Por Yolanda Reinoso*
Los detalles que recrean el ambiente en que vivía y trabajaba fueron dispuestos bajo la dirección de su hija Anna en 1971. Las fotografías en blanco y negro que ella donó a la sociedad que administra el museo, permitieron colocar los muebles originales como estuvieron en el pasado
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La casa en Viena donde el padre del psicoanálisis vivió por 47 años es hoy el museo referido en el título. Como la gran mayoría de las edificaciones en la bella capital austriaca, la fachada de la casa tiene el típico estilo germánico urbano de fines del siglo XIX, con abundancia de balcones y ventanales que dejan pasar harta luz a los interiores.
A la entrada, una amplia escalera que conduce al segundo piso permite imaginar al famoso psicoanalista subiendo hacia el apartamento que le sirvió como hogar y oficina de consulta. Puesto que la familia fue forzada al exilio en Londres en 1938 dado el ancestro judío de Freud, los muebles que hoy se observan en el museo no representan exactamente la disposición del apartamento durante los años en que los Freud residieron allí.
Para no esperanzar al visitante, el primer dato que anuncia la audio-guía es que el famoso diván donde se recostaban los pacientes de Freud, está aún en la capital inglesa. Pese a eso, hay muchos objetos de interés que le pertenecieron a Freud y que permiten establecer una conexión entre la realidad pasada y el conocimiento actual del psicoanálisis. Dicho esto, pareciera que haría falta un profundo conocimiento para disfrutar del museo, pero no es así. Por ejemplo, quién no ha visto alguna vez en una enciclopedia una fotografía de Freud llevando un sombrero. Seguramente tuvo muchos, pero uno de los que más usaba cuelga hoy a la entrada del apartamento, junto a un armador de donde colgarían muchos de los pesados abrigos que Freud tenía. Su bastón reposa a un lado, perfectamente pulido y en buen estado. En la pared contraria, el título con su nombre habría sido lo primero que leyeran sus pacientes justo antes de entrar a la sala de espera.
Estos detalles que recrean el ambiente en que vivía y trabajaba Sigmund Freud, fueron dispuestos bajo la dirección de su hija Anna en 1971, cuando el proyecto de abrir un museo al público estaba en marcha. Además, las fotografías en blanco y negro que Anna donó a la sociedad que administra el museo, permitieron colocar los muebles originales tal como estuvieron en el pasado. La sala de espera incluye varias sillas y un canapé de terciopelo rojo. En la pared, varios de los reconocimientos y títulos que recibió Freud están enmarcados y dispuestos tal como en el pasado. Además, hay fotografías de colegas que Freud admiraba y con quienes consultaba a menudo. Debido a que Freud era admirador del arte egipcio así como de la mitología griega, se puede observar reproducciones de este arte tanto en la sala de espera, como en la consulta y el estudio donde Freud se dedicaba horas a leer, escribir y tejer su teoría del psicoanálisis. Vale recalcar que su afición por el arte antiguo no era puramente estética, sino que tenía un interés investigativo ya que muchos de sus estudios conectan la influencia cultural con las elucubraciones mentales tanto colectivas como individuales.
Aparte de esta colección de arte, resalta la de fotos y cartas. Anna Freud donó al museo muchas fotografías y correspondencia personal en la que ella intercambia no solamente expresiones propias de la relación filial, sino además sus inquietudes y opiniones sobre el psicoanálisis.
Los cuartos de habitación de la familia no tienen ningún tipo de mobiliario, pero abunda la documentación periodística de la época acerca de Freud y sus estudios. De los recortes exhibidos se desprende por un lado la importancia profesional que Freud tuvo en su momento, así como la solidaridad que algunos gobiernos expresaron cuando tuvo que exiliarse en Inglaterra. Por otro lado, algunos recortes dejan ver la inevitable falta de aceptación por parte de muchos círculos intelectuales y científicos, y la ridiculización de que fueron objeto sus obras y su trabajo mismo en la consulta.
Una visita al museo de Freud es por cierto un recorrido de gran interés y no hace falta creer en la eficacia del psicoanálisis. Como el mismo Freud afirmó sobre el pensamiento religioso: a nadie se le puede forzar a que crea o que no crea. Pasa igual con el psicoanálisis y el museo exhibe parte de la vida de su fundador de la manera más objetiva posible. En todo caso, aunque hoy en día el psicoanálisis compite con otras alternativas terapéuticas, su impacto en el campo de la psicología y como corriente de pensamiento es innegable. La prueba radica en que casi 160 años después del nacimiento de Freud, todavía es posible encontrar psicoanalistas incluso en nuestro medio.