El 12 de abril de 1961 el ruso Yuri Gagarín fue el primer humano lanzado al espacio, a 27.400 kilómetros por hora, durante una hora y 48 minutos. La hazaña de la entonces Unión Soviética fue celebrada en el mundo y a su protagonista se lo declaró héroe nacional, protegiéndole como una insignia, al punto de prohibirle que arriesgara su vida en nuevas aventuras espaciales. No obstante, el 27 de marzo de 1968 murió al accidentarse su avión en entrenamiento.

El periodista soviético Vasili Peskov (1930-2013) entrevistó y fotografió al cosmonauta a su vuelta del espacio y cubrió también su trágica muerte. En el libro de relatos sobre su país, llamado LA PATRIA, están las reseñas sobre el astronauta que abrió las rutas siderales que continúan en exploración y alguna vez esclarecerán si el hombre podría vivir en otros confines del Universo o si en ellos hay formas de vida.

El 12 de abril pasado fueron 62 años de la histórica aventura del personaje pionero de la era espacial y sobre el cual Peskov dejó estos testimonios dignos de evocarlos:

No hay seguramente en el mundo nadie que haya sido tan fotografiado como Gagarín. Al buscar ahora entre las fotografías la que me es más querida, separo sin dudar un instante la foto en que Gagarín, taco en mano, está calculando una combinación en la mesa de billar. ¿Y por qué elijo precisamente esta foto y no otra?

Hace once años, el trece de abril a medio día partí rápidamente al aeropuerto de Vnúkovo con mi compañero de periódico Pável Bárashev. Nos sentíamos felices, y ¿cómo no sentirse felices? ¡Habíamos logrado la autorización! La tenacidad periodística había sido premiada: “Los autorizamos, pero deben partir pronto, el avión sale dentro de una hora”.

Subimos la escalerilla del IL-18, jadeando de impaciencia y emoción. El avión, casi vacío, emprendió inmediatamente vuelo hacia el oriente. La azafata nos contó que en el mismo avión en que volábamos, el día siguiente volaría Gagarín a Moscú desde el lugar de su aterrizaje.

Gagarín… Recordemos ese día, recordemos cuánto encierra para nosotros esta sola palabra: GAGARÍN… A pesar de que ya sabíamos algo sobre este muchacho de Gzhatsk, a pesar de que habíamos visto el álbum familiar, seguía siendo para nosotros un desconocido. ¿Qué apariencia tendrá? ¿Cuáles serán sus modales? ¿Cómo hablará? ¿Estará consciente del significado del paso que acaba de dar?

El avión se demora dos horas en llegar hasta el Volga. Ya al atardecer estábamos con Pável. En una casa de las afueras de la ciudad en las orillas del Volga. Nos dijeron que Gagarín estaba allí y que esperáramos. ¡Cuán pacientemente esperamos y cuán grande era nuestra impaciencia! Para acortar la espera de alguna manera, nos pusimos a jugar al billar en la mesa que estaba en el centro de la sala. Yo tenía la cámara fotográfica preparada y miraba con impaciencia cómo se ponía el sol de abril: media hora más tarde ya no sería posible sacar ninguna foto.

Estaba apuntándole a una bola, cuando vimos que por la crujiente escalera venía bajando a paso juvenil, un joven Comandante de mediana estatura. Venía solo y al principio nos imaginamos que era alguien que, mandando desde arriba, venía a avisarnos que esperáramos más, pero el Comandante nos tendió la mano.

-Buenas tardes, son ustedes los de Komsomólskalya Pravda?...
Vaya, es él, Gagarín en persona… Y enseguida se nos escaparon de la mente todas las “serias” y “profundas” preguntas preparadas cuidadosamente de antemano. Me había atormentado pensando en qué preguntas le debía hacer. ¿Preguntarle por el estado de ánimo? ¿Por la salud? Mas su figura apuesta y esa sonrisa suya dejaba huera una pregunta semejante. Sacamos unos periódicos del bolso… Era un buen regalo. Con atención y sin dejar de sonreír miró las fotografías de su mujer y de la mayor de sus hijas, y dijo sencillamente:

-Gracias.
Había que fotografiarlo, no debía de ser un retrato. El retrato ya lo había visto todo el mundo. Sacar una foto en acción. Trataba febrilmente de imaginarme como fotografiar a Gagarín en esa sala.

