Gobierno Nacional. Algunas mestras de volencia se han dado en los últimos días, como bombas panfletarias en los locales de medios de comunicación, lo que podría considerarse como el surgimiento de brotes que pretenden distorsionar la intencionalidad de las protestas anunciadas.