Ver a un perro callejero en Bucarest es presenciar una parte de la historia del país. Las manadas caminan por los parques, afuera de los museos, por las empedradas calles del centro histórico y a las puertas de los restaurantes
 
   Hablar de un perro callejero en nuestro país es referir la vida cotidiana. Sin embargo, en los últimos años ya vemos grandes esfuerzos de grupos concretos por un trabajo de rescate de los animales conjuntamente con una labor de concienciación de la gente. Hace un par de años, iba a Rumania con mi esposo y captó mi atención la advertencia que la guía de viaje que habíamos adquirido incluye. La advertencia consiste en que el turista no debe sorprenderse al ver la cantidad inaudita de perros callejeros que viven en la capital, Bucarest. De hecho, esta advertencia sigue vigente ya que el problema de los perros callejeros en Bucarest continúa en graves proporciones.
 
   Sin embargo, lo que nadie sospecha es que la cantidad de perros que viven en las calles de esta capital de Europa Oriental, son nada más y nada menos que la herencia de las prácticas dictatoriales de Nicolas Ceaucescu durante la década de los 80. Una de sus grandes metas fue la industrialización de la ciudad, meta que conlleva sin duda una visión progresista. El error es que se obligó a los campesinos rumanos a dejar sus zonas rurales y mudarse a la ciudad para usar su mano de obra en la nueva industria que iba a promoverse. Con la llegada masiva de campesinos a la urbe, se hizo evidente el problema de que no se contaba con suficientes viviendas para albergarles. 
 
   Ceaucescu decidió entonces ordenar la demolición de propiedades de familia para construir en su lugar bloques de edificios donde se pudiera albergar a los campesinos, cubriendo de esta forma la demanda de vivienda. No obstante, la demanda continuaba siendo muy alta, por lo que cada departamento era compartido por al menos dos familias. La falta de espacio obligó a la mayor parte de familias a echar sus perros a la calle.
 
   Como era inevitable, pronto los perros se reprodujeron por miles en un fenómeno que se volvió un círculo interminable de hembras que parían cachorros que, a su vez, pronto alcanzarían la edad adecuada para también reproducirse. Hasta el año 2000, el gobierno usaba métodos crueles, tales como el envenenamiento, para deshacerse de los perros. Ante la evidente crudeza de esta realidad, varias organizaciones internacionales alzaron la voz y comenzaron campañas en favor de la esterilización y adopción de los perros rumanos. Si bien algo se ha logrado, el círculo reproductivo avanza a paso más rápido que la buena voluntad.
 
Bucarest es una ciudad preciosa y es cierto que la presencia de perros callejeros intimida. Pero al estar estos canes habituados a la vida citadina, la presencia de humanos no se les da como una amenaza a no ser que, efectivamente, alguien procure hacerles daño. Andan en manadas en busca de comida y hasta de una caricia en caso de que alguien decida regalarles un momento de cariño.
 
    La insensibilidad de los ciudadanos rumanos es también parte de la vida cotidiana. Hay quienes alimentan a los perros pero hay muy pocos dispuestos a adoptarlos. La consecuencia: hoy viven en Bucarest aproximadamente 62.000 perros callejeros.
Los turistas son advertidos de manejarse con cuidado debido a que muchas personas han sufrido ataques. Quizá el más trágico fue uno que acabó con la vida de un niño. Mansos o agresivos, lo cierto es que ver a un perro callejero en Bucarest es presenciar una parte de la historia del país: se trata de una herencia dictatorial. Las manadas caminan por los parques, afuera de los museos, por las empedradas calles del centro histórico. Se ubican con cierto recelo en las puertas de los restaurantes, seguramente oliendo la comida que se disfruta dentro.
 
   Esta historia real pone en perspectiva el poder de la reproducción animal cuando no es contenida a tiempo. Más aún, pone en evidencia la falta de interés por invertir cariño en un can, cosa que caracteriza a muchas sociedades donde escenarios como estos son síntomas de ese ‘tercermundismo’ que no logra superarse.     
 
   Mahatma Gandhi lo dijo de forma más que elocuente: “La grandeza de una nación y su progreso moral puede ser juzgado por la forma en que sus animales son tratados.” Cuando se viaja, siempre insisto, hay que aprender y volver la mirada al entorno propio para poder evaluar. Esta historia se semeja al abandono de los canes en nuestro Ecuador y nos llama a prestarle atención a un potencial problema en caso de que la insensibilidad siga ganando terreno.
 
 
 

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