por: Rolando Tello Espinoza

La corona de oro, con incrustaciones de rubíes, esmeraldas y piedras preciosas, pieza de valor artístico y material que representa la devoción y la generosidad del pueblo.

   El 8 de diciembre de 1933 los pueblos del Azuay, Cañar y Morona obsequiaron hermosas coronas y cetros de oro a la Virgen del Rosario y al Niño, de la comunidad dominicana de Cuenca. El acontecimiento, religioso y cultural, ignora la juventud de hoy y vale evocarlo en este mes

La escultura, donada en 1650 por el Rey Carlos V, de España, muestra a la imagen con rostro de belleza dulce, celestial y humana. Sostiene en el brazo derecho al Niño, mientras de su mano izquierda cuelga un rosario. La ensortijada cabellera negra le chorrea por los hombros y la espalda.

   La propuesta de coronación planteó el prior dominicano Alberto María Piedra en el primer Congreso Marial del Ecuador reunido en Cuenca en mayo de 1928, y la acogieron en forma unánime los asistentes. El evento presidieron, uno a uno cada día, Honorato Vázquez, Rafael María Arízaga, Remigio Crespo Toral y Alberto Muñoz Vernaza, personajes notables de la cultura nacional que de tiempo atrás habían expresado su devoción por la Virgen del Rosario, a quien Vázquez llamó Morenica, en 1883, en un poema inspirado en el exilio.

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