Enrique Ortiz, Alejandro Suárez, Cornelio Vintimilla Muñoz, Alberto y Carlos Ortiz Cobos en una tenida musical.

En este tiempo de bromas, inocentadas y villancicos, vale evocar a Carlos, Alejandro, Alberto y Enrique, que hicieron época histórica en la segunda mitad del siglo pasado y son personajes que aún viven en el corazón del pueblo cuencano

Era temporada de inocentes cuando sonó el teléfono en casa de la familia Ortiz. Don Alejandro tomó el fono y una voz femenina le preguntó si tenía perniles para comprarlos.

“No, se acabó el chancho. Sólo me queda la pinga del animal y deme la dirección para llevarle”, fue la respuesta súbita que sorprendió a la dama anónima a quien le falló la inocentada, mientras el viejo soltó su carcajada estruendosa.

Así recuerda Alejandro hijo, quien conoce al por mayor anécdotas e historias de humor de su padre y de sus tíos, que hicieron fama de bromas espontáneas y oportunas, en el mundo social de Cuenca de la segunda mitad del siglo XX.

 Alejandro Ortiz Cartagena, hijo de Alejandro, cuenta las anécdotas de sus mayores

Carlos, Alejandro, Alberto y Enrique eran hijos de Carlos Ortiz –la otra mitad más una de la prole eran mujeres- , de quien heredaron la gracia del buen genio y de ocurrencias para hacer agradable la vida. Al corpulento progenitor, por su volumen pesado, le apodaron afectuosamente Cuchi Ortiz y más popularmente como Gordo Ortiz, sobrenombres que los llevaba sin pesares. Los cuatro, más que hermanos amigos inseparables, eran invitados infaltables a las reuniones sociales distinguidas de la época. Aparte de bromistas y expertos en el arte de los trucos de quiromancia, hacían música de primera con guitarra, bandeón y acordeón, para armar fiestas y celebraciones. Ellos integraron las orquestas y conjuntos musicales de mayor prestigio de su tiempo.

Carlos, el padre, tenía un salón en las calles Gran Colombia y Padre Aguirre, sitio de bohemia de los personajes más notables del mundo cultural y artístico de Cuenca de esos tiempos, con quienes se acoplaron sus hijos en sesiones inolvidables de alegría. La casa pasó a propiedad de Alejandro Ortiz Cobos, que levantó una nueva edificación hace más de cuarenta años para la Foto Ortiz –que sigue allí con un rótulo de FUJIFILM-, pues él fue de por vida por el arte de la fotografía.

Los hermanos asistían a una reunión de la familia Ortiz Tamariz en Gualaceo, cuando alguien llamó la atención de un chancho de pelaje rubio que iba a ser sacrificado para el convite, aludiendo a Alejandro, que era moreno. Y él no se quedó callado: “es un puerco Ortiz Tamariz”, dijo, y todos le aplaudieron.

Otra vez la gallada iba en un carro conducido por Antonio Malo, directivo del Banco del Azuay, a una invitación de campo en Ricaurte, pero el vehículo no alcanzaba a trepar la cuesta ante la preocupación del dueño, al que consoló Alberto diciéndole que su carro había sido hecho sólo para las bajadas.

 Carlos Ortiz y una de las ¨Pitimuchas¨, afamadas por las delicias de una picantería que hizo época en las primeras décadas del siglo XX

Siempre estaban de juerga los fines de semana. Un día fue un paseo a Cajas, sobre acémilas, hasta el sitio Tres Cruces, donde el frío calaba los huesos y había que aplacarlo con aguardiente. Uno de los señores Ortiz lamentó que para lo más de tomarse un trago hayan debido ir tan penosamente lejos. Alguien repuso que lo que decía era porque por primera vez estaba en aquel paraje. La réplica contundente fue: ¡Y la última!

Carlos se desempeñaba como Contador en el Banco del Azuay, donde un compañero tenía mala fama por el mal olor de los pies y nadie se atrevía a aludirlo. Pero él se acercó un día a preguntarle con tono preocupado si acaso había pisado pezuña, y ese fue el remedio…

Alejandro escuchaba impaciente un debate sobre la existencia de Dios, en una reunión de amigos: unos creían y otros eran incrédulos. Cuando le consultaron a él, su respuesta fue terminante: si no hubiera Dios, de dónde habrían aparecido tantos pendejos como los que están discutiendo!

En Foto Ortiz había una máquina que emitía tarjetas con el peso de los clientes que se paraban en ella. Uno reclamó a Alejandro porque no constaba la estatura y era un engaño. Entonces le respondió que se midiera el “pabilo” y multiplicara por 100, que era su peso exacto.

Ocurrencias hay para largo: un compañero del grupo musical que tocaba Jazz demoró en llegar a la presentación, pues al parecer libó la víspera. En el intermedio salieron a buscar un refresco y en la calle había ebrios dormidos. Carlos, embromándole al atrasado, le preguntó ¿De qué orquesta serán éstos?. Pero recibió su respuesta: una hilera de chanchos horneados humeaba en unos puestos fragantes. Y el compañero atrasado le preguntó a Carlos: ¿Y de qué orquesta serán éstos…? Él se quedó callado, pero riendo.

El abuelo Ortiz publicaba reclamos a los morosos de su negocio en el diario El Progreso por los años 1915, en versos de humor y picardia

Alejandro (12 de noviembre de 1910-14 de octubre de 2005), Alberto (26 de octubre de 1916-9 de enero de 1992), Enrique (7 de julio de 1918-26 de octubre de 1996) y Carlos (26 de mayo de 1919-18 de febrero de 1982), son personajes entrañables de un pasado de Cuenca: cordiales, alegres, queridos por todos, dejaron recuerdos que merecen evocarse y rescatarlos.

Los esposos Carlos Ortiz Cobos y Rosa Angélica Farfán, en una foto del recuerdo que conserva Carmen, su hija.

 

Aleljandro Suarez, Enrique, Carlos , Cornelio Vintimilla Muñoz, Alberto y Ricardo León.

A la izquierda los amigos más cercanos del personaje lamentan su fallecimiento.

 

 

CARLOS, EL GRAN MÚSICO

Carlos fue quien más sobresalió en la música: desde la juventud integró los más importantes conjuntos y orquestas de Cuenca. El acordeón, el bandeón y el piano fueron sus instrumentos favoritos.

Compuso centenares de melodías de los más diversos géneros y recibió honores y reconocimientos por su gran obra cultural. Fue fundador de la Orquesta Sinfónica de Cuenca y profesor del Conservatorio José María Rodríguez.

En 1950 compuso la canción popular Por esto te quiero Cuenca, emblemática, que nunca deja de tocarse y cantarse en las festivadades de la ciudad. Hasta resuena hoy todos los días y a todas horas en los carros que van por las calles y los barrios anunciando la venta del gas. La melodía pasó a la posteridad como Por eso te quiero Cuenca, con el nombre original cambiado al uso popular.

En 1960 el Gobierno le dio a Carlos la condecoración Al Mérito, en el grado de Caballero, por su valiosa y fecunda producción musical. El 3 de noviembre de 1981 recibió la presea Municipalidad de Cuenca, la más alta que se confiere a los ciudadanos ilustres en la fiesta principal de la ciudad, considerando que “ha dedicado su existencia a enaltecer la Música del Folklore cuencano y ecuatoriano mediante sus creaciones que han enaltecido nuestro acervo cultural”.

 

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