Abdón Calderón agoniza herido en la batalla del Pichincha, coronado de laureles triunfales por su heroísmo para lograr la libertad americana. Óleo de José Salas inicialmente ubicado en la sala de sesiones de la Municipalidad de Cuenca y ahora “en cuarentena” en el museo Remigio Crespo, para ser restaurado.

La imagen del joven soldado cuencano, aureolada de admiración patriótica, ha sido fuente de inspiración poética, romanticismo y amor a la libertad, al evocarse los 200 años de la triunfal batalla

Dos siglos después, la Batalla del Pichincha, la gesta del 24 de mayo de 1822, se la considera como una puerta que se abrió a la liberación de los pueblos americanos del coloniaje, gracias a héroes que vertieron su sangre en las faldas del volcán tutelar de Quito.

La hazaña de militares de varios países hispanoamericanos desbandó a los escuadrones españoles con las estrategias del mariscal Antonio José de Sucre, inspiradas en “la idea grandiosa de formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo”, según Simón Bolívar en la Carta de Jamaica, de 6 de septiembre de 1815.

En Pichincha se realizaron los sueños libertarios germinados décadas atrás por Eugenio de Santa Cruz y Espejo, el pensador americano de mayor ilustración en tiempos coloniales, médico, periodista, científico. Fue la culminación de un proceso histórico que estalló en armas como única opción para desterrar el despotismo imperial explotador de pueblos oprimidos, de su gente, de sus recursos, de sus derechos.

Los ideales independistas encontraron su brazo ejecutor en Bolívar y tuvieron al mariscal Sucre como el estratega llamado a ponerlos en práctica, apoyado por pundonorosos y valientes oficiales y tropas de sus ejércitos.

A dos siglos de la Batalla el fervor patriótico del triunfo militar en mucho se ha reducido a una fecha más del calendario festivo, vaciado del significado trascendental en el destino de América. Es parte de la lista de feriados que en vez de evocar civismo, diluye la conmemoración en un descanso acomodado a largos días de ocio o turismo.

¿Qué dicen hoy los maestros sobre el significado de esta batalla en las aulas educativas? ¿Qué de sus protagonistas, de las feroces luchas previas que culminaron el 24 de mayo de 1822? Aparte de las Fuerzas Armadas, que ostentan su fecha de mayor gloria en aquel 24 de mayo, poco resuena entre los ecuatorianos alejados de Quito el clamor de las trompetas libertarias o el homenaje que deben las generaciones a quienes conquistaron la libertad que –pese a todos los avatares y traiciones perdura hasta hoy- dividieron el destino americano entre antes de Pichicha y lo que vino luego hasta estos días.

El héroe inmortalizado en el bronce

 Monumento al héroe cuencano Abdón Calderón, inaugurado el 24 de mayo de 1931, imagen emblemática e histórica en el centro mismo del corazón de la ciudad.

Abdón Calderón es héroe y símbolo de la pasión libertaria que coronó de gloria las alturas del volcán Pichincha en mayo de 1822, para poner fin, armas en brazo, al largo periodo avasallador del colonialismo ibérico en tierras americanas.

Menor de 18 años, no fue improvisado en esta batalla, sino temprano veterano que ya, en 1820, se estrenó en la jornada independentista del 9 de octubre en Guayaquil. Su presencia en Pichincha fue antecedida de siete campañas en las que, tras triunfos o derrotas, estuvo presto a gritar “presente” al correr las listas de sobrevivientes en los campos de batalla.

Nació en Cuenca el 30 de julio de 1804, día de San Abdón, que habría motivado a escogerle el nombre, como era costumbre. Segundo de cinco hijos del matrimonio del cubano Francisco García Calderón y la guayaquileña Manuela Garaicoa Llaguno, personajes de cuna notable: Mercedes, primogénita, nació en Guayaquil el 7 de enero de 1801; Baltasara, menor de Abdón, en Cuenca, el 6 de enero de 1806, fue la esposa del Presidente Vicente Rocafuerte. Carmen nació en Cuenca el 17 de julio de 1807 y Francisco el 4 de octubre de 1810, en Guayaquil, a donde volvió su madre cuando el esposo apresado por los realistas no regresó más al hogar.

El 24 de mayo, Abdón no fue un soldado novato. Por su gallardía y patriotismo le habían ascendido a grados de subteniente y teniente. Además, la sombra del padre le adiestraba en las armas: Francisco Calderón –así se abrevió el apellido para la historia-, que ejercía de Tesorero de las Cajas Reales y enfiló en las huestes de la independencia americana, leal al grito libertario del 10 de agosto de 1809 en Quito, fue apresado y fusilado en Ibarra por enemigos de la libertad, el 1 de diciembre de 1812. Su sangre hirvió en las venas de Abdón en las alturas del Pichincha.

 Retrato del Héroe Niño concebido por el artista Luis Toro Moreno, se encuentra también en el museo municipal Crespo Toral.

