Mezcla de religión, superstición y angustia humana, la devoción al Señor de los Milagros hace trepar a multitudes por los cerros empinados detrás del pueblecito de Guachapala.

El Señor de Andacocha lleva de la mano a los Estados Unidos a los que le tienen fe, cura a los enfermos deshauciados, reconcilia a los esposos malquerientes, devuelve bienes perdidos, quita del camino a los enemigos y protege y da felicidad a quienes van en su búsqueda.

"Como bueno es bueno, pero para castigar ¡Dios nos guarde!" sentencia don Alejandro, un vejete oloroso a aguardiente que dice haber atestiguado el hallazgo de la diminuta imagen el 6 de noviembre de 1957. En sus ojos brilla con entusiasmo el límpido sol de la tarde de viernes santo, mientras el receptor de la tienda del camino pregona liturgias de la pasión.


Aquella vez, cuando Manuel Corte trabajaba con un zapapico, de un terrón removido se desprendió el sorprendente hallazgo: un pequeño Cristo, de no más de tres centímetros, cuyo relieve apenas sobresalía de la cruz a la que estaba adherido. El indígena -peón de la hacienda de Angel Matute- guardó por dos años la prenda en su bolsillo, sin deshacerse de ella siquiera para sus asiduas borracheras.

Hasta que un día soñó que una señora le recriminaba por reservarse para sí la portentosa imagen, que debía ser expuesta a la veneración pública. Contó su sueño a Abel Loja y los campesinos decidieron que se trataba de una revelación divina: "era la Virgen la que ordenaba", asegura Abel, que ahora ejerce la dignidad de síndico en el caserío al que acuden miles de peregrinos para pedir milagros al "Señorcito" o para agradecerlo por favores recibidos.

En principio la gente no supo valorar los poderes milagrosos de la pequeña imagen, pues solo los peones de la hacienda y los escasos habitantes del lugar la conocían y veneraban. Don Abel confiesa que tuvo que esmerarse en la propaganda por otros caseríos, por Guachapala y Paute -la cabecera cantonal-, hasta que los prodigios fueron difundiéndose por todas partes y llegaron a Andacocha caravanas interminables de creyentes ansiosos de milagros. Sus limosnas permitieron construir una capilla que a poco resultó estrecha, por lo que se levantó un templo, que ya es pequeño los domingos y se piensa sustituirlo por una basílica tan grande como la fe de los peregrinos que fatigados pero contentos, van de todos los rincones del país y del exterior.

En los últimos años la devoción al Señor de Andacocha se ha convertido en un verdadero fenómeno religioso que moviliza a multitudes. Miles de placas colocadas en las paredes y en los pilares del templo dan cuenta de los milagros, especialmente en favor de jóvenes indocumentados que llegaron a Estados Unidos burlando los controles migratorios del trayecto. Parecería darse una competencia entre madres, esposas y parientes por dejar allí la constancia de su gratitud al "Señorcito" en placas artísticas de mármol, bronce, madera y vistosos metales.

También hay inscripciones humildes, plagadas de faltas ortográficas de campesinos agradecidos por la recuperación de una res, el retorno del cónyuge que se largó de casa o la curación de un ser querido.

Resulta difícil diferenciar en aquellas elementales manifestaciones humanas lo que corresponde al sentimiento religioso y lo que forma parte de la superstición, la ignorancia o el fanatismo. En un rincón del templo hay una mesa rodeada de tablas, a modo de recipiente, donde los devotos dejan sus fotografías para que el Señor de Andacocha los identifique y recuerde sus pedidos.

Algunas placas colocadas en las paredes del templo tienen mechones de cabellos con igual propósito y hay otras con la fotografía de un bus cuya protección se invoca. Por allí están colgadas las muletas de una joven que supuestamente inválida subió con ellos hasta el templo, pero no los necesitó para el regreso, premiada con el milagro de la curación.

Tampoco se puede desvincular la devoción de Andacocha del aspecto lucrativo, pues obligados los peregrinos por falta de carretera a escalar las lomas, en   el trayecto encuentran comidas, bebidas, estampas y recuerdos de la peregrinación. Alrededor del templo prolifera toda clase de mercaderes. Los fotógrafos hacen buen negocio entregando instantáneas para que los fieles las dejen en el sitio respectivo del templo o en cualquier espacio disponible en las paredes. Y todas las cosas y servicios imaginables que es posible obtenerlos en el paraje, tienen precios descomunales.

Las autoridades de la Iglesia no han dado un pronunciamiento en torno a este fenómeno, pero el cura de Guachapala tiene más trabajo en Andacocha que en la cabecera parroquial. También más ingresos económicos.

Los mayores de Andacocha recuerdan que hace más de 50 años en el sitio había una laguna cuyas aguas se movían con el viento, haciendo olas, de donde proviene el nombre del lugar: laguna que anda.

Ingenuos, los campesinos le asignaron poderes maléficos, por lo que un párroco la conjuró y empezó a secarse. Hoy ya no existe de ella más que un vestigio por la depresión del suelo.

Para llegar a Andacocha hay que ir en vehículo de Cuenca hasta Guachapala, desde donde se trepa por senderos empinados: en cuatro kilómetros de recorrido se asciende alrededor de mil metros.

El caserío es popular en el país por los promocionados prodigios del diminuto Cristo. Llama la atención la generosidad del pueblo para entregar limosnas que incansablemente las reciben Abel Loja y su ayudante Miguel Jiménez.

Los donativos han impulsado el progreso del lugar, donde se ha construido una plaza central en torno a la cual está creciendo la población y se ha levantado una casa comunal, para alojamiento de los peregrinos.

Los visitantes también dejan regalos. Los peregrinos depositan sus ofrendas sobre una enorme mesa que sobresale en una parte muy visible del templo: lámparas, objetos de arte, ramos de flores, joyas y hasta juguetes se acumulan a diario en vistosa y polícroma exhibición.

En el centro destaca la reproducción de un enorme billete de un dólar, testimonio de que esa moneda es recibida con agrado por el "Señorcito", de las generosas manos de los peregrinos.

Abril de 1991

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233