Dios los creó: hombre y mujer;
y la Santa Madre Iglesia bendijo su unión.
Creencia católica
Si el amor es bueno, no importa el sexo.
Dicho popular, hace unas décadas, se consideraba
depravado, en la actualidad resulta casi inocente.
Las minorías sexuales: lesbianas, homosexuales, bisexuales, transexuales, asexuales e intersexuales… Estas minorías –que no son heterosexuales – reclaman sus derechos. Y lo hacen con fuerza y tesón. Derechos que habían sido negados por la tradición y los prejuicios. A estos géneros se los juzgaba negativamente y se los consideraba degeneraciones o aberraciones
El matrimonio igualitario fue el disparador del conflicto. Y, de pronto, -- como muchos dicen hoy en día – los temas se hicieron virales. Y los comentarios y la argumentación, también. Bueno… Para empezar, lo que asegura el primer epígrafe es una suprema, y muy conservadora, simplificación. Y-- si lo creemos, a plenitud -- no entenderemos, prácticamente, nada de todo esto. Peor aún, si nos ponemos belicosos o prejuiciosos… Si queremos entenderlos, en cambio, tendremos que ir – con la debida paciencia y el debido cuidado – manejando datos, conceptos, detalles y matices. Y, quizás, finalmente, consigamos una adecuada percepción de ellos. (El segundo epígrafe – desde otro punto de vista – insinúa lo contrario: una sociedad que, por lenta evolución, se fue transformando; y llegó a ser superadora… Se debe atender, pues, a nuevas y diversas realidades.) Adelante. El sexo, en el tapete.
No hay solamente dos sexos humanos. Hay cuatro: varón, mujer; y dos intersexuales: el masculinoide y el feminoide. (Los últimos muy minoritarios: alrededor del uno por ciento de la población.) Un masculinoide tiene una anatomía cuasi femenina y testículos internos. (Son los llamados, vulgarmente, marimachos.) Un feminoide tiene una anatomía cuasi masculina y ovarios internos. (Vulgarmente, los amujerados) La intersexualidad, así descrita, es, también, una simplificación; porque, de hecho, el fenómeno se presenta en formas distintas y en diversos grados, pero vale como punto de partida, para tratar temas aledaños. (Nota al paso: Por falta de investigaciones suficientes, ni siquiera los médicos se han puesto de acuerdo al respecto. Y, por ello, – para evitar los términos que puedan ser despectivos – hay quienes han propuesto nombrar a los intersexuales como DDS / personas con desordenes del desarrollo sexual /.) Bien… Aunque este cuarteto, o trío, no sea, usualmente, reconocido, es bastante fácil de entender. Lo del sexo, pues, en realidad, es más bien sencillo.
La complicación comienza con el género. Hasta hace unas décadas, la palabra tenía tres significados básicos: una tela, una clase de cosas o personas, y un accidente gramatical. El accidente incluye – permítasenos la redundancia inevitable -- los tres géneros: el masculino, el femenino y el neutro. Más allá de las coincidencias, -- el gato, la gata… -- los géneros no se corresponden, de ninguna manera, con los sexos. Se atribuyen arbitrariamente: el cañón, la barca… (Y los estudiosos de la lengua siempre tuvieron el buen cuidado de señalarlo y enfatizarlo.) Distingamos, en este punto, -- es necesario -- el género de lo genérico. Lo genérico es la unión conceptual, y tradicional, de los géneros. (Que no siempre – como afirman algunos partidarios del lenguaje inclusivo – lo hace el masculino. También puede hacerlo el femenino. Veamos. La tortuga incluye a la tortuga, propiamente dicha, y al tortugo. Igual: paloma, hiena, culebra… Aunque, por supuesto, debamos reconocer que, en el idioma español, el masculino es más ampliamente abarcador que el femenino, Y, lo último, se debe sólo a la economía de la expresión. No hay, en este rasgo, nada de machismo.) Y, también. hay cosas, o personas, que son nominadas, indistintamente, por el masculino o el femenino. Prototípica: el mar o la mar; igual: policía, agravante, sartén… (Actuales.) (Con femeninos anticuados: puente, valle, calor...) Y ciertos objetos, además, se designan con una palabra masculina o femenina: el motor, la máquina… Y, por último y en verdad, el cambio de género sí puede dar significados muy distintos: la capital y el capital; el pendiente, la pendiente…
Pero la lengua evoluciona de manera constante; o, por lo menos, va cambiando. (Responde a las condiciones sociales del tiempo.) Así, la palabra género ha tomado, actualmente, una nueva e importante acepción: las formas individuales de asumir el sexo. Y – a partir de ahí, como consecuencia, – las conductas correspondientes. El género es, entonces, una condición sicológica. (A diferencia del sexo; que es una condición anatómica y biológica.) Y, con esto, llegamos al meollo de la cuestión: los LGBTI. (Las minorías sexuales; dentro de su sector completo: lesbianas, homosexuales, bisexuales, heterosexuales, transexuales, asexuales e intersexuales.) Y todas estas minorías – es decir, todos los grupos que no son heterosexuales – reclaman sus derechos. Y lo hacen, hoy, con fuerza y tesón. (Derechos que habían sido negados, antes, por la tradición y los prejuicios. A dichos géneros se los juzgaba muy negativamente; y, hasta, se los consideraba degeneraciones o aberraciones,) Y, ahora, pasaremos al campo de la ley. Lo preciso aquí: En una sociedad democrática, la ley debe reconocer, y garantizar, los derechos de todas las minorías. Bueno… Es lo que se quiere y se preconiza. Pero, con bastante frecuencia, la ley ordena bien; y la realidad resiste… mejor, La realidad es muy difícil de cambiar. (Por aquello que ya señaló, contundentemente, Einstein: Es más fácil romper un átomo, que romper un prejuicio.) Sin embargo, -- por muchas que sean las dificultades -- la lucha de los igualitarios ha empezado; y, seguramente, continuará.
