El popular hombre de la cámara se dejó fotografiar para la revista en el parque Calderón, junto a los caballitos que cabalgan los infantes para sus fotos del recuerdo.

El personaje popular de Cuenca ha dejado miles de testimonios gráficos de personajes y acontecimientos en casi setenta años de llevar la cámara al hombro, husmeando la vida y milagros de la ciudad, de sus paisajes, aconteceres y tradiciones

Hasta los primeros años del siglo XXI en el Ecuador tomar fotos era un proceso con algo de magia. Uno de los últimos actores del viejo oficio fue Vicente Tello Tapia, cuencano que nació en enero de 1932 y murió el 25 de febrero de 2024, a noventa y dos años cumplidos.

 El dúo de las acrobacias sobre la catedral, Vicente Tello y Francisco Cisneros.

Muy joven fue aprendiz del estudio fotográfico de Alejandro Ortiz, donde descubrió el arte que lo practicaría de por vida y del que conocía referentes como Manuel Alvarado, quien instaló el primer taller fotográfico de Cuenca a fines del siglo XIX; luego Manuel de Jesús Serrano y Manuel Honorato Vázquez, cuyas fotografías son patrimonios culturales del país.

También hubo aficionados que dejaron retratos familiares, paisajes o fotos de eventos sociales que son testimonios para revivir episodios de la vida, costumbres, lugares y hechos del pasado. Fueron personas con posibilidades para comprar y manejar las cámaras no más que por lujo y diversión.

Desde mediados del siglo anterior Vicente fue personaje familiar en las calles de Cuenca, cargado del equipo fotográfico y los juegos de lentes con los que apuntar la mira según la distancia de sus objetivos: era de verle al hombre robusto, de mediana estatura, la cabellera rasurada inconfundible, buscando ágilmente el ángulo apropiado para disparar el clic preciso y oportuno.

Fiestas, desfiles cívicos, marchas de protesta, noches de castillos y globos, acontecimientos culturales, procesiones, personajes de la cultura, de la política o de la vida miserable en barrios populares y mercados; inauguraciones de obras públicas, matrimonios y funerales, sesiones solemnes y condecoraciones, o destrucción de bienes públicos, por desidia o los temporales, captaron las cámaras de Don Vichi –así conocido popularmente- durante siete décadas de periodismo gráfico. Desde que apareció AVANCE en 1978 y por más de tres décadas, sus fotos publicó este medio.

El siglo XXI irrumpió con novedades vertiginosas en la tecnología y rápidamente los teléfonos celulares incorporaron cámaras para fotos o videos, llevando a obsolescencia los equipos que acompañaron toda la vida a Don Vichi y a los fotógrafos de oficio. En adelante ya poco serían necesarios los equipos fotográficos, cuando todos –niños y mayores- se habían “graduado” de fotógrafos y aún de periodistas.

1.-  El ingenio y el sentido humano del fotógrafo.   2.- En un acto social de AVANCE en 1984, Don Vichi en actitud jovial, con la secretaria de la revista, Pilar Rosales (fallecida en 2003).  Vicente con Eliécer Cárdenas y Rolando Tello, en enero de 1981, en misión periodística a Paquizha, durante el enfrentamiento bélico con Perú.

Entonces Don Vichi guardó sus viejas máquinas y fue dejando de asomar por las calles, apenas con una cámara digital como juguete que no encajaba con la sabiduría tradicional de su oficio. Se olvidó de los rollos Kodak, Fuji, Agfa o de otras marcas, que grababan las películas para revelarlas en un proceso medio secreto y mágico en la cámara oscura de su vivienda, que empezó a dejar de tener uso y sentido.

Además de los años, los avances tecnológicos doblegaron el cuerpo y el ánimo del fotógrafo acucioso, cuya exclusividad de tomas pasó al dominio global de niños, jóvenes y mayores. La magia del oficio perdió su encanto y en la última década de su vida, Don Vichi se recluyó al hogar, olvidando las fotos que, tras su muerte, tendrán más valor con el barniz del tiempo, pues su trabajo y su arte le hicieron cronista gráfico de Cuenca durante su trajín por calles, paisajes y aconteceres. Las cámaras le han regalado el privilegio de prolongar su supervivencia.

El humor de Don Vichi

La fotografía fue su profesión, pero tuvo aficiones que le sumaron popularidad y admiración de la gente. Gustaba volar en alas delta o hacer pulsaciones sobre el muro de la terraza de la catedral de Cuenca, con las manos agarradas a las de su cómplice de riesgo, Pancho Cisneros, tendido bocarriba. Era un espectáculo escalofriante verle allí, parado de manos, al filo del abismo.

Alguna vez, deliberadamente, se exhibieron a lo alto del frontis catedralicio mientras el presidente Velasco Ibarra peroraba en los balcones de la gobernación y el público prefirió distraerse con las audaces maniobras de los deportistas turnándose para pulsar, en vez del fogoso discurso del político fogoso y molesto.

Hombre de carnavales y disfraces, hasta las postrimerías del siglo XX solía organizar combates a baldazos de agua por las calles de la ciudad o en su barrio de las calles Sangurima y Tarqui, por donde nadie en los tres días de carnaval se libraba del bombardeo o de la inmersión en una enorme tina, verdadera piscina de lata. La tembladera del frío se curaba con un generoso y muy caliente canelazo.

Autoridades, políticos, personajes populares o líderes sociales –hombres y mujeres- eran representados en sus disfraces bien logrados para divertir al público en los días de fin y comienzo de cada año. De pocas palabras, retraído, se desataba de verborrea y alegría durante el tiempo de inocentes e inocentadas. Así era Don Vichi, personaje inolvidable de una buena época de Cuenca y de una buena época de la Unión de Periodistas del Azuay, de la que fue miembro leal, querendón y disciplinado. (RTE)

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