Por Julio Carpio Vintimilla
Los pasajeros -- soñolientos aún -- ven los carteles y las imágenes de los costados de los rieles: Ministerio de la Agricultura Urbana (¿?); Ministerio de la Suprema Felicidad del Pueblo; un megarretrato de Bolívar, con los rasgos faciales bastante alterados; muchas fotos de Maduro, con camisa roja, y ¡haciendo el saludo fascista! (¿?); un lema muy viejo, escrito con pintura ya descolorida: PATRIA O MUERTE. VENCEREMOS.
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Quién quiera restablecer el Comunismo, no tiene cerebro;
quién no lo añore, no tiene corazón…
Vladimir Putin
quién no lo añore, no tiene corazón…
Vladimir Putin
El tren alemán que llevó a Lenin a Rusia se convirtió en una especie de símbolo revolucionario. Quizás, no hubiera, luego, otros trenes literales. Pero sí, metafóricamente, unos nuevos convoyes llevaron, hacia la revolución, a los chinos, los coreanos, los vietnamitas, los cubanos… Décadas después, la historia cambió su medio de transporte: se hizo aérea, espacial, virtual… Y, además, las ruinas del Muro de Berlín interrumpieron los viejos rieles; y los trenes se quedaron, por ahí, abandonados… Pero, a principios del siglo XXI, América Latina -- la región de lo atemporal, lo anacrónico y lo increíble -- anunció la rehabilitación de unas paralelas suyas, que habían estado largo tiempo en desuso. Y un nuevo tren partió hacia un “nuevo” socialismo; con un grande, vario y abigarrado grupo de pasajeros. Fue un viaje único… Hoy, la máquina está detenida. ¿En dónde? Pues, en un lugar, cuyo nombre no se lo diremos todavía. Esperen. Dominen un poquito la curiosidad… Seguro, sin embargo, que tal lugar no es la revolución. Está muy distante de ella, es muy distinto… ¿Y por qué ha ocurrido tan inesperado desvío? Bueno, trataremos de responder la pertinente pregunta, en los siguientes párrafos.
Ya sabemos que los revolucionarios socialistas son gentes semirreligiosas. Y que, por lo tanto, sus expectativas y esperanzas deben, necesariamente, tener tal calidad. Por ello, -- para los latinoamericanos de esta laya -- la caída de la URSS fue una especie de Juicio Final. Nunca -- ni en sus peores pesadillas -- había surgido tan horrible posibilidad. Al respecto, una vez, oímos, a un anonadado creyente, reconocer la suprema catástrofe, con una sencillez e ingenuidad ejemplares: ¡Nos hemos quedado sin teorías…! (¡Pobre, muchacho! Se quedó sin fe, sin cosmovisión, sin ilusiones… ¡En el absoluto vacío intelectual y político!) / Claro… Una cosa es que una parte de un gran proyecto no se concrete; o que sus elementos menores resulten defectuosos o no calcen entre ellos. Y otra, muy otrísima, que una imponente megaestructura internacional termine cayéndose; y que se caiga casi ridículamente, como las postizas aldeas de cartón de Potemkim. Algunas de las dichas personas, directamente, no pudieron resistir el golpe, el shock… Y se murieron, en la realidad; o, al menos, en la figuración. Unos cuantos -- se dice -- se acostaron en el diván del siquiatra, para un largo tratamiento… Y otros -- aún ahora, en lo tarde -- siguen lamentando el terrible suceso; al estilo del ya citado Putin. (Más palabras de éste: La caída de la URSS fue la mayor tragedia geopolítica del siglo XX…) Lo cuál significa que -- puestos entre la durísima necesidad de revisar sus creencias y la fácil tentación de argumentar, para no hacerlo -- prefirieron, patéticamente, la escapista segunda opción…Y, así, se tornaron incorregibles… ¿Qué les parece? Sólo una minoría cambió: bastante, al estilo de José Mujica; o un poco, -- algo es algo -- al estilo del Galeano tardío. Bueno… A principios de nuestro siglo, el Socialismo puro, duro, y más que maduro, casi había desaparecido del escenario mundial. Era ya una ideología del pasado, bien pasado. Pero… En este punto, llegaron los inefables caudillos populistas latinoamericanos; para hacer una tarea quijotesca: restablecer las esperanzas utópicas… Sí, señor; esas esperanzas que son lo último que pierden los desgraciados de siempre y de todos los lugares.