Y entramos, ya, en lo administrativo. ¿Qué debe hacer el Registro Civil? Hay, en estas oficinas, fallas y dudas. Tradicionalmente, los documentos de identidad tenían unos cuadritos para el sexo; que se marcaban con M o F. Como se puede suponer, nadie pensó en los masculinoides y los feminoides.
Por lo tanto, la adjudicación oficial del sexo siempre fue incompleta… Y, hoy, además, el asunto se enreda con la posibilidad de cambiar, en el documento, el sexo por el género. (En el Ecuador, se lo puede hacer – por una sola vez – a partir de la mayoría de edad.) ¿Debe constar el género en el documento? Nosotros creemos que no; porque el género es un asunto privado; es decir, no es público, sino personal. Tal vez, en esto, lo mejor sea mantener lo antiguo: Que el sexo que adjudica el Registro Civil se marque -- sólo en las dos clases – por el certificado médico o la declaración de los padres. Porque tal cosa, en verdad, sí tiene su importancia en asuntos como la educación, el servicio militar, las jubilaciones…Y – en los casos dudosos -- no quedaría más remedio que acudir a la justicia. (¿Puede un masculinoide ingresar en una escuela de niñas? ¿Iría un feminoide a una cárcel de varones? ¿Puede competir un masculinoide en unos juegos deportivos de mujeres? / Ocurrió en Kenia. / ¿Un aportante varón puede jubilarse, cinco años antes, por cambiarse, oportunamente, de género? / Pasó en la Argentina…/ ¿Puede un transexual participar en un concurso de belleza femenina? / Se dio en España. / Etc.)
Y así – siguiendo con la ley – arribamos al matrimonio igualitario. La palabra matrimonio – también polisémica, como género – ha significado, desde la Antigüedad, el contrato de convivencia, religioso, entre un hombre y una mujer. Parece que matrimonio – palabra que, en forma obvia, se deriva de madre – significaba, originalmente, una especie de contrato de maternidad: La mujer se comprometía a darle hijos al varón; y éste a mantener a la familia. (Un rezago, quizás, de los más viejos tiempos matriarcales; cuando las mujeres imponían, a los varones, las obligaciones de proveerlas y protegerlas.) Dijimos significaba… Porque – como bien se ha señalado – casi nadie se casa para tener descendencia. Los hijos venían, antaño, prácticamente, sin poder evitarse. Y, aún hoy en día, --pese al control de la natalidad – los bebés no deseados siguen llegando… Bien… Cuando se crearon los registros civiles, -- con el triunfo del Liberalismo -- el matrimonio se dobló: civil y religioso. El civil realiza las formalidades laicas. (Para la validez legal.) Y el religioso retiene poco más que la solemnidad y los oropeles. (La novia es el personaje central de la boda; quedan la simbología y la parafernalia; se festeja a lo grande…) Ojo: Estos últimos detalles – ocasionales, especiales y llamativos – son, muy probablemente, los que han llevado, a las minorías, a la adopción del vocablo, (Para esos contratos recientes; que, los conservadores, consideran “impropios”; y los alarmistas, de entre ellos, el camino a las modernas Sodoma y Gomorra. El atractivo sicológico… Poderoso, aquí; a pesar de la prosaica, y amplia, tendencia de los heterosexuales a no casarse.) A lo principal: La palabra matrimonio ha tomado, pues, de hecho, un nuevo y simplificante sentido: el mero y llano contrato civil de convivencia… Así debemos tomarlo; dejando, de lado, las inexactitudes. En definitiva, y en esta forma, se trata de que se casen todos los que lo deseen; con quien o quienes lo deseen; incluidos los polígamos y las poliándricas. (¿Por qué no? ¿No se afirma que el ser humano tiende a la variedad sexual? / Pruebas, Las tradicionales dos casas de los varones mexicanos; eso del amor libre, de los primeros comunistas en el poder; la permisividad de los jipis; las relaciones a la moda del día: bastantes; sin amor, sin compromiso, con amplia tolerancia…/ Y, yendo un poco más allá: ¿La minoría promiscua no tiene, también, sus derechos? Pues, claro que los tiene.) Y cerremos.
El columnista Iván Sandoval Carrión – de EL UNIVERSO, de Guayaquil; médico siquiatra – ha hecho notar que, en un sentido relativamente estricto, no hay ni matrimonios, ni divorcios igualitarios. (Nada, en la vida, es muy igual; y, menos aún, idéntico…) Nosotros señalaremos, también, la inadecuación del vocablo mismo. A ver. Igualitario no significa igual; significa, sólo, tendiente a la igualdad. ¿Entonces…? Pues, que, la igualdad sigue siendo un deseo, y una búsqueda… (Tanto cuanto ocurre en otros campos de la vida humana.) Queda, dicha igualdad, en consecuencia, aún pendiente; por lo menos, en una parte considerable… Y esto es, además, un poco triste: Los igualitarios, del género, deberán resignarse, de momento, a la espera y la esperanza.