-Yura, ¿juega al billar?
-¡Venga!
Por supuesto que no jugamos en serio; cerca de dos minutos estuvimos dando tacazos a las bolas. Por fin, agarré mi cámara y dudando de los resultados (en la lucerna había solo tres bombillas débiles) me puse a la tarea. Con mi experiencia de fotógrafo, trataba de aprovechar al máximo todas las posibilidades. Hay que sacar la bola en primer plano. La bola es como el globo terráqueo… Mi fantasía creadora se vio interrumpida por dos médicos:

-Seguramente ya es suficiente… Vámonos, Yura…
Subieron. En la mitad de la escalera Gagarín se volvió y nos guiñó un ojo. Su gesto parece decir: “Nos veremos”. Los dos periodistas estábamos ebrios de dicha.
Por la mañana vimos de nuevo a Gagarín, esta vez rodeado por gran cantidad de personas y comprendimos que la cordialidad, la bondad y el respeto de Gagarín para con la gente alcanzaba para todos.

… A veces sucede que uno se equivoca con la gente al creer en la primera impresión. Con Gagarín no nos equivocamos.

VIVIÓ PARA VOLAR

Gagarín ya no está entre nosotros. Me llamaron por la noche para avisarme que me dirigiera urgentemente a la redacción. La voz del redactor sonaba de un modo que me hizo comprender de inmediato que algo había sucedido. Fui corriendo hasta el auto, corriendo subí las escaleras, pasé corriendo por el vacío corredor de la redacción. El periódico ya había salido, pero todo el personal que hacía de guardia aquella noche seguía en sus tajos. El redactor escuchaba a alguien por el teléfono.

-No. No hay ninguna esperanza. Murió -dijo colgando el auricular.

Surgieron las confusas preguntas de siempre: ¿Quién? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Y no será un error? Confusa y silenciosamente nos pusimos a mirar el reloj grande; parecía que de repente hubiésemos comenzado a percibir el movimiento del horario negro… La confirmación de la noticia, que no queríamos creer, la oí por la mañana al sintonizar el receptor del automóvil.

Siete años atrás en el mismo automóvil, por la mañana había oído por primera vez el nombre de Gagarín. Ese día, a lo largo del camino había una multitud de gente. Me pidieron que detuviera el vehículo y abriera la puerta del automóvil para escuchar los pormenores de lo que había realizado el joven que había nacido en Gzhatsk. A las diez de la mañana primaveral oí el mismo nombre: GAGARÍN, y la misma petición de que me detenga un minuto y dé más volumen a la radio y las mismas preguntas: ¿Quién? ¿Cómo? ¿Dónde?

La noticia fue escuchada a la misma hora en todos los hogares y a pesar de que todos saben que en la vida hay buenas y malas horas, cuando se enteraron de la muerte de Gagarín no podían creerla.
Sobre la mesa de redacción ya se había juntado un montón de cartas, la música nos oprime la garganta. El bullicio de los gorriones en los charcos y el canto de los estorninos, que recién han llegado a Moscú, nos parecen ajenos. No hay hogar en nuestro país en que no se haya penado y hasta llorado el perecer de este hombre. El que nos ha abandonado, Gagarín, ha sido parte de algo grande que nos une.

 El astronauta en su nave espacial 

Gagarín era ruso y cada ruso estaba orgulloso de ver en él los mejores rasgos de toda su nación. Pero Gagarín era asimismo hijo de todos los pueblos. Georgiano, francés, lituano, árabe o uzbeco, cada hombre estaba orgulloso de él porque era el hombre que al dar el primer paso a lo desconocido representaba a todos los hombres, a la humanidad. Los que vivimos en la Unión Soviética teníamos derecho a un orgullo particular: Gagarín era un soviético y unía en su personalidad las mejores cualidades del hombre soviético.

El mundo, al observar el rostro de Gagarín, vio realmente lo que éramos. Nos miró de manera diferente y nos comprendió mejor. En la imagen de Gagarín veía el espíritu del pueblo. Su causa era la causa del pueblo. Es por eso que el nombre de Gagarín conquistó la Tierra en un minuto y por eso también no hay hogar en el mundo que no comparta hoy con nosotros la amargura de la pérdida.