Allá ascendió el héroe casi niño, comandante de la Compañía Yaguachi, para la jornada bélica más valiente de su vida, horas antes de la batalla que le llevaría a la muerte y le coronaría de gloria. La travesía de los batallones se había iniciado en Cuenca, al mando del mariscal Sucre que permaneció en la ciudad natal de Abdón desde el 21 de febrero de 1822 hasta mediados de abril.

La noche del 23 de mayo los soldados de Sucre tomaron posiciones en las alturas del Pichincha, listos a enfrentar al enemigo peninsular. A media mañana del 24 estalló la alarma y la batalla.

Las arengas y proclamas de Abdón Calderón se confundieron con los primeros estruendos de las balas y las humaredas del fuego. Un proyectil le atravesó el brazo derecho y luego otro, el brazo izquierdo, y otros cada uno de sus muslos. La temeridad del héroe pugnando por no rendirse a la inmovilidad en la batalla enardeció a los compañeros, redoblando su energía para el combate vaticinador del triunfo.

“¿Qué sentiría, casi en ese preciso instante, al oír las campanas de la Recoleta de la Merced tocando a VICTORIA por la Patria, echadas al vuelo por los soldados del Paya, que habían llegado allá? –Oh dolor, oh sarcasmos de la suerte y de la gloria!... haber de morir entonces”, escribiría Octavio Cordero Palacios cien años después de la batalla, en 1920.

El 28 de mayo de 1822 Antonio José de Sucre reportó a Bolívar el parte oficial de la batalla: “Cuatrocientos cadáveres enemigos y doscientos nuestros han regado con su sangre el campo de batalla; además, tenemos ciento noventa heridos de los españoles y ciento cuarenta de los nuestros…”. Sobre Abdón, destacó: “… Hago una particular memoria de la conducta del Teniente Calderón, que habiendo recibido sucesivamente cuatro heridas, no quiso retirarse del combate. Probablemente morirá, pero el Gobierno de la República deberá compensar a su familia los servicios de este oficial heroico”. Tras el triunfo, Sucre ascendió a Abdón al grado de capitán y Bolívar habría decretado que al pasar lista de los soldados de la compañía Yaguachi, se responda siempre “Murió gloriosamente en Pichincha, pero vive en nuestros corazones”.

A partir de entonces al personaje histórico se añadió la leyenda, empezando por las incertidumbres de cómo y dónde murió al ser retirado sangrante del campo de batalla. Se afirma que fue cinco o seis días después de la batalla en el hospital San Juan de Dios, de Quito, por la gravedad de las heridas complicadas con una fiebre palúdica y disenterías.

Juan Illingworth, emparentado con la familia de Abdón, en carta de octubre de 1922 al historiador Octavio Cordero, dice que la muerte habría ocurrido en el domicilio de Mercedes, tía de Abdón, quien tenía el único retrato conocido del héroe, que pasó a la Junta de Beneficencia Municipal y se habría consumido en un incendio de 1896.

Manuel Antonio López, coronel que estuvo cerca de Calderón en la batalla, afirma que el herido fue llevado al hospital San Juan de Dios y allí murió, “sin determinarse, empero, en dónde fue enterrado”. José Félix Heredia, obispo de Guayaquil en 1946, en carta a Francisco Chiriboga, Presidente de la Sociedad Bolivariana, cree que los restos de Calderón debieron haber ido a Yaguachi Viejo, donde en los años de la muerte del héroe fue párroco el futuro arzobispo de Guayaquil monseñor Garaycoa: “Por desgracia, Yaguachi Viejo desapareció; hoy es un montón de ruinas en donde no hay rastro del antiguo cementerio…”

El 19 de octubre de 1899 el Congreso expidió un decreto disponiendo erigir un monumento a Abdón Calderón en la ciudad de Cuenca, pero en 1917 el presidente municipal Octavio Díaz reclamó al gobierno que asignara fondos para la obra, prevista inaugurarla el 3 de noviembre de 1920, por el centenario de la independencia de Cuenca.

El monumento debía levantarse en el parque central de Cuenca, que en 1920 fue nominado oficialmente Abdón Calderón. En 1927 se formó el Comité Pro erección del monumento, encargando al artista europeo Carlos Meyer la fundición de la estatua en bronce, en Roma, por 30 mil sucres. El pedestal fue construido por el cuencano Benigno Vintimilla, por 14 mil sucres. La Municipalidad de Guayaquil contribuyó con 25 mil sucres; el gobierno del Presidente Ayora con 10 mil, más una asignación legislativa de 25 mil. Ese año se eligió por primera vez Reina de Cuenca, certamen que dejó 10 mil sucres que se sumaron a la obra. Luz María Cordero Toral fue la elegida.

El 24 de mayo de 1931 se inauguró con solemnidad la escultura del héroe sosteniendo la bandera ecuatoriana, obra emblemática a cuyo pie se colocan ofrendas florales en las fechas históricas o cuando personalidades nacionales e internacionales rinden homenaje a Cuenca en la memoria del héroe cuencano de la independencia americana.

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