El Ecuador ha cumplido una jornada cívica de gran madurez en las elecciones del 2 de abril. El fragor de la campaña, con matices de virulencia, ha quedado atrás. Todos los pronósticos agoreros de confrontación de insospechadas consecuencias, quedaron desvanecidos al conocer las cifras de las votaciones.
 
   Es normal que el sector perdedor no exprese satisfacciones y hasta aluda a irregularidades o hasta sospechas de fraude, pero seguramente esta posición variará con el pasar del tiempo y el enfriamiento de las reacciones iniciales, comprensibles.
 
   En todo caso, será saludable para el país que las sospechas y acusaciones sean investigadas, para desvanecerlas o para comprobarlas. En uno u otro caso, el beneficiado será el país, pues la transparencia y la corrección deben primar en todas las actividades públicas y privadas y ni se diga en temas en los que está en juego el interés del país de hoy y de mañana.
 
   Una apreciación desapasionada, llevaría a concluir que la segunda vuelta de elección presidencial, pese a todos los incidentes de campaña, llegaron a resultados que no podrían objetarse sino documentada y probadamente. Los ojos de todos los ecuatorianos y la presencia de veedores de las tiendas políticas en competencia, estaban sobre la gestión del Consejo Nacional Electoral. 
 
   Los resultados estarían dados y lo que queda a todos, por el bien del Ecuador, es aceptarlos, democráticamente, civilizadamente.
 

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