Por Eliécer Cárdenas
La dignidad de una persona, más aún si ostenta la máxima investidura del país, debe hallarse sobre las miserias cloacales que muchas veces se vierten en las redes sociales, y que los organismos de seguridad cumplan su tarea de investigar los mensajes preocupantes. Nada más.
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Algunas escaramuzas ha tenido el Presidente Rafael Correa con determinados grupos de las llamadas redes sociales, e inclusive un encontronazo con algún programa cómico británico por esa causa. En la actualidad, las redes sociales son lo que en otros tiempos era una pared blanca, extensa y lisa, donde todo sujeto que más o menos sabía escribir o garabatear, ponía su firma o expresaba balbucientemente alguna perogrullada o estupidez. Por algo se decía que “pared y muralla son papel del canalla”.
Recientemente, los muros, sin perder del todo su anterior condición ruin, ganaron prestigio y creatividad con los llamados “Grafittis” donde los respectivos “grafitteros”, no todos por supuesto, hicieron gala de un sentido del humor y una creatividad realmente notables.
Volviendo a las redes, justo es decir que el noventa y nueve por ciento de los mensajes o “twiitters” son banales, personales, prescindibles, en suma, y solo por la publicidad de estas aplicaciones en redes, hay gente, sobre todo jóvenes, que gastan su tiempo “twuitteando” por todo, inclusive lo mas anodino y nimio, como por ejemplo “informar” en redes que están comiendo ese momento. Se trata sin duda, de un nuevo juego juvenil con sus pro y contras.
Pero dentro de la maraña de las redes sociales, hay elementos no tan jóvenes, que suelen dar rienda suelta a sus fobias, sean políticas, raciales, sexuales, etc. para enviar mensajes inverecundos, ofensivos, macabros y hasta francamente patológicos. La cibernética “pared y muralla” da para todo eso, e inclusive las invitaciones a la pederastia y la pornografía infantil, delitos que a nivel mundial se sancionan con duras penas.
Ahora, que un mandatario o cualquier personaje público se den la molestia de responder a insensateces o
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insultos camuflados como bromas de dudoso gusto, nos parece una pérdida de tiempo, porque lo mejor que se puede hacer con esa clase de canallescos mensajes es, simplemente, no tomarlos en cuenta, peor si la persona atacada es figura de relieve que tiene ocupaciones muchísimo más importantes que responder a majaderías o insensateces. Ahora bien, se ha dicho que en esa clase de mensajes hay inclusive amenazas de muerte y deseos expresos de que muera el mandatario. Pero para investigar estos casos están los departamentos policiales y de seguridad encargados de monitorear y filtrar esa clase de textos, a fin de diferenciar lo que pudieran ser simplemente viscerales expresiones de odio político de indicios más o menos preocupantes de lo que pueda, eventualmente, representar un peligro para la integridad y seguridad de una figura pública, máxime del gobernante.
Hay un viejo refrán que dice “Ande yo caliente, ríase la gente”, que quiere decir que si me pongo a responder cualquier majadería, por ejemplo, proferida en un estadio o una esquina frecuentada por muchachos malcriados, corro el riesgo de que los insultadores o fastidiadores se ensañen conmigo porque, precisamente, la intención de este tipo de provocaciones es que el aludido se sulfure y explote. Mientras si se toma esas pullas y sarcasmos como quien “oye llover” sin perder un ápice la compostura, con seguridad los rufiancitos se cansarán de sus tonterías y buscarán otra distracción para sus ocios de pacotilla. La dignidad de una persona, más aún si ostenta la máxima investidura del país, debe hallarse sobre las miserias cloacales que muchas veces se vierten en las llamadas redes sociales, y que los organismos de seguridad cumplan su tarea de investigar los mensajes preocupantes. Nada más.
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