Hay pinturas que muestran a Mao en todo su poderío gubernamental a más de una colección muy ilustrativa de objetos relativos al ejercicio del poder. La riqueza en el número de artefactos que cuentan la trayectoria de Mao se debe a que, antes, esta ala era parte del Museo de la Revolución China

Todos los días del año en Beijing, el Museo Nacional de China permite el ingreso gratuito de 8.000 personas. Desde la Plaza de Tianammen, el museo pasa por un edificio gubernamental debido a la imponencia de sus columnas y a las banderas colocadas a lo largo del techo. A la entrada, vemos una ventanilla improvisada en una caseta que contrasta con el edificio. Un empleado nos atiende con rapidez, imprimiendo la entrada que debemos presentar luego de pasar por un largo corredor, asimismo improvisado. Cuando por fin ingresamos al edificio que alberga el museo en sí, nos encontramos en un ambiente amplio, de pisos de mármol impecable y de escaleras de madera lacada. Sólo el Louvre le sigue en tamaño a este inmenso museo. Por eso, tratar de referirse a todas sus exhibiciones en un artículo resulta injusto no sólo para el museo sino para los lectores.

Quedémonos pues en la primera planta, donde el ala mayor introduce al visitante a la historia de China. Sin embargo, nos vamos a saltar las Dinastías para pasar directo a la colección de pinturas que escenifican muchos de los momentos clave de Mao. Por supuesto, como el lector ya supondrá, hay pinturas que muestran a Mao en todo su poderío gubernamental a más de una colección muy ilustrativa de objetos relativos al ejercicio del poder. La riqueza en el número de artefactos que cuentan la trayectoria de Mao se debe a que, antes, esta ala era parte del Museo de la Revolución China.

Sin embargo, la sala en la que nos vamos a detener es aquella que tiene las pinturas que muestran el nacimiento del poderío de Mao. Plasmadas con gran habilidad por artistas de la época, Mao fue lo suficientemente inteligente desde un comienzo, porque las pinturas que vemos fueron encargadas de manera expresa. Es claro que los artistas no solamente eran hábiles para usar colores vivos que le dan la característica de permanencia en el tiempo a cada pintura. Además, los artistas cuidaron mucho de retratar las expresiones faciales y el detalle de la vestimenta de quienes forman parte de cada escena.

Vemos a un Mao aún joven y delgado, llevando el conocido traje Zhongshan, como se llamaba a la chaqueta que lucía para afianzar la idea de austeridad en el pueblo chino. El Mao de estas imágenes tiene un rostro apacible y una postura relajada hasta cuando le habla a la gente. Las escenas incluyen a la clase más desfavorecida del pueblo, los campesinos con sus manos obreras, el rostro endurecido por el trabajo a la intemperie, la mirada dejando traslucir el asombro que inspira un discurso prometedor de días mejores, por dejar tal discurso en lo más básico.

Unas pinturas más allá, ya se puede observar en Mao una actitud de líder definitivo, rodeado de gente que se le iba uniendo y dejaba atrás la tierra para unirse a una revolución que permitía, en nombre de la igualdad social, cualquier medio que permitiera derribar a la clase opresora enemiga; la estrategia de reclutamiento, sin embargo, no es solamente el discurso. Se trata de ponerse a la mesa con la gente porque la comida es un lazo social indiscutible. Así pues, se ve a Mao compartiendo el pan con quien estuviese dispuesto a escuchar su propuesta.

Un poco más allá, las pinturas plasman ya el poder alcanzado. Por demás está decir que los rostros antes apacibles y las miradas antes inspiradas, se vuelven rostros duros de rabia y miradas de desconfianza incluso entre partidarios. El escenario ya no es el campo sino el balcón alto desde donde el líder, pisando una fina alfombra, mira al pueblo hacia abajo. Entonces, lo interesante de esta exhibición es que escenifica la génesis universal de los puestos de poder gubernamentales: el discurso, la gente que escucha sin cuestionar sea porque está desesperada o porque no está acostumbrada al pensamiento crítico. Con ello, el crecimiento de una tendencia política y la llegada al poder, donde se olvidan las promesas junto con sus valores y a los esperanzados que invirtieron sus sueños más ingenuos en un ser humano, como ellos, lleno de defectos y ambiciones. Valores y gente quedan a la merced del poder y de la esperanza, si no la ha matado ya la apatía.

Aunque todo museo enseña algo, esta exhibición es más que una ilustración de cómo nace y crece el poder. Es el constante recordatorio de lo peligroso que resulta el olvido y de lo devastadora que puede ser la ceguera colectiva.

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