 
Gagarín miró a la tierra como una bola sobre la mesa de billar

La causa de su vida… Mucho se ha hablado y no hay necesidad de repetir qué significó su hora estelar la mañana del 12 de abril de 1961, cuánto se comprendió desde ese momento y las posibilidades que se abrieron. Navegan barcos por el Atlántico y muchos son los gloriosos hechos que han ocurrido en sus rutas a o largo de quinientos años, pero al hablar de América siempre recordamos el nombre de Colón, el descubridor del Nuevo Mundo. La historia tiene preparado para Gagarín un lugar similar y el mundo se acostumbrará a ver el nombre de Gagarín junto al de Magallanes y Colón…

Pondremos el nombre de Gagarín a nuevas calles; seguramente una gran ciudad, que lo merezca, llevará también su nombre y se lo levantará un monumento de los más resistentes metales para las generaciones venideras. Sólo ayer lo vimos vivo, lo vimos hablar y sonreír. Alguien lo vio ponerse el casco al subir al avión. Su mujer recuerda las últimas palabras. Ayer alguien recibió de él una carta y puede que el correo siga aún distribuyendo su correspondencia.

Era un hombre bueno, lo vi tantas veces y pude conocerlo bastante de cerca. Recuerdo cómo bajó corriendo por las escaleras de madera de la casita de Volga al día siguiente de su vuelta a la Tierra. Recuerdo con qué alegría y con qué asombro miró las primeras fotografías en los periódicos.

Siete años de gloria no cambiaron a Gagarín. No todos comprendieron las dificultades que recayeron sobre él; el trabajo, la familia, el estudio y la atención ávida, insaciable y por momentos extenuante, de la gente. Gagarín llevó este cargo con la dignidad y el honor de un verdadero hombre y comunista. No siempre podía atender todas las peticiones, a veces se veía obligado a decir que no, incluso a nosotros, los periodistas. Pero lo decía con gran tacto y bondad. Sabía conversar con la reina de Inglaterra y con una anciana campesina, que, según lo recuerda, en el camino de Yoroslavi lo reconoció, se persignó y se acercó a “echarle una mirada”. En esto le ayudaba la sonrisa abierta y cordial del hombre ruso. Siempre que lo miro, pienso en lo bien que lo eligieron para abril de 1961.

Además, queremos a Gagarín porque los treinta y tantos años de su vida son una parte de nuestro destino. Son la infancia en la que faltaban los alimentos, los pantalones remendados, las tardes de estudio bajo la luz de la lámpara a kerosene. Es la juventud después de la guerra en el ardor del trabajo, la pasión de Komosomol. Es la madurez, el momento en que las convicciones hacen que el hombre se diga y se llame comunista. Vimos en Gagarín a uno de los nuestros: así se explica la profundidad de nuestro cariño nacido el día que oímos por primera vez su nombre y lo hondo de nuestro dolor cuando con la cabeza descubierta estamos ante su tumba.

Un accidente aéreo. Gagarín había sabido lo que era el riesgo y el peligro siete años atrás y había vuelto a la Tierra sano y salvo. Entonces, ¿Qué podía pasarle en la Tierra o a una altura habitual sobre ella? Así pensaban muchos, y posiblemente Gagarín pensaba de la misma manera. Y, también posiblemente por eso es que hoy día experimentamos un poco la sensación de nuestra culpa. ¿No supimos cuidarlo? Pero si hasta en las calles se puede morir al haber resbalado y ¿es que acaso porque las calles están cubiertas de hielo nos vamos a quedar en casa? El hombre no puede permitirse cuidados excesivos aun cuando su vida sea muy preciada por los demás. Con mayor razón entonces Gagarín quiso seguir siendo Gagarín y eso había que tomarlo en cuenta. Volaba constantemente, se entrenaba, hablaba de nuevos vuelos. ¿Es que acaso se le habría podido impedir esto?

Es una gran pérdida. Al igual que en el tiempo de la guerra cuando la muerte de nuestros amigos nos infundía más fuerza, así ahora la congoja no detendrá el avance del tiempo. (28 de marzo de 1968)

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