Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret La participación individual o grupal queda agotada en un momento situacional, no rescatándose en ninguna otra parte durante el complejo proceso de la realidad, donde no siempre lo impuesto desde arriba es lo más correcto
   
   

 

La excesiva centralización estatal ha implicado el desarrollo de una burocracia improductiva e ineficiente, cuyos mecanismos de control, totalmente despersonalizados, son rígidos y por lo general alejados de las necesidades reales del proceso que controla olvidándose del individuo.
 
   La mediatización burocrática entre quienes dirigen y ejecutan frena toda decisión ágil y necesaria, cierra las puertas a las iniciativas grupales y pauta de forma mecánica todos los pasos de cualquier proceso administrativo, productivo e institucional. La burocracia, además, imposibilita la flexibilidad de los órganos de dirección en la base, y procura su aceptación política al hacerle un juego oportunista a las consignas generales y circunstanciales del momento.
 
   Una característica distintiva de la burocracia en el Ecuador es que trabaja “mirando arriba“ y utiliza como recurso de supervivencia la complacencia de los niveles superiores, lo cual siempre está por encima de su compromiso con los resultados que se obtengan.
 
La estructura burocrática en exceso abundante y enmarañada trata de hacer desaparecer al individuo: este es borrado o sustituido por cifras estadísticas, consignas y metas generales, a los que deben subordinarse todos los individuos que los reciben. La burocracia es la antítesis de la creación y la participación individual, los que son, por tanto, sus mejores antídotos.
 
   Otra cuestión que preocupa, es que se actúa en función del Estado con principios partidistas o de propaganda, pero mal aplicados. En este sentido las direcciones de los ministerios, en muchas ocasiones, crean resoluciones y reglamentos orientados a diversos sectores pero sin haber sido socializados.
Paradójicamente, se engendra un respeto incondicional hacia la voluntad omnímoda del de arriba, que va convirtiéndose en temor a todo lo que pueda
 
contradecirlos y en una incapacidad absoluta para ejercer, de forma franca y abierta, una polémica con ellos. Esta situación se convierte gradualmente en fuente de pasividad y conformismo.
 
   Entonces lo individual queda subordinado, sin canales de salida eficaces que puedan ser productivos para el proceso social. La participación individual o grupal queda agotada en un momento situacional, no rescatándose en ninguna otra parte durante el complejo proceso de la realidad, donde no siempre lo impuesto desde arriba es lo más correcto.
 
   En el correísmo se ha presentado con frecuencia un síntoma que ha resultado muy dañino y que, precisamente, ilustra la pérdida del sentido de lo individual en la praxis política y social: el síntoma de la unanimidad.
   
Lo unánime sin matices de participación debe preocuparnos, pues una unanimidad verdadera encierra distintas formas de abordar un problema; formas que se ven representadas en la decisión asumida, lo cual, por su propia naturaleza, permite la integración unánime en torno a ella.
 
   Cultivar la diferencia de puntos de vista, la reflexión, el diálogo reparador es una importante forma de cuidar la vida colectiva y, a su vez, de permitir el enriquecimiento permanente de ésta a partir de la participación grupal. Este proceso, en las condiciones actuales del gobierno de la Revolución Ciudadana, resulta imprescindible para el buen clima moral de la sociedad y, por tanto, para optimizar la expresión del diálogo en las distintas esferas de la vida laboral, política y social del Ecuador. Su organización y conducción no deben depender de la voluntad exclusiva del Presidente de la República, sino de mecanismos estructurales que realmente apoyen todos los estilos de participación. Este y no otro es el sentido último de la aplicación de cualquier forma de democracia.

 

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