Por Eugenio Lloret Orellana
Es prudente considerar siempre a un amigo como si debiera convertirse en un enemigo cualquier día, y al enemigo como si hubiese de tornarse amigo, cuestión que, por ejemplo, en la política es lo más común aunque se piense lo que se quiera |
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Difícil tarea escribir un artículo sobre la amistad en tiempos de cólera y odio; de lo que sí estoy seguro es que algo mejor andaría el mundo si el arte de la amistad tuviera para los hombres más importancia que la nostalgia o el rencor. Y es también un prejuicio vincular la amistad solo con los sentimientos, como si no dependiese para nada de la voluntad, del hábito decidido y, en fin, de la libertad de escoger que puede ganar el hombre razonable. Las loas a la amistad son un lugar común, todo el mundo se llena la boca hablando de ello, cuando en realidad, es asunto harto difícil que uno sólo empieza a entender cuando ha sufrido en carne propia desilusiones y pesares, traiciones y deslealtades. Bien vale, a propósito de la amistad, traer lo que dejó escrito Fray Vicente Solano, entre la penumbra de la colonia y los albores de la república. Olvidémonos por ahora del insultador sin tregua, irónico y soberbio, de su perfil amargo, para evocarlo en más noble menester, en más notorio sitial cuando como filósofo y moralista nos habla sobre la amistad. “… La amistad es un género que cuesta muy caro. El que no tiene amigos se expone a perecer, y el que los tiene, a ver desengaños. En el comercio de este mundo no se compra el consuelo sino como una mercancía preciosa de un país pestífero. La amistad es como la hermosura, que varía según el tiempo, y al fin se acaba. La amistad es una planta que se marchita sin el riego de los regalos”.
Mario Benedetti, en su novela La Tregua, a través de su protagonista Martín Santomé dice:… “En las oficinas no hay amigos; hay tipos que se ven todos los días, que rabian juntos o separados, que hacen chistes y se los festejan, que se intercambian sus quejas y se trasmiten sus rencores, que murmuran en general y que adulan a cada director en particular. Esto se llama convivencia, pero sólo por espejismo la convivencia puede llegar a parecerse a la amistad… Lo demás tiene la desventaja de la
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relación no elegida, del vínculo impuesto por las circunstancias. En el fondo, cada uno es un desconocido para los otros, porque en este tipo de relación superficial se habla de muchas cosas, pero nunca de las vitales, nunca de la amistad “. Rosa Montero al hablar de la amistad advierte en uno de sus tantos artículos y ensayos literarios que “crecer con los amigos, envejecer con ellos, ir trenzando a la espalda, con esos testigos de tu vida, años y años de una biografía compartida, es algo absolutamente maravilloso. Con los años, las amistades se profundizan y agigantan. Alcanzan un nivel de emoción y de veracidad indescriptible, porque, con los años, las amistades se prueban de verdad. El tiempo puede herir; hay momentos en los que el tiempo se vuelve salvaje, y muerde y desgarra como una bestia furiosa. Y en esos tránsitos penosos de tu vida, en la angustia, en la desolación y la incertidumbre, los verdaderos amigos acuden a tu rescate sin esperar nada, sin alardear de nada, por el puro placer de dar …”
Desde otra óptica se ha dicho que es prudente considerar siempre a un amigo como si debiera convertirse en un enemigo cualquier día, y al enemigo como si hubiese de tornarse amigo, cuestión que, por ejemplo, en la política es lo más común aunque se piense lo que se quiera. Y volvamos a lo que dice la prudencia popular: “Si la amistad pretendes que sea durable, visita a los amigos de tarde en tarde”. La amistad es tan hermosa como el amor: es el amor mismo, desprovisto de las encantadoras volubilidades de la mujer, dijo en frase feliz José Martí.
Hay quien no llega a apreciar a los amigos hasta el momento en que los ha perdido. Anaxágoras describía el mausoleo como el fantasma de la riqueza convertida en mármol. |