Cerrada, la flor tiene un diámetro de dieciséis metros, medida que asciende al doble cuando está completamente abierta. Por la apariencia tersa de los pétalos, la flor da una apariencia de ligereza que nada tiene que ver con la realidad, porque pesa alrededor de dieciocho toneladas
Una de las tendencias comunes en el mundo de hoy es instalar esculturas en los espacios públicos como forma de incentivar el arte local a la vez de embellecer dichos espacios. Estamos pues en la Plaza Naciones Unidas en la bella capital argentina: Buenos Aires. El día soleado favorece esta visita porque, más allá de abrigar y de iluminar la plaza entera, hay una escultura muy peculiar que se sirve en parte del sol para cumplir su cometido.
Se trata de una escultura que asciende a veinte metros de altura y tiene la forma de una flor de seis pétalos. Erigida con una mezcla de aluminio y acero inoxidable, el autor de esta escultura fue más allá del puro plano decorativo de un espacio público y se valió de los elementos naturales que rodean tales espacios. La flor no se asienta inerte sobre la base que la sostiene. Rodeada del agua que llena una fuente hecha para albergar la flor en su centro mismo, la escultura tiene la propiedad de moverse conforme avanza el día. Este movimiento se produce gracias a que los pétalos de la flor tienen puntos foto-eléctricos que, ayudados por el sistema hidráulico que se conecta desde la fuente a la flor, hacen que ésta se abra y se cierre a diario. El proceso de apertura empieza lentamente a las ocho de la mañana de cada día. La flor continúa abriéndose durante el transcurso del día para cerrarse del todo al atardecer.
Este movimiento de apertura de los pétalos no es perceptible a simple vista debido a la lentitud con que ocurre este proceso, pero quien disponga de tiempo para sentarse a admirar la belleza de esta obra de arte, podrá percibir en el lapso de una hora que los pétalos ciertamente se encuentran más abiertos que cuando se vio la escultura sesenta minutos atrás.
El artista argentino que ideó esta obra se llama Eduardo Catalano y es arquitecto de profesión; el nombre que ha escogido para esta ingeniosa escultura es ‘Floralis Genérica’ porque la idea no era darle a la obra un nombre de flor específica. Por lo contrario, lo que se busca es hacer un homenaje a todas las flores y a la vida que encierran en sí mismas, esa vida que se manifiesta en parte en el proceso de apertura y cierre y que los seres humanos no percibimos la mayor parte del tiempo.
Una vez que la flor empieza a abrirse, se puede ya ver que en su interior tiene cuatro pistilos, los que le agregan otro elemento tomado de la naturaleza, mismo que no puede ignorarse porque la idea del artista es imitar la naturaleza de una flor en el detalle del movimiento, pero también en sus componentes. Cerrada, la flor tiene un diámetro de dieciséis metros, medida que asciende al doble cuando está completamente abierta. Con estas medidas, no cabe duda de que la Plaza Naciones Unidas fue escogida para exhibir esta obra ya que cuenta con cuatro hectáreas en total, de forma que el tamaño de la flor le va bien y permite además la presencia de cuantas personas al día quieran admirarla.
La leyenda del letrero situado a pocos metros de la fuente resalta el deseo del propio artista, que fue producir una escultura que recordara a la gente la presencia de la naturaleza como opuesto exacto a los símbolos urbanos que se encuentran por doquier en la ciudad. Quizá por la apariencia tersa del terminado en los pétalos, la flor da una apariencia de ligereza que nada tiene que ver con la realidad porque, según los datos del letrero, pesa alrededor de dieciocho toneladas.
Además, como los pétalos son de metal, reflejan el paisaje verde de la plaza, la gente, el agua de la fuente, incluso el edificio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, todo esto dependiendo del grado de apertura en que se encuentren los pétalos. Además, la fuente cumple su papel en este espectáculo porque viene a ser el espejo que refleja la flor.
Parte de la historia de la escultura es el hecho de que unos años después de 2002, cuando se instaló en la plaza, una fuerte tempestad rompió su mecanismo de movimiento. La ciudad rehabilitó el mecanismo en el 2015 y, desde entonces, funciona para el deleite de la gente que visita la plaza. La escultura es ciertamente hermosa pero quizá más lo es el concepto mismo de movimiento y vida; al ser la flor un símbolo de delicadeza, nos recuerda la fragilidad a que está expuesta la naturaleza frente al avance imparable de los espacios urbanos que no dejan de abrirse paso sobre el verdor del planeta.