Por Yolanda Reinoso
Amistades y familia me preguntan a menudo algo muy difícil de contestar: si es que India es o no un país hermoso. En principio, todos los países tienen algo hermoso, y también todos tienen aspectos feos, tristes, preocupantes. India, sin embargo, es un país donde lo multifacético se vuelve un extremo inasible. De manera muy acertada el gobierno de India lanzó hace un par de años una campaña dirigida a las grandes metrópolis de Europa y Estados Unidos, bajo el lema ‘Incredible India’, es decir: ‘India Increíble’. El adjetivo está muy bien escogido porque en su territorio se ven escenas extremas que parecen mentira. |
Por ejemplo, cómo podría uno olvidarse de las decenas de mendigos. Los hay ancianos de barbas largas, mujeres de toda edad y hasta niños. Muchos de ellos, con su piel requemada bajo el fuerte sol del subcontinente asiático, se valen de extremidades mutiladas para moverse entre los transeúntes pidiendo caridad, pues la lepra no impide que luchen por sobrevivir. Los niños que mendigan bien pueden formar parte de los miles que son secuestrados al año por redes de tráfico de personas para drogarlos y obligarlos a pedir caridad.
La basura acumulada en montículos en cualquier rincón es común. A ello se debe gran parte del problema de la insalubridad urbana. Junto con cerdos, cuervos y perros, no es raro ver escarbando y comiendo allí mismo a gente de cualquier edad.
Las famosas ‘vacas sagradas’ en realidad representan un tabú para quienes profesan la religión hinduista ya que en principio servían para ofrecerse como sacrificio a los dioses. Los hinduistas adornan a las vacas que deambulan sueltas y raquíticas por las calles durante los festivales religiosos hinduistas pero, fuera de eso, no adoran a las vacas como se cree en Occidente. Simplemente les rinden honor como lo hacen con todas las criaturas vivas durante los festivales religiosos. Así pues, las vacas más bien dan lástima y, a menudo, se juntan con otros seres vivos para escarbar en la basura.
Por las noches, las familias y animales que viven en las calles regresan a su punto de encuentro. Puede ser una esquina, callejón, cuneta, parterre o rotonda. Allí se cubren con lo que tienen para pasar la noche.
Durante el día, abundan los vendedores ambulantes que trabajan en un ambiente altamente contaminado. No es raro llegar y sentir, al cabo de un par de horas, un claro ardor en la garganta que, a menudo, termina saliendo en forma de secreciones manchadas de hollín, producto del humo que desprenden los triciclos motorizados y vehículos en general. En este caos, cruzar la calle dada la constante ausencia de señales de tránsito es un verdadero desafío a la muerte. Los cláxones no cesan de sonar porque los mismos vehículos invitan a todos a usarlo a través de un mensaje escrito junto al escape. Por cierto, viajar en un triciclo motorizado garantiza la mayor rapidez y también el mayor número de sustos cuando ya parece que un enorme camión se viene encima.
El colorido del paisaje urbano es único porque, por sobre la mendicidad, la contaminación y caos vehicular, se imponen los vivos colores de los saris y de las especias que se venden al aire libre. No es raro que en medio de tanta pobreza las mujeres deambulen cargadas de joyas de oro, metal que tiene gran importancia cultural y social en India. De hecho, así no haya para satisfacer las necesidades básicas, al menos en algún momento de la vida un hombre tiene que poder obsequiar algo de oro a su mujer.
La otra cara: en India hay preciosas edificaciones de gran interés histórico y estético, la tecnología compite con los países del primer mundo, la empresa cineasta opera con un capital más que pudiente, viven en extravagantes mansiones exitosos hombres de negocios. Estas descripciones apenas cubren lo que es India con sus contrastes. Para mí, India es un país fascinante pero la razón no se puede explicar con palabras: hay que vivirla porque su fascinación es más bien etérea y no todos la perciben. Quizá por eso, quienes van a India suelen regresar fascinados o definitivamente insatisfechos porque la encuentran horrible. Es decir, cualquier descripción se queda corta.
Octavio Paz lo expresa así: ‘’intenté hacer un resumen de lo que había visto, oído, olido y sentido: mareo, horror, estupor, asombro, alegría, entusiasmo, náuseas, invencible atracción. ¿Qué me atraía? Era difícil responder: el exceso de realidad se vuelve irrealidad pero esa irrealidad se había convertido para mí en un súbito balcón desde el que me asomaba ¿hacia qué? Hacia lo que está más allá y que todavía no tiene nombre...’’