La otra mitad de la explicación es la añoranza del sueño... (Claro, el mismo Putin, en el epígrafe. De paso: Los rusos sí tienen sus buenas razones y sinrazones para extrañar el Comunismo…) Y esto equivale a la frustración: fea, amarga, cruel… Para verla bien -- pensamos nosotros -- es necesario, aquí, hacer una comparación. Hagámosla. A quienes somos, en lo esencial, demócratas y liberales, las revoluciones socialistas sigloventinas nos han parecido, simple y directamente, unas desgracias políticas, unas catástrofes cívicas. (Acaban con el equilibrio republicano… Destrozan las modernas organizaciones económicas… Imponen el pensamiento único… Resultado: dictaduras interminables, pobreza, totalitarismo. Eso es Cuba. ¡Suficiente! ¿Para qué argumentar más? ) Pero recordemos, otra vez, que los revolucionarios ven las cosas en forma muy diferente. Son muy emotivos, utopistas y combativos; y se creen muy nobles de ánimo; y presumen de una muy alta moral… Se oponen, pues, diametralmente, a nosotros; que solemos ser cortos de ideales; y, más bien, medianos de ánimo (racionalistas, escépticos, relativistas, prosaicos, pacificones, concesivos…) Bueno, para ellos, el socialismo es el magnífico triunfo del desinterés sobre la codicia. (De los explotados sobre los explotadores. Es la derrota del capital; el horrible y poderoso demonio económico, que hay que sacar de la sociedad…) Es el nacimiento del Hombre Nuevo: el trabajador esforzado, generoso y solidario… Es la gloriosa aurora de los pueblos; el inicio de un nuevo mundo político y social… Y, de yapa, -- en nuestra resentida y sensible América Latina -- es la promesa nacionalista: la Patria Grande, a su modo y acomodo. Y es el honor y la revancha: el valentísimo desafío al imperio del mal (los Estados Unidos)… / Y todo ese plan, enorme y glorioso, pareció hacerse humo y éter con la caída del Muro de Berlín y la liquidación del Imperio Ruso (Y, luego, de la misma URSS.) Suma de las sumas: desengaño, desilusión, desconcierto; frustración, pues, al cuadrado… ¿Cómo, entonces, no comprender la profunda pena de nuestros sesentistas y setentistas? ¿Cómo no entender a quiénes acudieron -- primeros, adelantados, apresurados y nuevamente ilusionados -- a tomar el inesperado y milagroso tren populista, el tren del bendito y bienvenido rescate ideológico?
Y el tren partió. Y pronto se hizo de noche. Y amaneció. Y, unas horas después, aparecieron unas nubes de tormenta. ¿Una advertencia celeste? Unos medrosos conversadores, a media voz, hablaban de caudillismo, prepotencia, desorden, ineficacia, inflación; y, sobre todo, principalmente, de corrupción… (Boliburgueses, robolucionarios, capitalistas amigos, petrobrasileños, facilitadores de los chinos, narcos…) Un cielo cerrado. Segunda noche. Otro amanecer. Lo que se vio con la luz del día siguiente: pobreza, paredes con escritos chapuceros, basura desperdigada…Unas mujeres hablaban de confrontación, control social, desesperanza…; y lo peor: escasez de comida, mercaderías, medicinas… Tercera noche. Hace frío. Nuevo amanecer. Los pasajeros -- soñolientos aún -- ven los carteles y las imágenes de los costados de los rieles: Ministerio de la Agricultura Urbana (¿?); Ministerio de la Suprema Felicidad del Pueblo; un megarretrato de Bolívar, con los rasgos faciales bastante alterados; muchas fotos de Maduro, con camisa roja, y ¡haciendo el saludo fascista! (¿?); un lema muy viejo, escrito con pintura ya descolorida: PATRIA O MUERTE. VENCEREMOS. / Los pasajeros del furgón de cola -- los que habían subido por la pequeña paga y los sánduches -- empiezan a preguntarse: ¿En dónde estamos, amigos? ¿Esto es la revolución? Silencio, en la nublada mañana… Un tipo, por ahí, -- con un aspecto de jipi viejo -- responde finalmente: ¿Revolución, compañeros, compañeritos… de viaje? ¿Todavía creen ustedes en ese cuento de estudiantes? La revolución es una utopía. Y utopía -- vayan sabiendo -- significa lugar inexistente. Por lo tanto… Noo… Estamos, nada más, que descendiendo por los caracoles del Populismo. Anoche, cruzamos una alta cordillera… / Rostros sorprendidos.
Si, señor… Eso es… -- Le confirma otro pasajero, con un aire de modesto maestro de escuela. ¿Y saben qué? -- añade: Después de una hora, estaremos llegando a la Estación Central de Macondo; la capital de Gabolandia. Mandan, allí, los descendientes de los Buendía, unos individuos lunáticos; aconsejados por un tal Goebbels, un alemán astuto… ¡Cuidado…! Hay muchos malandrines. Y unos pobres les roban a otros pobres: una bolsita de compras, un pantalón nuevo… No se asusten, en cambio, de las mangas de mariposas amarillas; son inofensivas; y su aleteo no produce, finalmente, esas dichas tormentas de Nueva York… No crean nada de lo que oyen; y crean solamente la mitad de lo que ven… Y prefieran la mitad más fea y peor; así, ustedes estarán prevenidos y acertados. ¡Suerte…! La van a necesitar.
