Una vez que los diferentes partidos y movimientos políticos del Ecuador han inscrito las candidaturas que proponen para las próximas elecciones nacionales, nos han puesto atentos a las características de las personas seleccionadas y que prevalecen en las listas
 
 Del análisis detenido que hemos efectuado, es realmente lamentable que las características que se realzan y exigen: rostro, facciones armoniosas, simpatía, sin ningún otro mérito de peso que justifique ni convenza. Gran parte de los ecuatorianos propuestos son los artistas, locutores de televisión y radio, las presentadoras sofisticadas que dan las noticias y que exhiben los canales de televisión; los deportistas, las reinas de belleza, los bailarines y bailarinas, los actores, cantantes y más personas que por ser ya conocidos nos son familiares en la pantalla chica o en revistas y periódicos que circulan cotidianamente.
 
Este método escogido por los estrategas de la política, para que el público pueda identificarlos con facilidad, y que además no han podido conocerlos personalmente, nos lleva a pensar que no vamos a elegir a los mejores ciudadanos y ciudadanas del Ecuador para que ejerzan las diferentes instancias de la vida nacional, sino a rostros que en realidad nos son familiares, sin que precisamente se trate de personas respetables y con un gran récord intelectual, profesional y cultural importante. Como muy bien dice el gran Juan Montalvo: “para los cortesanos sólo importa la dignidad del cargo y no la persona que lo ostenta”.
 
Parece que al influjo de los periódicos, revistas o cualquier otro medio de comunicación vigente, que solemos ojear cada semana y que resaltan  a determinadas personas por su atractivo físico, sus maneras de comportarse y de vestir, sus protagonismos particulares en cualquier hecho que atraiga la atención general, la gente cree que podrían también formar parte de la administración pública. Motivación por demás superficial y fácil, que confundirá a los electores, quienes dejarán de lado las propuestas que realmente sean valiosas, inducidos por motivaciones superfluas y vacías.
 
Nuestros mandatarios, el parlamento, los municipios  y otras instancias institucionales, quedarán confiados a personas sin formación cultural y política alguna, salvo la cualidad de saber posar para los medios públicos, cuya formación de bajo perfil no logrará desempeñar un papel impecable y respetable cuando el ámbito en el que actúen demande seriedad y solvencia.
 
Los grandes problemas económicos, políticos y académicos de fondo, no se tratarán con la capacidad y la solvencia profesional que demanden, sino que estarán a merced de las dotes de intuición y de manejo político poco serio que podrían llevarnos a situaciones lamentables Así, no se diferenciarán los hechos grandes de los pequeños, la trascendencia que realmente tengan, sin bases formativas serias, salvo aquellos méritos light que son circunstanciales y mínimos.
 

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