Gonzalo Humberto Mata -G.h. Mata-, como gusta llamarse y que le llamen, es escritor único en el Ecuador. Con lenguaje iracundo, vigoroso, terminante, es dueño de producción abundante y variada: novela, cuentos, biografías, poesía, ensayo y artículos para medios de comunicación.
Hace poco publicó una biografía del periodista Manuel J. Calle que la ha puesto por nombre Un ángel enmascarado de demonio. Ese título le corresponde a él mismo, pero a la inversa.
Quizá nadie en el Ecuador ha sido más agudo ridiculizador con el insulto.
- ¿Desde cuándo escribe usted, señor Mata?
- Fuuu... Desde guagüito. Aún niño escribí los primeros versos, dedicados a una mariposa. Más tarde, en Nueva York, donde trabajaba mi padre, empecé a escribir seriamente: por allí andan unos versos en inglés dedicados a una bellísima mexicana, que se titulaban A María.
- ¿Las obras que más satisfacción le han producido?
- Todo lo que he escrito me ha producido satisfacción personal. No tengo predilección por ninguno de mis libros aunque, tal vez, me inclino con especial afecto por Dolores Veintimilla Asesinada, porque con él hice la reivindicación de la poetiza.
G. h. Mata no puede estar quieto e interrumpe la conversación para mostrar el Muro de la Infamia y la Galería de Asesinos: son carteleras donde aparecen fotografías, recortes, frases de literatos, políticos, hombres públicos a los que considera deben ser recluídos en un sitio abominable. En la biblioteca hay una jaula pendiente del cielo raso que resultó demasiado pequeña para tantos castigados, por lo que la suplió con el Muro.
- Aquí está Fray Vicente Solano -dice apuntando el puño hacia la Galería de Asesinos. Es culpable de la muerte de Dolores Veintimilla de Galindo, como lo demuestro en mi libro.
- Usted es uno de los pocos escritores ecuatorianos que vive de sus libros: ¿Es verdad?
Revienta su carcajada y con sarcasmo puntualiza:
- Yo no vivo de la Literatura. Vivo de mi jubilación, pues aporté 30 años al Seguro Social para gozar de este "privilegio".
- ¿Ha ejercido funciones públicas?
- Fui amanuense en la Gobernación. Trabajé en el normal Manuel J. Calle como bibliotecario-inspector. De aquí salí para asistir por mi cuenta a un curso de bibliotecología en Quito, donde me dieron ese diploma -se levanta y corre a traer el documento enmarcado bajo vidrio que data de 1944-. Más tarde fui nombrado Bibliotecario de la Universidad de Cuenca y me jubilé.
- ¿Tiene autores preferidos?
- No tengo predilección por ninguno. Todos tienen algo de bueno. Todos, todos.
- ¿Aborrece a algún autor?
- Yo no aborrezco a nadie. Ni a mí mismo me aborrezco, pero a muchos creo dolerlos cuando digo la verdad.
- ¿Y qué de Juan Montalvo?
- Para hablar de Montalvo hay para largo -corre otra vez y regresa con dos copas de cogñac para brindar por la visita-. Montalvo es un farsante. Allí tengo todo lo que es Montalvo -se encarama en un taburete para alcanzar su obra Desmitificación de un mixtificador-. A Juan Montalvo le han hecho grande sin motivo. Es persona que en vez de escribir nieto le pone ñeto o en vez de nivel escribe nievel. Para que sea grande le han corregido sus temeridades.
Otro farsante es Jorge Luis Borges. Estos libros sobre mi escritorio tratan de Borges al igual que estos recortes, porque estoy preparando un trabajo para desenmascararlo, que se llamará El eterno mendigo del premio Nobel; o tal vez, Un imbécil. Este tipo dice que no le gusta Gardel y desprecia el tango, se vanagloria de negar la democracia... Ha claudicado siempre, es un chupamedias de los militares, siempre anda mendigando honores.
- ¿Y los escritores del boom?
- Son eso: Bum!. El boom es el negocio de las editoriales y da fama a determinados elementos. Allí están García Márquez, Vargas Llosa y otros en el Muro de la Infamia.
- ¿De qué le gustaría hablar mejor que de la Literatura?
- Bueno, de que me encanta la vida y quisiera volverla a vivir. Quisiera la oportunidad de volver a empezar otra vez... Nací en Quito y vine a Cuenca a la edad de 13 años y aquí me quedé.
- ¿Es usted religioso?
- Creo en Dios como un ser infinito. Adoro a mi madre, ella es mi diosa -y otra vez corre para traer el retrato que pende en un sitio muy visible de la biblioteca-, para contemplarlo sin disimulo con devoción.
- ¿Es usted un demonio enmascarado de ángel?
- Bandido...
Y suelta otra vez la endiablada carcajada menuda que parece reventarle libremente de todo el cuerpo.*
Febrero de 1982