Ya sabemos que los revolucionarios socialistas son gentes semirreligiosas. Y que, por lo tanto, sus expectativas y esperanzas deben, necesariamente, tener tal calidad. Por ello, -- para los latinoamericanos de esta laya -- la caída de la URSS fue una especie de Juicio Final. Nunca -- ni en sus peores pesadillas -- había surgido tan horrible posibilidad. Al respecto, una vez, oímos, a un anonadado creyente, reconocer la suprema catástrofe, con una sencillez e ingenuidad ejemplares: ¡Nos hemos quedado sin teorías…! (¡Pobre, muchacho! Se quedó sin fe, sin cosmovisión, sin ilusiones… ¡En el absoluto vacío intelectual y político!) / Claro… Una cosa es que una parte de un gran proyecto no se concrete; o que sus elementos menores resulten defectuosos o no calcen entre ellos. Y otra, muy otrísima, que una imponente megaestructura internacional termine cayéndose; y que se caiga casi ridículamente, como las postizas aldeas de cartón de Potemkim. Algunas de las dichas personas, directamente, no pudieron resistir el golpe, el shock… Y se murieron, en la realidad; o, al menos, en la figuración. Unos cuantos -- se dice -- se acostaron en el diván del siquiatra, para un largo tratamiento… Y otros -- aún ahora, en lo tarde -- siguen lamentando el terrible suceso; al estilo del ya citado Putin. (Más palabras de éste: La caída de la URSS fue la mayor tragedia geopolítica del siglo XX…) Lo cuál significa que -- puestos entre la durísima necesidad de revisar sus creencias y la fácil tentación de argumentar, para no hacerlo -- prefirieron, patéticamente, la escapista segunda opción…Y, así, se tornaron incorregibles… ¿Qué les parece? Sólo una minoría cambió: bastante, al estilo de José Mujica; o un poco, -- algo es algo -- al estilo del Galeano tardío. Bueno… A principios de nuestro siglo, el Socialismo puro, duro, y más que maduro, casi había desaparecido del escenario mundial. Era ya una ideología del pasado, bien pasado. Pero… En este punto, llegaron los inefables caudillos populistas latinoamericanos; para hacer una tarea quijotesca: restablecer las esperanzas utópicas… Sí, señor; esas esperanzas que son lo último que pierden los desgraciados de siempre y de todos los lugares.
-- para los latinoamericanos de esta laya -- la caída de la URSS fue una especie de Juicio Final. Nunca -- ni en sus peores pesadillas -- había surgido tan horrible posibilidad. |
Y el tren partió. Y pronto se hizo de noche. Y amaneció. Y, unas horas después, aparecieron unas nubes de tormenta. ¿Una advertencia celeste? Unos medrosos conversadores, a media voz, hablaban de caudillismo, prepotencia, desorden, ineficacia, inflación; y, sobre todo, principalmente, de corrupción… (Boliburgueses, robolucionarios, capitalistas amigos, petrobrasileños, facilitadores de los chinos, narcos…) Un cielo cerrado. Segunda noche. Otro amanecer. Lo que se vio con la luz del día siguiente: pobreza, paredes con escritos chapuceros, basura desperdigada…Unas mujeres hablaban de confrontación, control social, desesperanza…; y lo peor: escasez de comida, mercaderías, medicinas… Tercera noche. Hace frío. Nuevo amanecer. Los pasajeros -- soñolientos aún -- ven los carteles y las imágenes de los costados de los rieles: Ministerio de la Agricultura Urbana (¿?); Ministerio de la Suprema Felicidad del Pueblo; un megarretrato de Bolívar, con los rasgos faciales bastante alterados; muchas fotos de Maduro, con camisa roja, y ¡haciendo el saludo fascista! (¿?); un lema muy viejo, escrito con pintura ya descolorida: PATRIA O MUERTE. VENCEREMOS. / Los pasajeros del furgón de cola -- los que habían subido por la pequeña paga y los sánduches -- empiezan a preguntarse: ¿En dónde estamos, amigos? ¿Esto es la revolución? Silencio, en la nublada mañana… Un tipo, por ahí, -- con un aspecto de jipi viejo -- responde finalmente: ¿Revolución, compañeros, compañeritos… de viaje? ¿Todavía creen ustedes en ese cuento de estudiantes? La revolución es una utopía. Y utopía -- vayan sabiendo -- significa lugar inexistente. Por lo tanto… Noo… Estamos, nada más, que descendiendo por los caracoles del Populismo. Anoche, cruzamos una alta cordillera… / Rostros sorprendidos.
Si, señor… Eso es… -- Le confirma otro pasajero, con un aire de modesto maestro de escuela. ¿Y saben qué? -- añade: Después de una hora, estaremos llegando a la Estación Central de Macondo; la capital de Gabolandia. Mandan, allí, los descendientes de los Buendía, unos individuos lunáticos; aconsejados por un tal Goebbels, un alemán astuto… ¡Cuidado…! Hay muchos malandrines. Y unos pobres les roban a otros pobres: una bolsita de compras, un pantalón nuevo… No se asusten, en cambio, de las mangas de mariposas amarillas; son inofensivas; y su aleteo no produce, finalmente, esas dichas tormentas de Nueva York… No crean nada de lo que oyen; y crean solamente la mitad de lo que ven… Y prefieran la mitad más fea y peor; así, ustedes estarán prevenidos y acertados. ¡Suerte…! La van a necesitar.