El Presidente Moreno inicia el penúltimo año de gestión. De su informe en la Asamblea destaca como positivo el respiro de tranquilidad tras una década de miedo a veces lindante en el terror, que caracterizó a la década anterior en el vivir de los ecuatorianos. Ahora hay libertad, que debería ser lo normal en todos los tiempos y con todos los gobiernos.
También destaca el respeto a la opinión ajena, especialmente en el trabajo de los medios de comunicación. Han desaparecido los organismos y funcionarios autoritarios obsecuentes al pensamiento único impuesto por el despacho presidencial. Qué bueno.
En lo que no se ha avanzado es en el castigo a la corrupción. Dos años el Presidente ha repetido que habrá mano dura en contra de quienes usurparon los recursos públicos, pero muchos identificados en semejante dolo siguen libres o están prófugos. ¿Alcanzarán los dos años que le faltan, para ver tras las rejas a los culpables y recuperar lo usurpado?
También destacó las grandes obras de vialidad o suntuarias para Quito, Guayaquil y otras ciudades del país. Bien por ellas, pero lástima que no conste la ciudad de Cuenca: el tranvía, que fue citado, es obra iniciada hace más de un lustro y debió operar hace tres años. Además, su coste de 300 millones de dólares es una insignificancia en comparación con el valor de los proyectos aludidos.
Es lamentable que las autoridades de Cuenca y del Azuay aceptasen silenciosamente esas noticias oficiales sin la respuesta que no debería ser sino el reclamo altivo por la postergación y el centralismo que siguen vigentes para una ciudad y provincia que sobrevive con sus propios esfuerzos y con grandes problemas de conexión terrestre y aérea con el país. Según el Gobierno quinientas obras han sido ejecutadas en el país: ¿Cuántas de ellas en el Azuay?.