Bolívar Sarmiento en Sidney, Australia: una foto para el recuerdo

Bolívar Sarmiento, con su voz y su guitarra, vivió más de veinte años en Australia, donde difundió “nuestra música” y recibió aplausos. Ahora dirige el conjunto polifónico Ciudad de Cuenca, auspiciado por la Municipalidad

Bolívar tocaba la guitarra en el restaurante Bertones, en Sydney –Australia-, cuando una noche del año 1995 se acercó a él un hombre pequeño, de gafas oscuras, y le pidió que le acompañara para cantar el pasillo ecuatoriano Sombras.

La voz le era conocida, pero solo se dio cuenta del increíble artista que tenía al frente cuando, terminada la canción, le estrechó las manos agradeciéndole y le dijo “Soy Nicola di Vari…” . Qué sorpresa, para recordarla toda la vida!

El 21 de enero cumplió 59 años, y lleva 56 dedicado a la música. “No he hecho otra cosa, desde niño, en toda la vida”, comenta el hombre cuyo primer juguete infantil fue la guitarra pequeñita que le dio su padre, a la que aprendió a sacarle acordes casi igual que aprendía a tararear las primeras palabras.

El artista y el disco que grabó en Australia, con fines de beneficencia.

Para Bolívar Sarmiento Regalado la niñez es un recuerdo de solfeos y pentagramas mezclados con la voz de Raquel, la madre que inundaba de canciones, mandolina y acordeón, los recintos familiares, o  la sensibilidad del padre, Víctor, rasgando sonoridades de las cuerdas de la guitarra, mientras alguna vez le dijo: “aprende primero a ser persona, y luego artista”.

Él siguió siempre la lección paternal acompañada de otro consejo: “que el incentivo para el artista no sean el licor ni el cigarrillo, sino la alegría de la gente que te rodea y te admira”, le había dicho. Y ahora, hombre maduro, leal a la promesa de entonces, puede pasar sobrio una noche entera, sin tomar ni un trago, haciendo música que matizan con licor los amigos deleitándose con sus melodías.

A los siete años, edad en la que el común de los niños empieza a hacer uso de la razón, Bolívar era un prodigioso maestro de guitarra enseñando a las monjas de la escuela cuencana Sagrados Corazones. Dos años después, un experto con la mandolina y el acordeón.

La educación formal estuvo en un segundo plano en la trayectoria del artista, que se hizo bachiller del colegio La Salle y cursó luego la Universidad del Azuay, donde en 1987 obtuvo el título de ingeniero comercial, profesión que apenas si la ha ejercido: “nunca me atrajeron los escritorios ni la burocracia”, comenta. Pero sí ejerció la docencia, como profesor de Guitarra en el Conservatorio José María Rodríguez, entre 1980 y 1987, invitado por el maestro José Castelví, quien conocía y reconocía sus cualidades.

Ya por entonces había demostrado sus aptitudes, pues en 1983 estuvo entre los fundadores del Quinteto del Recuerdo, conjunto musical que adquirió gran resonancia y fama, dirigido por Enrique Ortiz Cobos, con Rubén Mosquera al piano, Luis Ortiz en la guitarra y canto, Pablo González en el bajo eléctrico y el canto. Desde la primera función, el éxito: “fue en el teatro Casa de la Cultura, en diciembre de 1983, con villancicos navideños”, no olvida. El grupo grabó cinco volúmenes de canciones que con el pasar de los años guardan como reliquias quienes gustan y admiran especialmente el cancionero popular del Ecuador y de América Latina.

Pero a Bolívar le cosquilleaba el ansia por conocer el mundo y hacer música más allá de las fronteras. En 1990 se aventuró por Australia  y se quedó 23 años, dedicado a tocar sus instrumentos favoritos: la guitarra, la mandolina, el acordeón, el charango, el piano o el violín. Fue por entonces aquel inesperado encuentro con Nicola di Vari, en Sydney.

Niño aún, Bolívar ensaya al acordeón bajo la atención de su padre, Víctor.

Eran años de recorrer por las ciudades del continente oceánico, alternado con viajes por países europeos, ofreciendo conciertos que agradaban al público. La música nacional –pasillos, sanjuanitos, capishcas- estaban siempre en su repertorio, al igual que selecciones populares latinoamericanas. Fueron, además, años de conocer gente, de recibir aplausos y disfrutar del arte. 

También, de anécdotas, como la de aquella vez, cuando tocó y cantó el yumbo Atahuallpa, del ecuatoriano Carlos Bonilla. Un señor que escuchó con atención la melodía, en un idioma extraño que no lo comprendía, se acercó y le dijo que la música es como la mujer: puede ser china, alemana, española o de cualquier lugar del mundo, pero si es hermosa, igual es admirada.

Allá, lejos de su Cuenca y de su Patria, el artista recordó siempre el consejo de don Víctor, su padre, especialmente si ofrecía presentaciones benéficas en asilos de ancianos o ante pacientes de enfermedades incurables, consciente de que la música alegra el espíritu y la mejor recompensa que ofrece se refleja en los rostros de la gente que la escucha. 

Bolívar regresó al Ecuador en 2007, para asentar cabeza, cargado de experiencias y de tonalidades del mundo. Allá, en la lejana Australia, quedó Catherina, su hija ahora de veinte años que admira la voz y el arte de su padre, al igual que Valentina, de ocho años, la hija ecuatoriana a la que ahora él enseña con amor el arte que lleva en las venas y en los genes.

Desde 2014 el artista integra el Quinteto Polifónico Ciudad de Cuenca, auspiciado por la Municipalidad, pues el Alcalde Marcelo Cabrera le ha incluido en los planes que destacan en la gestión de la ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Bolívar Sarmiento seguirá en la música por siempre. Para eso ha venido al mundo. Y quiere, sobre todo, difundir la música propia, con raíces hundidas en la tradición y la cultura ecuatoriana y latinoamericana, porque es digna de hacérsela conocer por todas partes. “Nuestra música –dice- esa mezcla de alegría y tristeza, cuya esencia debe preservarse, liberándola del prurito de desvirtuarla en ritmos destinados al bullicio con el que hoy se anima a bailar a toda la gente”.

Cumplido el afán de conocer otros mundos, ha vuelto a sus raíces enriquecido de experiencias y conocimientos. También prepara sus propias creaciones. Su intervención en eventos académicos, en espectáculos de arte y cultura, aporta a la valoración del arte con el que Cuenca puede exhibirse con gran mérito a públicos propios y extraños a través de la música.

 

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