Miles de migrantes suramericanos radican en diversos pueblos del mundo. La suerte es diferente para unos y otros y hay casos de prósperos emprendedores que alcanzan éxito. Un periodista de este medio, por coincidencia, encontró a un compatriota que se ha abierto camino con una pitzería en la ciudad italiana de Brugherio, quien cuenta sus experiencias

na desgracia con felicidad: eso sufrió en 1993 Julio César Contreras Urdiales, cuando la camioneta en la que transportaba cuatrocientos pollos cayó a un barranco de 200 metros. De no haber ocurrido esta desgracia no sabe cuál hubiese sido hoy su suerte.

Nacido en Suscal, en la provincia ecuatoriana de Cañar, él iba entonces por los 24 años y hacía de repartidor de las aves muertas y peladas para las pollerías de Cochancay, La Troncal y otras poblaciones limítrofes con la provincia del Guayas. Era el negocio familiar del que vivían los padres y once hermanos, él el noveno. Del accidente salvó la vida, pero la experiencia le impulsó a buscar nuevos caminos por los que transitar en el futuro, sin más apoyo que los estudios primarios en el lugar nativo.

De lo que estaba seguro es de que no volvería a entregar los lunes y viernes de todas las semanas las aves desnudas, despernancadas, en los asaderos humeantes al borde de las carreteras. Una secreta rebelión contra esa rutina sin perspectivas exigía otear horizontes diferentes.

Entonces emprendió la migración con dos jóvenes del lugar y fue a dar clandestinamente en Roma, Londres y Milán, inicialmente como turista y a poco como uno más de miles de prófugos del mundo en pos de ubicarse en cualquier ocupación y ganarse la vida o la muerte. Deambuló por un sitio y otro de la región italiana de Lombardía, donde acabó asentándose en Bugherio, ciudad a continuación de Milán en la provincia de Monza, a donde llegó con destrezas aprendidas en una pitzería.

Desde 2004 es dueño y señor de una fábrica de pitzas de la ciudad italiana de más de 30 mil habitantes. No es un gran negocio, pero lo suficiente para defenderse y crecer como lo ha venido haciendo: al comienzo vendía diez pitzas diarias y ahora son centenares. “Elaboramos con una pasta crocante, digestiva e integral, respetando las normativas sanitarias y con las debidas autorizaciones”, dice el hombre que va por los 48 y tiene dividida en partes iguales la vida en su país y fuera de él. También ha dividido en dos su vida, pues al salir del Ecuador dejó a la esposa y sus tres hijos, uno de los cuales ya le ha hecho abuelo.

El fenómeno migratorio propicia sorpresas que acaban convertidas en referentes existenciales de estabilidad y permanencia. Julio César cuenta que hace unos 15 años fue a divertirse en una discoteca milanesa y conoció a Leonor –Leonor Esperanza Ochoa Loor-, joven migrante ecuatoriana originaria de Manta, cuya amistad se convirtió en idilio: una hija de 14 y un varón de 12 son los hijos que han procreado los dos migrantes asociados sin necesidad de firmas ni papeles para transitar el sendero común al que llaman destino. Somos felices y eso basta, dice ella, jovial y simpática con el vecindario y los clientes. Cuando se conocieron era empleada doméstica y ahora lleva la cuentas del negocio propio.

¿Volverían al Ecuador? Es la pregunta que el curioso periodista, compatriota además, consulta a la pareja de la pareja de hijos que estudian en la ciudad italiana donde han nacido. No: no quisieran retornar al Ecuador. Él es parco para dar explicaciones pero ella, siempre sonriente, dice haber encontrado en Italia la gente amigable que no conoció en su país. “Cuando fui unos días de vacación en una tienda una mujer con la que intenté más que comprar, conversar, me cortó diciéndome molesta diga, diga rápido… Aquí la gente no trata así”.

El periodista ecuatoriano por coincidencia ha dado con esta familia ecuatoriana en Italia e intenta una pregunta de interés político: ¿qué opinan del ex Presidente Rafael Correa? Él no comenta nada, pero ella, siempre locuaz, responde: “Qué buen Presidente fue el señor Correa según las noticias, por todo lo que hizo, pero hora tenemos dudas por todo lo que deshizo”, dice casi a carcajadas.

Julio César y su sobrino Francisco en plena actividad de preparación de las pitzas elaboradas a pedido de los clientes

Francisco Contretas, sobrino de Julio César, es encargado de amasar la harina, preparar los ingredientes y dar forma a la pitza que entra al horno de leña de donde sale olorosa, provocativa y decorada, lista para entregarla a los clientes que acuden o han hecho los pedidos que son atendidos con rapidez en motocicletas. “El secreto de nuestras pitzas está también en la leña, que no es cualquier leña, sino de un árbol especial que se da en Francia”, comenta mientras introduce al horno las bandejas que contienen las pitzas que entran crudas y salen cocidas a más de 200 grados de temperatura en dos minutos. El hombre tiene pericia lograda en 17 años de ocuparse en la pitzería. 

Estos ecuatorianos que han hecho vida en el extranjero, son unos de tantos que pueblan diversas latitudes del planeta y son descubiertos, al azar, para conocerlos y conocer de cómo sobreviven, y sus experiencias. Cada dos años, Julio César y Leonor renuevan sus documentos de permanencia en la vieja Italia y la vieja Europa.

Leonor Esperanza, esposa de César, atiende los pedidos y lleva la contabilidad del negocio.

 

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