por: Ángel Pacífico Guerra

Cuenca festejó con júbilo los 202 años de independencia. Ya faltan 98 para el tercer centenario y es preciso pensar en la celebración trisecular. Es posible que, para entonces, la ciudad esté conectada con vías de primer orden hacia el resto del país, con un buen servicio aéreo y con autoridades honestas y respetables

Mientras tanto, seguiremos pisando la cruenta realidad actual, caracterizada por episodios increíblemente aciagos para los pobladores del Ecuador, como los desgobiernos, el centralismo, la ausencia total de valores de muchos políticos que pescan a río revuelto para engordar sus estómagos y bolsillos.

Así es, por ejemplo, el ciudadano (¿ciudadano? Que preside la Asamblea Nacional, quien entró por la ventana al alto cargo y no pierde la oportunidad para demostrar su deslealtad a los principios políticos por los que se encaramó como legislador y también a la presidencia del organismo legislativo.

Desprovisto de vergüenza propia y ajena, no tuvo rubor, por ejemplo, de ser mediador en un litigio entre el Ejecutivo y el Legislativo, pero simultáneamente votó por la destitución fallida del presidente de la República. Recientemente, en una sesión del CAL para abordar un punto en cuestión sobre el asambleísta Fernando Villavicencio, presidente de la Comisión de Fiscalización, no tuvo empacho en demostrar su parcialidad en el asunto y votar por la sanción a la víctima. ¿Tiene credibilidad, este “caballero”?, individuo sin una pisca de rubor en el rostro y en la conciencia.

La imagen venida a lo peor de la Asamblea Nacional corresponde de pies a cabeza a la imagen de quien la preside por fuerza de la traición y la deslealtad contra la dama de Pachakutik defenestrada de esa investidura. Por semejantes “saquicelazos” se ha repetido por todas partes que a quien preside la cámara legislativa ha quedado demasiado grande el puesto. Quizá, más bien, él se ha quedado corto frente a la trascendencia humana, política, intelectual y moral que debería irradiar una autoridad de tan alta jerarquía.

El desprestigio de la Asamblea, cuyos motivos sería ocioso e interminable repetir, irradia y se repite en otras circunstancia de la vida pública y privada del país: el relajo incontrolable en las cárceles, la criminalidad imbatible en las calles, oficinas y en domicilios

particulares, reflejan, nada menos, que imágenes proyectadas desde la desvergüenza, el oportunismo, la amoralidad e inmoralidad de personajes llamados a ser modelos de honestidad, ecuanimidad, responsabilidad, en el desempeño de las más altas instituciones del Estado.

Los asambleístas, generalmente dedicados a vulgares pugnas de partido o tendencia, a darse modos para acrecentar sus remuneraciones mediante chantaje o prácticas de concusión y explotación a funcionarios de su entorno, no son en general ejemplos para los ecuatorianos honestos. Es vergonzante para la Nación que el nivel de trabajo, de discusión, de legislación y fiscalización, haya descendido a niveles de tan profunda miseria política y humana.

El desprestigio de los legisladores ha ido in crescendo en los últimos años, pero nunca estaba en los niveles o desniveles alcanzados recientemente. Sus acciones y sus omisiones se proyectan en la degradación que va sufriendo la sociedad contemporánea, cuando el sicariato, la coima, el asalto express, la criminalidad o cosas parecidas, son episodios que suceden diariamente en las ciudades, los pueblos y hasta en medios de la ruralidad ecuatoriana.

Es penoso abordar temas como el desprestigio de la Asamblea, pero si se lo hace, no queda más que hablarse o escribirse sobre la desgracia de los ecuatorianos de tener que soportar en forma indefensa los embates de la ignorancia, el despropósito, la incivilidad de personajes en altas investiduras de la representación nacional. ¿Cuándo tendremos tiempos mejores?

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