A mis silenciosos hermanos:
peones eternos,
labriegos dela piedra,
ofendidos por el hombre.
I
En cambio, vosotros víctimas del cielo saqueado por las águilas!
Criaturas de dulzura que no debíais morir,
pastores de la soledad que arañábais la piedra,
la tempestad, el cielo hasta dejar la huella del hombre,
su ofrenda, su sabor de despedida universal.
Nunca la mano del hombre
fue más triste y hermosa que en vosotros,
nunca su ave de mutiladas alas estuvo tan sola
y nunca fue mayor su nostalgia,
su canto en las cosas que abandonaba.
Milenios de milenios en el fango,
en el cielo vuelto hacia el otro lado:
hasta traer un fruto,
una pareja de animales,
los dientes de amor de la tierra.
II
Quién estuvo día a día
y arrancó las hierbas amargas de las tumbas
para construir la casa del hombre
y el alimento de los animales?
Para quién el vaho de las bestias
fue el único anticipo del paraíso?
Quién se nutrió de lágrimas
y caminó con ellas desterrado en el tiempo,
y vió su mundo cercado,
segado el mando de su tierra:
sus pliegues de dioses y animales.
Y tuvo que empezar de nuevo para otros
lo que su corazón golpeado ya no conocía
en el país de sus muertos?
III
Para quién el día fue aire de castigo
y la noche piedra profunda:
en la que contaba el número de los suyos
para saber si aún estaban allí;
y sus ovejas temblandoagrupadas de costado,
gritando con voz humana
por volver al seno de sus madres.
Cuando el hombre se torna carne
que respira a pequeñas gotas,
como la flema del corazón
agujereado de las bestias?
Quién fue encadenado por el llanto
y pasó atravesado por un cordel universal
en las procesiones de tiniebla y arcilla,
tras el pequeño cadáver, como un pan ceremonial,
de uno de los suyos.
Iluminados por ráfagas que azotaban la luz del obediente
corazón de los semejantes.
Desconocidos por todos, por todos olvidados,
solos con su semilla amarga,
sus cirios negros y sus ataúdes de ceniza?
IV
Quién estuvo tan desamparado,
que ya no pudo volver ni al origen de su raza,
llorando por volver al hombre.
Y tomaba a la mujer en las quiebras profundas,
y alimentaba a sus hijos con alimento de desesperación?
Quién fue imagen de desolación total:
y tuvo roído el corazón
por los ácidos profundos de la especie,
su mirada de obediencia palpitando en el costado,
secas las ligaduras de sus huesos.
Y esperó en la piedra del desconsuelo,
en el polvo del destierro,
en el aire de la desventura?
Quién fue conducido con las manos atadas,
encarnecido, señalado por sus hermanos
como objeto de burla original:
solitario con sus desnudos miembros
que se ocultaban al ritmo de su corazón.
Su tímido aroma,
la eterna canción subiendo hasta los cielos de la especie
como acusación original?
V
Quién en las vueltas de la desesperanza,
hundido en la gente silenciosa de su pueblo,
oyéndose vivir hasta tocar el hueso del hombre.
Como un río enterrado en la noche,
como un río de cabezas humilladas:
detuvo el polvo efímero y le dio forma de templo,
de puente, de camino infinito;
en donde se le quedaba la vida
que se le iba acabando?
Transformador silencioso,
tejedor alucinante de vasijas,
de la densa hilandería de las tumbas,
para los que no le pertenecían.
VI
Y entregó su ración para el más alla,
su vasija de labios muertos, su puñado de maíz,
la escarcha de su alma;
para el viaje que hacía otros cielos
hacía sus antiguos padres.
Renunció para siempre al cielo
y se quedó aquí de siervo, de cuidador de los días
y su áspero sabor que doblega el corazón.
De cavador de sepulturas
y de plantas para los que aún esperan.
De guardían de ejidos y cementerios
y su muda faz inexorable,
de las tablas de las sepulturas y los caminos públicos,
donde comen en cuclillas los desesperanzados.
De peón del barro y su mariposa de odio
que pudre los cadávaeres y las semillas,
de alineador de granos, de casa y de tumbas
en la muralla del tiempo solitario.
De adormecedor de la tierra
y su terrible sueño sin piedad.
VII
Y ya nunca miraría la casa del amor,
su polvo de constancia azotado por los días,
la piedra donde inclinaba la cabeza
y cocía los alimentos.
El vano de la vacilante puerta que se abría al infinito
y en el cual se refugiaban
los pequeños animales del campo.
La ceniza al volver,
el rostro del amor entre dos castigos,
la arcilla de su remoto Dios
cuidador de ovejas y designios en la altura.
Y tuvo roídas las entrañas,
la mirada familiar del hombre en el abierto costado
y tuvo que volver desde la piedra profunda del desconsuelo,
desde el polvo del destierro,
desde el aire de la desventura universal.
VIII
Pero ahora regreso a vosotros:
muchedumbre silenciosa azotada por miles de años
de tierra y de castigo,
aventada por la muerte.